No recuerdo el tiempo que estuve sumida en aquella alocada carrera sin percatarme de que, como el animal de costumbres que era, mis piernas me habían llevado hasta la estación donde cada mañana trotaba por el andén para coger el cercanías. Cualquier observador ocasional hubiese pensado que corría para salvar mi vida, pero se equivocaba. En aquel momento de pánico, en mi atormentada cabeza solo cabía un único objetivo: librarme del gutural y monótono gemido de la horda que cansinamente me perseguía. Un gemido que se transformaba en un estallido de salvaje rabia cuando aquella malsana caterva daba alcance a alguno de los pobres desgraciados a los que minutos antes había dejado atrás.
Al cruzar las puertas de cristal que como cada mañana se abrieron franqueándome el paso, el inusual silencio que reinaba en el vestíbulo me heló la sangre. Las mortecinas luces, los llamativos carteles publicitarios y las anticuadas pantallas que anunciaban los trenes que estaban por llegar mantenían su rutina, sin embargo, la multitud de almas que, día tras día, abarrotaban aquel hall brillaban por su ausencia. A diario, maldecía a toda aquella muchedumbre que entorpecía mi camino, pero ahora su ausencia me provocaba verdadero pavor.
Aunque me hubiese gustado agazaparme debajo de un banco y esperar hasta que la ayuda llegase, sabía que tarde o temprano el siniestro gemido que tanto odiaba, inundaría aquel tranquilo recinto, así que de nuevo obligué a mis piernas a ponerse en movimiento.
Acerqué mi tarjeta al lector y el torno se abrió invitándome a pasar. Realizar aquella acción tan monótona y cotidiana me insufló parte de la serenidad que había perdido por el tortuoso camino. Con la seguridad del que conoce el terreno, me interné en los solitarios andenes. De repente, el susurro de una voz masculina a mi espalda me sobresaltó. Me había relajado demasiado y no supe reaccionar a tiempo. Al volverme pensando que mi viaje había terminado, comprobé que aquel hilo de voz pertenecía a uno de los desconocidos habituales con los que coincidía a diario en la estación. Supuse que él también había llegado hasta allí movido por la rutina. Su buena planta me animó a fantasear con que podría ser un buen aliado para salir indemnes de aquella sinrazón. Antes de poder mediar palabra, me señaló el puesto de café donde a diario tomaba mi primer capuchino de la mañana. Mis expectativas se vinieron abajo al descubrir que no estaba solo. Como un aguerrido héroe de una serie B, lideraba un grupo de supervivientes de lo más heterogéneo en el que abundaban ancianos y niños.
La idea de una huida en petit comité no tardó en venirse abajo. «Está a punto de llegar el cercanías de las diez que nos alejará de esta locura. Viene por la vía 3. Necesito ayuda para que todos puedan cruzar por el paso subterráneo y escapar de esta ratonera» me susurró mientras señalaba al disfuncional grupo que intentaba esconderse entre los fardos de periódicos pendientes de colocar.
Es curioso cómo cambian las personas en situaciones adversas, esas en las que el ser humano deja de serlo. Yo, que siempre me las había dado de buena persona, no tardé en sucumbir al egoísmo que te inyecta en las venas el instinto de supervivencia. Sin llegar a contestarle, le di la espalda y comencé a correr en dirección opuesta. Estaba claro que no estaba dispuesta a unir mi destino a una panda de achacosos ancianos, que ya habían consumido su vida, y a un atajo de críos llorones, que de la noche a la mañana habían dejado de ser los garantes de nuestro futuro y se habían convertido en presas fáciles y prescindibles. ¡Inocentes! Ni siquiera se daban cuenta de que iban en la dirección equivocada. Pretendían huir de la ciudad, cuando lo más sensato era llegar hasta el centro, donde ya estaría desplegado el ejército y organizada la resistencia. Pero a estas alturas del partido, no iba a ser yo la que les sacase de su error.
