Jack es un personaje sorprendente. Un genio cuya inteligencia se sale de cualquier gradación pero aparentemente carente de ambición y con problemas de adaptación social. Los números son su mundo, prácticamente su razón de vivir y su refugio; el entorno donde encuentra seguridad. Para él todo es causa y efecto, todo funciona por alguna razón precisa que se puede explicar a base de ecuaciones y fórmulas físicas o químicas. Cada máquina, vehículo, circunstancia, son analizados al momento por su prodigiosa mente. Su aparente pasión/obsesión por los motores de los coches y sus descripciones técnicas como causa inevitable de la velocidad alcanzada en cada momento, son el medio por el cual el autor nos traslada la visión de Jack: todo lo que nos parece habitual es consecuencia de infinidad de elementos únicos que deben encajar perfectamente para desempeñar cada uno una función. Sin embargo, esa necesidad de explicarlo todo, sus diálogos internos y su costumbre de repetir sucesiones de 3 números cada vez que se siente inseguro, hacen pensar al lector que está tan perdido como todos nosotros.
Su vida social se limita a su jefe, un banquero que se aprovecha de su talento, a su hermana que parece quererle pero aún así se aprovecha de su dinero, a Kevin, el portero de su edificio y a Mía, la chica que actúa en el semáforo para ganarse la vida y de la que está perdidamente enamorado. Y claro, todo se complica cuando además ronda un asesino en serie que utiliza un vehículo similar al suyo.
El inicio plantea dudas a pesar de lo atractivo del personaje principal. Los diálogos con Mía no parecen creíbles y el listón tan alto que supone la promesa de, “Una ecuación cuyo resultado final podría ser uno de los descubrimientos más grandes que jamás había visto la humanidad” en la que Jack trabaja, parecen difíciles de llevar a buen puerto sin decepcionar al lector. Pero enseguida nos sumergimos en una trama que navega entre el thriller y la novela negra, y la ingeniería literaria comienza a rodar.
Los personajes están bien definidos, y eso incluye a la pareja de policías que cargan cada vez con un mayor peso en la historia. Estos parten del tópico esperado, pero se van mostrando progresivamente más reales y creíbles. En cuanto al desarrollo, no mantiene un ritmo constante. Sin embargo, los pequeños giros que se van introduciendo imprimen impulso cada pocos capítulos.
Esta novela de David Orange S. ambientada en Estados Unidos y con vocación cinematográfica, no es una obra en la que se deba desmenuzar cada dato matemático, físico o informático, (que están ahí simplemente para enriquecer la trama). Es, simplemente, un ejercicio de entretenimiento notable, con muchas virtudes; ni todo es predecible, ni su resolución tan prematura como parece. Consigue que dudemos sobre si existe la casualidad o si el destino lo dictan los números, sobre la genialidad de su protagonista o su locura. Pero además reserva una sorpresa final que se sale del género de la obra. Todo esto es suficiente como para, sobre todo días después de pasar la última página, disfrutar de un muy buen sabor de boca.