
El pasado ya no existe y el futuro es incierto. Solo nos queda el presente, al que estamos irremediablemente atados. Al menos esto es lo que asegura la perspectiva presentista del tiempo. Casi parece una maldición o una condena, pero de hecho algunas filosofías orientales inciden en la importancia de la concentración plena y consciente de nuestra realidad, de nuestro presente, como vía para alcanzar el autoconocimiento y la paz personal. El budismo zen lo resume muy bien en el siguiente aforismo: “Cuando camines, camina. Cuando comas, come”. Vale, el concepto es aparentemente sencillito, pero llevarlo a la práctica es bastante más complicado de lo que pueda parecer. Porque, vamos a ver, ¿quién no ha fantaseado alguna vez con volver al pasado para corregir un error cometido o con viajar al futuro para vislumbrar lo que este nos depara?
En cambio, la filosofía del tiempo del eternalismo afirma que el pasado, el presente y el futuro nunca dejan de existir y configuran un marco de tiempo o cuarta dimensión por la que se mueven los objetos y eventos de la realidad. A partir de la teoría de la relatividad de Einstein, la física actual se ha esforzado en comprender su funcionamiento con un éxito, en mi opinión, bastante discutible. Sí, el debate es apasionante, pero las conclusiones pueden parecernos algo (bastante) decepcionantes: viajar en el tiempo (especialmente hacia el pasado) es imposible o, al menos, resulta extremadamente improbable. Por ahora, no deja de ser una simple quimera. Sin embargo, la literatura o el cine se han esforzado por hacernos creer lo contrario, a la espera de que en algún momento del futuro desarrollemos la tecnología que nos permita surcar las corrientes del tiempo y desvelar sus secretos.
No voy a hacerlo por falta de espacio, pero quizá aquí sería interesante revisar las diferentes y complejas teorías científicas sobre el tiempo, como el principio de autoconsistencia de Nóvikov. No voy a desgranar tampoco las diferentes paradojas que puede plantear un viaje en el tiempo. Ya sabes, si viajas al pasado evita tocar nada, sobre todo si no quieres que se produzca un efecto mariposa de impredecibles y catastróficas consecuencias en el futuro. Y, sobre todo, procura no matar a tus abuelos o a tus padres. Ahórrate sustos tontos e innecesarios. Quizá en otra ocasión me detendré en películas de sobra conocidas, como Regreso al Futuro o Insterstellar que daríane por sí mismas para un artículo. La literatura también ha sido un campo fértil para tratar el tema, un vergel que nos ha dejado mitos eternos como La máquina del tiempo de H.G. Wells.
Todo lo anterior serían temas interesantes que tratar, pero hoy me apetecía más bucear en las diferentes formas de pensar e imaginar el tiempo en la mitología. ¿Cómo ha sido visto el viaje en el tiempo por la humanidad a través de las leyendas y mitos? Esta es la cuestión que vamos a tratar de resolver.
El viaje en el tiempo en la mitología universal
Si en la actualidad nos parece una idea popular, puede que se deba a la atención que le ha dado la ciencia ficción, pero lo cierto es que imaginarse como sería descubrir el futuro o volver a vivir un momento del pasado es algo que viene de lejos. Los mitos y leyendas de las culturas antiguas ya jugaban con la idea de trascender nuestras limitaciones temporales. Estas historias transmitidas de forma oral o a través de escrituras sagradas nos dan una de idea de cómo era su relación con el tiempo y su capacidad para imaginar pasados y futuros posibles. Donde la ciencia propone teorías relativistas y paradojas, la mitología despliega una gran riqueza simbólica para ir más allá de las leyes físicas y desarrollar cosmogonías basadas en ciclos cósmicos o crear tramas de héroes que desafían a su destino tendiendo puentes entre el pasado, el presente y el futuro.
Aunque nos resulte extraño, para muchas culturas antiguas el tiempo no es algo lineal, sino que puede tener una estructura cíclica o puede también tomar una orientación en espiral. Esta conceptualización del tiempo es muy interesante, porque conectaría diferentes eras donde los eventos cósmicos o humanos se repiten y evolucionan en patrones recurrentes. Esto nos lleva a un universo que pasaría por diferentes etapas: nacimiento, madurez, decadencia y regeneración. El tiempo sería algo así como un tejido vivo donde el pasado, el futuro y lo sagrado coexisten.