Sin perder más tiempo, de un salto libré el desnivel, crucé las vías 1 y 2 y me encaramé al andén, justo a tiempo para coger el automático de menos diez que ya entraba en la estación por la vía 2. Como cada mañana, recorrí los vagones hasta llegar al de cabeza. Avancé disfrutando de la soledad sin echar de menos los empujones e improperios que hubiese recibido del resto de los hastiados viajeros en un día cualquiera. Aunque solo era una parada, me gustaba plantarme delante del ventanal y disfrutar de la sensación de vértigo que me producía entrar en la oscuridad del túnel que minutos más tarde desembocaría en la luminosa estación central.
Siempre me fascinó la precisión con la que aquella maravilla mecánica se desplazaba por las tripas de la ciudad y fantaseaba con el aspecto que debía tener la sala de control. Un gran panel lleno de mandos, multitud de pantallas y relojes desde donde el controlador podía modificar la velocidad, detener los trenes y abrir y cerrar las puertas a su antojo. Di gracias al cielo por la valentía de aquel servidor público que, con la que estaba liada, no había abandonado su puesto de trabajo y seguía manteniendo la rutina de aquella moderna línea de tren.
Diez minutos más tarde, al entrar en la estación central, todas mis ideas preconcebidas se fueron a la mierda. Los que esperaban en el andén, no eran los valerosos cuerpos de seguridad del estado, sino varias docenas de infectados que al ver llegar el tren se abalanzaron salvajemente contra él. Una vez que el vagón se detuvo en la vía muerta, no tardé en descubrir que aquel modelo de tren automático, además de no necesitar conductor, tampoco precisaba de controlador.
Con precisión suiza, las puertas se abrieron automáticamente, alegrando el día a aquellas criaturas que al parecer aún no habían desayunado.
Cinco minutos más tarde, cumpliendo estrictamente su horario, el tren ha arrancado. Ya no siento dolor, ni tengo miedo. Mecida por el gutural y monótono gemido que ahora invade el vagón, noto cómo mi cuerpo empieza a relajarse. Cómo si de una mañana cualquiera se tratase, empiezo a sortear a mis nuevos compañeros de viaje, entretenidos aún en saborear trozos de mi cuerpo, para alcanzar el gran ventanal del vagón de cabeza y poder ver de nuevo cómo el tren devora las vías.
Al acercarnos a la estación que había dejado atrás hacía apenas veinte minutos, el tren ha comenzado a reducir la velocidad. Mis instintos más básicos se han removido al vislumbrar su presencia y siento cómo la rabia invade mi desmembrado cuerpo. Al abrirse las puertas, entre salvajes gruñidos, mis nuevos compañeros de viaje y yo hemos salido con la intención de realizar un trasbordo. En la vía 3, con un retraso considerable, el cercanías de las diez está arrancando. Ahora soy yo la que anhela estar con los integrantes del disfuncional grupo que aterrados me miran a través del sucio cristal de la ventana del vagón de cola. Sin ningún miramiento, me lanzo contra el convoy con el irracional propósito de detenerlo. Solo necesito que mi aguerrido héroe de serie B, que ha cumplido su misión poniendo a salvo a sus protegidos, cómo el buen samaritano que es, me socorra a mí también dando de comer al hambriento.
Relato nominable al II Premio Yunque Literario
Nací en Valladolid hace medio siglo. Ciudad en la que sigo viviendo y trabajando como empleada de banca para pagar la hipoteca. Disfruto observando el anodino mundo en el que vivo en busca de algún detalle, cara, imagen o sonido que me sirva de inspiración para crear mis realidades paralelas. Me gusta experimentar con distintos géneros, personajes y extensiones, pero reconozco que siempre, en mayor o menor medida, acaban teniendo un toque siniestro y oscuro. Varios de mis relatos han sido seleccionados para formar parte de diversas antologías o premiados en concursos. Entre ellos Días de matanza en la Antología Apocalipsis (Revista Tártarus 2.020), El ERE ganador del I Concurso de relatos de 50YFN (Club de escritores 2.020) y La Ruta de la Plata en la Antología KALPA V, Relatos de Naves Nodriza en Castilla y León (ACLFCFT 2.020). También he tenido el honor de publicar en revistas como Literentropía, Droids & Druids, Mordedor o Tentacle Pulp y aunque aún no tengo blog propio podéis encontrarme en el blog Cylcon (ACLFCFT).
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