—Bueno, no está del todo mal. ¿Por qué lo llaman loft si no es más que una habitación con cocina? ¡Qué manía con ponerle nombres raros a las cosas para que parezcan lo que no son! Tendrás que reorganizar los muebles y limpiar a fondo la cocina. ¡Tiene mierda del año que la pidas! ¡Qué asco! —rezongó Carmen sin cortarse a la hora de criticar la elección de Sara. Aunque le desagradase, era una de las labores de las madres: asegurarse de que cuando su hija se independice se siga sintiendo como en casa.
—Mamá, no te pases que para mí sola está muy bien. Céntrico y muy barato. Me ha dicho el casero que con lo soleado que es voy a ahorrar un dineral en calefacción —se defendió Sara consciente de que su madre le seguiría poniendo todo tipo de pegas. No llevaba bien que su niñita se fuese del nido tan pronto. Los treinta años que Sara había vivido en su casa le habían sabido a poco—. Además, todavía no has visto lo mejor.
—¡Qué maravilla de terraza! Aunque con lo desangelada que está, aquí tienes más trabajo que en la cocina —exclamó Carmen intentando enmascarar la envidia que le daba no tener en su casa un rincón tan soleado para sus plantas.
—Anda, deja de pensar en lo bien que estarían aquí tus geranios y ayúdame a mover el sofá-cama que lo voy a poner en frente de la ventana. Quiero que la luz del sol me despierte cada mañana.
Apenas podía abrir los ojos, la luz que se colaba por lo que quedaba de ventana los dañaba aún más. Tumbada en la cama notaba como las gotas de sudor corrían por mi cuerpo. Me sentía pegajosa y sucia. Inmóvil, sin poder hacer nada, ansiaba que cayese la noche para que el insoportable bochorno que inundaba la habitación se mitigase. En un intento de evitar caer en la locura, contaba los días que llevaba postrada. Si las cuentas no me fallaban en esta época del año el sol no podía ser tan fuerte como para provocar temperaturas tan elevadas dentro de mi casa.
—Sara, qué bien que ya estés en casa. ¿Qué tal en la oficina? —gritó Carmen desde la terraza a modo de saludo en un intento de captar la atención de su hija —. Ven un momento que te vas a quedar pasmada.
—Pero mamá, ¿dónde vas con este vergel? Con la mala mano que tengo para lo verde —se quejó Sara, aun a sabiendas de que su madre en aquel momento solo tenía ojos para las plantas.
—Mira qué maceteros más chulos. Les he dicho a los del vivero que tienes la misma mano para las plantas que tu padre y me han dado lo más resistente que tenían. Solo tienes que ponerte una de esas alarmas del móvil para regarlas una vez a la semana —siguió Carmen con su discurso.
—Haz lo que quieras, pero no te garantizo que de aquí a primavera no estén todas muertas —contestó Sara sabiendo que era la mejor forma de chinchar a su madre—. Si yo con un par de plantas de interior me habría apañado.
—¡Estás tonta! ¿Cómo vas a tener plantas en esa habitación tan pequeña? No sabes que es peligroso dormir en una habitación con plantas. Por la noche te roban el oxígeno —regañó a Sara, recordándole lo que le había repetido hasta la saciedad—. ¡Ni exagerada, ni leches!
Con la caída del sol parte de mi sufrimiento se atenuaba. Mi cuerpo dejaba de derretirse y disfrutaba del frío de la noche. Aunque sabía que la ponzoña que cubría mi cuerpo seguía allí, desaparecía la sensación de suciedad que tanto me disgustaba. Otra bendición de la noche era que dejaba de ver en lo que se había convertido mi exclusivo lotf y podía darle un poco de tregua a mi frágil cordura. Pero lo mejor que traía la noche era el efecto que el aumento de dióxido de carbono causaba en mi organismo. El ambiente estaba tan cargado que con un par de respiraciones intensas bastaba para empezar a adormecerme y descansar al ver cómo la terrible realidad que estaba sufriendo se desvanecía.
—Sara, tienes las plantas hechas una pena. Te dije que con que las regases una vez por semana bastaría —rezongaba Carmen mientras vertía el contenido de la regadera en las macetas.
—Mamá, ya te lo advertí: no me gustan y entre el curro y las oposiciones no doy abasto —se justificó resignada ante la cara de desaprobación de su madre—. No tengo tiempo para mí, como para perderlo en regar cuatro tiestos.
