“Acostumbrarse
a la mano que extendida toca el límite de nuestra cama,
a las unidades de comida descontroladas,
a los platos que hago trizas, al suelo que rompe
y a la gravedad que destruye”
A veces hay que romperse del todo para poder volver a empezar. Experimentar todas las fases, todas las etapas, y dejar de nadar. Hundirse completamente antes de coger impulso y emerger. Porque una ruptura, o una pérdida, nos lleva a algo más complejo y delicado que un estado de transición. Exige de nosotros mucho más que mera resiliencia. Una ruptura, o una pérdida, suele sumergirnos en el dolor. Nos trae vacío y oscuridad. Nos trae culpa. Nos hace buscar respuestas que tal vez no existan. Una ruptura, o una pérdida, implica un nuevo comienzo sin un órgano extirpado. Implica archivar recuerdos y vivencias que no han de volver a repetirse. Sentimientos que no volverán a brotar del mismo modo.
Y es que el amor, cuando es verdadero, se convierte en nuestro refugio. Lo creemos eterno, irrompible; queremos y necesitamos que así sea. Y la pérdida es un terremoto que arrasa con los cimientos de nuestro hogar. Que nos condena a una soledad que parece interminable. A un grito sordo que nadie escucha.
Somos seres frágiles y vulnerables condenados a seguir adelante. Pero ¿Cuándo estamos realmente preparados para pasar página?
“Nombrarte en conversaciones
y preguntarme a cada rato
que será de ti,
no decirte en alto
por entereza, por la apariencia y por la máscara”
Un boceto para olvidarte es un poemario cargado de sensibilidad y empatía. Una obra que nos habla de dolor, búsqueda y reconstrucción. Que nos obliga a acariciar nuestras antiguas cicatrices y preguntarnos si seríamos capaces de sanar nuevas heridas. A asumir que, por seguros que nos sintamos, caminamos sobre un alambre bajo el que no hay red. Pero que también nos recuerda que la vida es cambio, que la felicidad no tendría tanto valor si no existiese el dolor, y que el duelo es necesario.
David Caulfield White nos hace conectar con nuestro yo interior, con nuestra vulnerabilidad. Sus versos (y los breves textos que intercala), son hermosos y directos. Apuntan y ahondan en heridas que parecen incurables cuando están abiertas, y que nos hacen más humanos, menos soberbios, cuando han sanado. No promete al lector lastimado que todo lo malo pasará, pero le hace sentir que no está solo. Que, si él es capaz de entender y describir el vacío, es porque lo ha visto de cerca y sabe que no es el final. Y es que esta obra gira completamente en torno al desamor. Al abandono y la soledad. A la pérdida del amor carnal, aunque muchos de sus versos son válidos para cualquier duelo por un ser querido.
Un boceto para olvidarte no es de las obras que te hunden. No es de las que te agotan. Es de las que te tienden la mano y te traen paz sin necesidad de prometerte un arcoíris. De las que no te hacen sentir vergüenza por las lágrimas ni por el insomnio. De las que exploran una de las fases más dolorosas de nuestro viaje. De las que hay que volver a leer varias veces en la vida.
“Hoy he caído en la cuenta
que delegué parte de mi firmamento
a tus zonas erróneas, a tus miedos.
Y me es difícil ahora encontrar algo en este cráter
exterminado.
Y me vacío de arena para dejar parte en el desierto.
Y quema, la tierra estéril quema,
esputo que se ancla en mi estómago
que sale, que también se hace bola”
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