Para el hinduismo, el Kalachakra, o «rueda del tiempo», simboliza la naturaleza cíclica e infinita del universo. La creación, preservación y destrucción forman parte de un eterno retorno. Este ciclo se manifiesta a través de los Yugas, cuatro eras cósmicas que definen la evolución moral y espiritual de la existencia: Satya Yuga (edad de la verdad), Treta Yuga, Dvapara Yuga y Kali Yuga (la era actual, marcada por el conflicto y la decadencia). Cada Yuga refleja un declive gradual del dharma (orden cósmico), que culmina en una disolución y el renacimiento de un nuevo ciclo. Esta espiral de eterno recomenzar crea una interdependencia entre el destino individual (karma) y el universo. ¿Os habéis acercado alguna vez a los textos del Mahābhārata? Allí podemos ver esa conexión a través de diferentes profecías y reencarnaciones que enlazan pasados y futuros. Personajes como Bhishma o Karna son la encarnación de destinos moldeados por acciones y decisiones tomadas en vidas anteriores. Pero hay más, profecías como la de la diosa Ganga vinculan los eventos, aparentemente dispersos, en una red kármica. Para la tradición hindú el tiempo estructura la realidad, pero también es consecuencia de la épica y eterna lucha entre el dharma y el adharma (el caos).
El tiempo en la mitología nórdica forma un entramado, con el árbol cósmico Yggdrasil como eje primordial que une en sus raíces y ramas los nueve reinos del universo. El tronco del árbol eterno sostiene en equilibrio lo divino, lo humano y lo primordial. Mientras en sus grietas moran seres ancestrales, en sus hojas los destinos de todas las criaturas son tejidos por las Nornas: Urd, lo que ha ocurrido, el destino; Verdandi, lo que está ocurriendo y Skuld, lo que debe suceder. Estas hilanderas del tiempo urden en sus telares el porvenir de los mortales, pero también el de los propios dioses, porque el tiempo no es una línea, sino un tapiz en constante transformación y cada hebra se entrelaza con infinitas posibilidades. Odín, padre de los dioses, sacrifica su ojo en el Pozo de Mimir, para sumergirse en las aguas de la memoria y la profecía. Al beber de su sabiduría, accede a visiones fragmentadas del tiempo: contempla el nacimiento de los mundos, el choque de espadas en batallas aún no libradas y el crepitar de las llamas en el ocaso de Ragnarök. Pero este conocimiento oculto no lo libera, lo encadena a la paradoja de conocer el destino sin poder alterarlo.
Para la cultura azteca, el tiempo tampoco avanza de manera lineal, sino que se renueva de forma cíclica. En esta visión cósmica el universo experimenta transformaciones periódicas. Según la leyenda de los Cinco Soles, el mundo ha transitado por cinco edades cósmicas distintas, cada una gobernada por un sol diferente y asociada a una deidad específica que impone su influencia y e imprime características únicas a ese período. Cada era culmina en una destrucción y renacimiento que simboliza la fragilidad y la eterna renovación del cosmos. En esta cosmovisión subyace una unión entre tiempo, naturaleza y divinidad.
También la Antigua Grecia mantuvo una relación especial y multifacética con el tiempo, al que distinguían en tres tipos. Aión es el tiempo circular, un flujo eterno y repetitivo que reflejaba la naturaleza cíclica de la existencia. Kairos encarnaba el tiempo oportuno, ese instante preciso y propicio para la acción, asociado a la inspiración y al momento adecuado para actuar (la inspiración). Chronos por su parte, personificaba el tiempo cronológico y lineal que avanza de manera constante y medible, marcando el ritmo de la vida humana y el devenir de los eventos. La mitología griega no concibe el viaje en el tiempo, tal y como lo hacemos nosotros, de una manera física, pero sí que sus historias nos hablan del destino como fuerza en oposición al libre albedrío (futuro contra presente) y nos habla también de profecías y espacios atemporales, como el inframundo al que Virgilio hace descender a Eneas en la Eneida descubriendo el futuro de Roma. Pero el destino de dioses y humanos está en manos de las tres Moiras (Cloto, Láquesis y Átropos) quienes tejen, miden y cortan el «hilo del destino» de cada mortal. Los griegos creían en eras cíclicas (Edad de Oro, Plata, Bronce, etc.), en las que el tiempo no es lineal, sino repetitivo. Hesíodo (Los trabajos y los días) describe cómo los dioses destruyen y renuevan constantemente el mundo.
Lo más interesante de estas visiones míticas es que permiten a los dioses y héroes «viajar» a diferentes momentos temporales a través de la profecía, la reencarnación o la consulta a oráculos. Es decir, a diferencia de nosotros, pobres y simples mortales, los protagonistas de estas historias no se encuentran obligatoriamente sujetos al avance implacable de un tiempo lineal y logran ir más allá de sus limitaciones. Es tal vez por eso que sus grandes historias pertenecen a la eternidad.
Un artículo de Alberto de Prado

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