“El único de los nuestros lo suficientemente cobarde como para huir en dirección a una guerra”
¿Quién perdería el tiempo rezando a un dios que parece no escuchar, pudiendo acudir a otro que concede cualquier deseo? Uno que da, pero que también quita, pues lo imposible siempre tiene un alto precio. ¿Y qué puede interesar más a un dios que la vida de sus fieles? ¿Puede haber algo más valioso que la propia sangre?
Claro que nadie caería en la tentación sabiendo esto, ¿verdad? Nadie pediría nada a un dios así, como nadie vuelve a utilizar una tarjeta de crédito que, mes a mes, incrementa los intereses sobre la deuda hasta que termina por ser impagable…
Hay dioses indistinguibles de los demonios. Existen males endémicos que convierten en cómplices a sus víctimas; hombres y mujeres que alimentan a la fuente de sus pesadillas y contribuyen a que se propague. No hay secretos más aterradores que los que esconde el bosque, ni más asfixiantes que los que comparte un pueblo entero. Así que no confiéis en Aitziber Saldias; nos ha embaucado con su prosa y nos ha conducido a Urrun para saldar su deuda. Ha dosificado cada pista y cada descubrimiento hasta que hemos comprendido lo que ocurría. Pero ya era tarde y nunca podremos escapar.
Las raíces recuerdan tu nombre es una novela oscura y opresiva de principio a fin. Una joya que convierte al escenario en un protagonista más. Que no reinventa ningún género, pero le da una primorosa vuelta de tuerca tanto al folk horror como a la literatura sobre casas encantadas y que guiña, casi imperceptiblemente, un ojo al realismo mágico.
La autora vasca nos mantiene pegados a su protagonista durante las doscientas páginas que componen la obra. Nos hace ver por sus ojos y sentir su desasosiego. Seguir las pistas, leer sus diarios y recomponer el puzle de su pasado. Pensar que lo más sensato sería huir, aunque fuese hacia la guerra, y pasar de la angustia a la desesperanza, al pánico y la ira. Y es que Aitziber lo tiene todo planeado y somos títeres en sus manos. Manteniendo una atmósfera sofocante, y dejándonos un rastro que seguir, nos hacen percibir a Lander como un cordero conducido al matadero, sin que nos percatemos de que nuestro destino está ligado al del último de los Herrera. Si él no salda su deuda, nosotros tampoco lo haremos.
La prosa de Saldias es su encantamiento. Elige la tercera persona para hipnotizarnos y no se pierde en descripciones. Nos empapa en oscuridad con frases precisas y afiladas. No derrocha tinta en escenas o subtramas que nos alejen de lo que nos quiere contar y, si nos esforzamos lo suficiente por sacar la cabeza del argumento y fijarnos únicamente en la forma en que maneja el lenguaje, no encontraremos ni una sola página sin párrafos creados para dejar cicatrices en nuestro ánimo. Tan solo los difuntos, esos que en otra circunstancia deberíamos temer, nos conceden algo de paz despertando nuestra empatía.
A veces es mejor no volver al pasado, no volver al hogar. Quien nace en Urrun, ha de morir en Urrun, pues algunas deudas son imposibles de saldar. La casa de Lander, el hospital y el bosque son los vértices de un triángulo maldito plagado de orugas. Afilad vuestra hacha y resistid. Si no sucumbís a la locura ni traicionáis a quienes os acompañen, puede que Aitziber os permita marchar para leer sus futuros trabajos. Pero tened muy claro que las raíces recordarán vuestro nombre y algún día os harán regresar.
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