Me gusta el estilo de Juan José Millás; me gusta leer sus artículos porque tienen cierto aire habitual con el que te sientes identificado, o al menos queda la sensación de que van dirigidos a quien los lee. Me gusta la novela de Millás porque reina el absurdo; si no la tomásemos así muchos de sus argumentos serían calificados de espeluznantes.
La literatura de Millás desconcierta en general, es como leer un sueño, una pesadilla de las que cuando despiertas te queda la impresión de que ha podido ser real. En su última novela se dan cita el terror y la fantasía de los cuentos tradicionales con lo peor de lo cotidiano y la ausencia de sentimientos en la vida real.
Y espeluznantes son los cuentos traídos a su última novela, Solo humo, que me han llamado la atención por el papel que la mujer tiene en ellos. De todos es sabido, por la historia, por la experiencia y aun por el refranero que la mujer ha sido denostada de manera amplia y reiterada «Mujeres y malos años nunca faltaron». Y es raro que el hombre haya quedado como débil, tolerante, el que acepta los improperios de la mujer cuando ha sido ella la maltratada. En la literatura popular el consejo a los hombres es de desconfianza y precaución en su trato con las mujeres. Está claro que cuando ha circulado por todos los escritos ha sido para crear una conciencia social que sea asumida como cierta. Es una curiosidad que nombro porque en Solo humo recordamos a la madrastra de Cenicienta o a la madre de Hansel y Gretel, culpables del mal de sus hijos y de sus maridos y responsables del comportamiento negativo de estos «—Los abandonaremos en una parte aún más profunda del bosque, allí de donde no puedan regresar».