Miramos hacia las estrellas, esos diminutos puntos de luz que doblegan a la oscuridad, con la esperanza de que alberguen nuestro destino. Algún día las alcanzaremos; nos ayudaremos de la tecnología, esa herramienta que nos impulsa a avanzar y nos sumerge en el desconocido abismo del progreso. Primero daremos un salto pequeño y colonizaremos nuestra galaxia. Puede que, para cuando lo consigamos, hayamos dejado de ser los mismos. Que los habitantes de los distintos planetas sean parecidos, pero no iguales. Que seamos primos, más que hermanos. Pero si no perdemos la curiosidad ni el deseo de encontrar respuestas, si no perdemos ese espíritu aventurero que siempre nos ha caracterizado, no dejaremos de estar unidos frente a lo desconocido y solo necesitaremos una excusa, tal vez una llamada, para emprender el mayor viaje de nuestra historia. Esperemos que esa llamada no nos conduzca hacia la extinción. Tendremos que ser precavidos, pues la oscuridad es el vacío, y este ansía devorarnos.
Señales de Érebo es una space ópera adictiva y escrita con oficio que, en primera instancia, nos remite a muchas películas de terror en el espacio (la mayoría de serie B) y, en una segunda capa de lectura, nos recuerda que la dualidad entre la luz y la oscuridad, la esperanza y el miedo, está intrínsecamente ligada al destino de la humanidad. El arranque de la novela, fusionando filosofía y tecnología, es magnífico. El desarrollo, notable, y el final, con sorpresa incluida, es el necesario para dejar un buen sabor de boca.
Jorge Aciago, al que descubrí gracias a sus relatos en Tentacle Pulp, demuestra ser un autor solvente en distancias largas y capaz de aunar elementos tecnológicos de ese futuro que muchos soñamos, con miedos ancestrales que creíamos haber dejado atrás. Además, su prosa sencilla y hermosa invita a adentrarse en la historia a velocidades cercanas a la de la luz. Por supuesto, Señales de Érebo no es perfecta, ya que adolece de una «resolución» demasiado simple. Pero ¿quién soy yo para contradecir la Ley de Ockham?
Esta odisea espacial, con guiños al horror cósmico, es una de esas obras que hay que leer para recordar que hemos nacido para explorar, avanzar y buscar respuestas, y que, por mal que se pongan las cosas, nunca hemos de rendirnos, pues tarde o temprano, volverá a salir el Sol.
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