La vida es un don maravilloso, aunque muchas veces no seamos capaces de verlo. ¿Por qué ha de cambiar nuestra forma de mirar? ¿Por qué no podemos seguir observando a nuestro alrededor de la misma forma en que lo hacíamos durante nuestra infancia? ¿Acaso lo sabemos todo? ¿Acaso lo entendemos todo? El peso de lo cotidiano nos ha transformado en seres prácticos desterrando la magia de nuestros ojos. Ya no nos podemos permitir perder tiempo imaginando o deseando lo imposible. Ahora sólo somos capaces de fijarnos en aquello que nos resulta útil y conveniente. El tiempo pasa, nos hace madurar y pensar que lo extraordinario raramente acontece. Por mucho que lo deseemos. Llega un momento en la vida en el que el azul del cielo carece de profundidad. En el que el verde de la hierba no nos transmite intensidad. Un momento en el que nuestro mundo interior comienza a perder fuerza y es invadido por un creciente vacío que se alimenta de ausencia y pérdida.
¿Qué ocurriría si pudiésemos conservar siempre esa mirada que tuvimos de niños? ¿Si de adultos aún nos asombrásemos con cada amanecer y con cada gota de lluvia? Tal vez nos asaltasen recuerdos que, inevitablemente, dispararían nuestras reflexiones y deseos. Tal vez sintiésemos alegría y nostalgia. Tal vez amor y melancolía. ¡Qué maravilloso sería! Pero para que fuese perfecto, para que la experiencia fuese sanadora y catártica, necesitaríamos algo más. Alguien con quien compartirla. Alguien a quien transmitir la magia y, sobre todo, nuestra humanidad.
Creo que sólo conozco a un hombre adulto que conserve esa mirada. Su nombre es Björn. Estoy seguro de que una vez deseó tener un amigo a quien transmitir cada reflexión, cada sentimiento y cada deseo. También estoy seguro de que, como no lo encontró, intentó construirlo en algún desván. Pero como esto tampoco pudo lograrlo, decidió sentarse y escribir su primera novela.
Piel de hojalata, aunque escrita en prosa, es obra de un poeta. Un relato íntimo que oscila entre el humor, el sentido de la maravilla y soberbios pasajes cargados de melancolía. Una creación de extrema sensibilidad y agudo ingenio donde la pasión por la vida y el amor por la naturaleza se enfrentan al vértigo que provoca el paso del tiempo y la pérdida de los seres queridos.
Los personajes de cuento, las cigüeñas y los amaneceres aún tienen cabida en vuestra vida. Podéis seguir disfrutando de la nieve y la lluvia. No necesitáis volver a ser niños, sólo mirar como cuando lo erais. Tampoco necesitáis cambiar quien sois ni olvidar lo que sabéis, sólo soñar con aquello que olvidasteis que deseabais. Si os sumergís en esta historia, lograréis olvidar responsabilidades y cerrar heridas. Björn nos ha reservado un sitio en su desván para que nos sentemos junto a él y junto a Darwin, su fiel y silencioso compañero de metal.
¿Quién no querría recuperar esa magia? ¿Quién no desearía un confidente como el suyo? Construyamos nuestro propio hombre de hojalata, o imaginemos que lo hacemos. Si todos fuésemos como Björn, este sería un mundo mucho mejor.
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