Paco Santos, como hiciera en su momento Agatha Christie, ha escrito algo sublime, capaz de ser llevado a la gran pantalla; si en Asesinato en el Orient Expres (1934), “los desconocidos” son descubiertos por un intuitivo Poirot que los lleva a la policía, en esta novela, el protagonista, que no es detective sino periodista, mantiene su descubrimiento oculto; porque Rosendo es una prueba más de que (a lo mejor) todos tenemos por qué callar, «confirmaba sus sospechas de que entre ambos existía comunicación». En clave de humor –negro–, el autor lleva a cabo un retrato penetrante y cruel del mundo en el que vivimos; un retrato que enseña al lector la imagen del dolor, la vergüenza, la avaricia y el mal, aunque estén admitidos socialmente. Los asesinos mantienen su propia ética, una lógica que se hace trizas ante los asesinados. El lector se ve envuelto en situaciones límite, vividas en primera persona en alguna ocasión y en las que hemos deseado (porque todos tenemos un lado oscuro) un castigo ejemplar para los malvados; vivencias extraordinarias en las que el agraviado puede hacer desaparecer del mapa al agresor. ¿Se podía haber solucionado de otra manera? Seguro, sin embargo no habría resultado tan liberadora para Merche, esa descendiente de las hermanas de Arsénico por compasión (1944). Paco, al igual que Frank Capra, presenta los crímenes de su manual como un deber que hay que llevar a cabo para que la Tierra siga girando según la órbita que nos protege ¿Viviríamos entonces en un mundo más justo?, ¿más feliz? Pues ahí lo deja.
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