“No se puede vivir sin fe, capitán”
¿Hasta dónde ha de llegar la lealtad? Sus límites son, probablemente, una cuestión de fe. Fe en un dios, un gobernante, un país o un amor. No hay diferencia. Porque la fe lo puede todo, incluso desafiar a la muerte. Suele surgir inadvertidamente, ya sea por influencia del entorno, por los valores inculcados desde la infancia, por la necesidad que sentimos de encomendarnos a un ser superior que nos ayude frente a las adversidades, o por buscarle sentido a nuestra existencia. Sin embargo, si no es alimentada, puede verse puesta a prueba por la duda.
A lo largo de la historia, dioses y caudillos han ido siempre de la mano, tanto en pequeños reinos como en grandes imperios. Velaban por la patria, por sus fieles y por sus súbditos; se retroalimentaban. Pero qué difícil es obedecer a quien nunca responde ¿Cómo creer en alguien o algo que parece no saber quién eres? ¿No sería más fácil concentrar toda esa fe y toda esa lealtad en una persona que valorase nuestros sacrificios? ¿No sería lógico anteponer a quien reaccionase ante nuestros esfuerzos y nos devolviese los afectos?
Para evitar eso estaban los sacerdotes: la línea directa con la divinidad sostenida por un estado que ellos, a su vez, bendecían y apoyaban. Eran obedecidos, temidos y casi nunca cuestionados. El eslabón que lo sujetaba todo. La primera línea, los que daban sentido al sacrificio y garantizaban la recompensa. Hombres y mujeres custodios de secretos que no estaban al alcance del resto de mortales. Tanto era así que el otro brazo del gobernante, el armado, podía ver empañados sus triunfos al ser considerados como la mera consecuencia de su fe y debía obedecer, oficiosamente, todo lo que el clero ordenara. Pero ¿Qué ocurría cuando los dioses resultaban insuficientes para auspiciar la victoria frente a un temible enemigo?
“Negar lo que no comprendemos nos vuelve vulnerables ante sus consecuencias”
Tras la muerte, al fin, paz es una historia que irradia oscuridad y versa sobre la fe, el desengaño y la muerte. Una obra protagonizada por dos hombres antagónicos (Oren y Reis, soldado y sacerdote), que nos hacen partícipes de su soledad, su pasado y sus anhelos. Que abre las puertas a la magia, al horror y también al amor desde un punto de vista desencantado e intimista. Y es que la novela exuda derrota y fatalidad, desencanto y desesperación. Pero, aun así, deja un resquicio a la esperanza.
Virginia Orive de la Rosa es una ESCRITORA con mayúsculas. Y lo es porque, además de exhibir una prosa efectiva y elegante, sabe generar tensión a través de sus personajes; a partir de sus antipatías, sus frustraciones y sus anhelos. Los enfrenta al horror de lo incomprensible zarandeando su mundo, poniendo a prueba sus lealtades y su fe, y sacando todo el jugo a la forma en que afrontan lo inevitable.
Un escenario mínimo (que no minimalista) y una terrible cuenta atrás, es todo lo que la autora necesita para generar una atmósfera opresiva en esta novela de fantasía épica que no depende de batallas ni duelos a espada para mantener enganchado al lector.
¿Creéis en los sacerdotes? ¿Pensáis que realmente conceden su último deseo a las almas de los muertos, o que se alimentan de su poder? Si dicen la verdad, ¿Imagináis lo que supondrá para ellos escuchar constantemente las voces de los difuntos que no han podido liberar? Ya veo, preferís portar armas. Entonces, decidme: ¿hasta dónde llega vuestra lealtad? ¿Qué sacrificio estáis dispuestos a hacer para que la diosa os favorezca en la batalla? Tarde o temprano tendréis que escoger entre vivir para luchar por un emperador en el que ya no creéis o morir junto a quien amáis ¿Estáis preparados?
El ciclo de Srava ha comenzado.
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