
Hace algo más de tres años quedé atrapada en una de las tramas más complicadas e inteligentes de la novela negra. El show de las marionetas consiguió que superase la aversión que tengo al sufrimiento (propio y ajeno) para engancharme completamente a una historia en la que incluso conocer quién era el torturador y asesino no restó ni un ápice del interés por seguir leyendo; al contrario, aumentó la intriga que M. W. Craven supo imprimir al argumento.
Así pues llevaba altas expectativas al empezar Verano Negro. Ni siquiera cuando leí la macabra primera página, a modo de preámbulo, me intranquilicé; estaba segura de que antes o después leería por qué la persona que habla, derrotada, desaparece para dar paso al Capítulo 1 en el que in medias res nos enteramos de que Washington Poe ha sido detenido.
La investigación de Poe, Flynn y Tilly es inmejorable, épica, porque, además de demostrar que estamos ante profesionales inteligentes, como los grandes héroes enarbolan la lealtad, la confianza y la amistad en los otros aun jugándose el puesto.