—La culpa es tuya por independizarte, en casa estarías perfectamente atendida y con más tiempo libre —zanjó la discusión, cambiando de tema para evitar réplicas—. Mira, esa enredadera es la única que está saliendo adelante, le va a dar un toque muy fresco a la pared.
A la noche le seguía la mañana y era entonces cuando volvía el bochorno y la locura en la que mi vida se había convertido. Los primeros días los pasé hundida en la desesperación, intentando buscar una explicación racional a aquella sinrazón y no me di cuenta de lo que pasaba a mi alrededor. Después de días intentando gritar, moverme para librarme de mis ataduras y llorando en silencio, me di por vencida y comencé a analizar la situación. Aquel engendro del diablo, que me mantenía inmovilizada y amordazada no buscaba otra cosa que alimentarse de mí, mejor dicho, de mis fluidos. Con sus ásperas hojas recorría mi cuerpo en busca de las gotas de sudor que perlaban mi piel. Para ella era una fiesta cuando no resistía mis ganas de llorar.
—Mamá, ¿otra vez te has pasado la mañana en mi terraza? —gritó con fastidio Sara al ver el abrigo de su madre pulcramente doblado encima de su cama, mientras pensaba en que iba a tener que cambiar la cerradura.
—Ven corre, luego comes que te he traído unos tuper para que no tengas envidia de estas preciosidades —contestó Carmen dejando claras cuáles eran las prioridades—. Mira lo que he comprado: un riego automático. Es un poco caro, pero no quiero que cuando volvamos del pueblo y tú del intercambio las plantas estén totalmente echadas a perder. En poco tiempo empezaran a florecer y ya verás qué cambio.
—Está bien, lo que tú digas —contestó resignada sabiendo que discutir con ella sería una pérdida de energía inútil.
Casi un mes retenida en mi propia casa y nadie ha venido a interesarse por mí. La culpa es mía y de mis mentiras. Me pareció buena idea inventarme lo del intercambio cultural en Argentina para evitar que mi madre me llamase por teléfono cada cinco minutos. La verdad es que si no fuese por la situación en la que estoy, me reiría pensando en lo bien que lo he hecho. Mi plan para pasar mi mes de vacaciones encerrada en casa dándole un empujón a las oposiciones sin ninguna distracción ha dado resultado. Con mi madre en el pueblo pensando que estoy en el quinto pino y mis amigos respetando su promesa de que no me molestarían en mi autorreclusión, le habría dado un buen empujón al temario.
—Sara, ¿Qué haces? ¡Deja esa rama en paz! —gritó Carmen al ver que su hija, distraídamente arrancaba una rama de la frondosa enredadera que ya cubría toda la pared.
—Mamá, no exageres, que solo es una planta.
—Mira niña, es un ser vivo. ¿Te gustaría a ti que un árbol te arrancase un brazo? —continuó con la regañina en el tono que utilizaría con una criatura de cinco años.
—¡Mamá, qué ya no soy una niña! —protestó cada vez más alterada, pero sabiendo que en breve podría estar sola durante una buena temporada—. No os olvidéis la cartilla del médico y los abrigos, que esta vez yo no voy a estar para hacerme cuatrocientos kilómetros.
Cada vez me encontraba más débil y la cordura, al igual que las fuerzas, me abandonaba. Desde pequeña odiaba tener que dar la razón a mi madre, y esa vez fue la más dolorosa, y no solo por mi orgullo herido. A aquel engendro de enredadera no le bastaba con libar mis fluidos, sino que intentaba aprovechar al máximo la calidez de mi cuerpo. En cuanto notaba que la febril temperatura que me aquejaba desde que empezó esta pesadilla, bajaba, apretaba su abrazo intentando aprovechar al máximo el calor. Una tarde, tal fue aquel abrazo que la articulación de mi rodilla crujió. Durante unos segundos, sentí cómo un dolor inmenso atravesaba mi cuerpo para dar paso a la oscuridad. Al despertar, aunque mi cuerpo ardía pude respirar mejor, ya que la intensidad del abrazo había aflojado.
—¡Tienes el carácter de tu padre! Un olvido lo tiene cualquiera. Y mira, por lo menos nos hiciste una visita. Estoy harta de que siempre me pregunten en el teleclub cuándo vas a ir —Carmen estaba nerviosa por el viaje de su hija y no le gustaba estar en el pueblo tanto tiempo sin ella. Iban porque a Ramón le gustaba—. Bueno cariño, dentro de un mes tenemos que volver porque tu padre tiene revisión. Ya me pasaré a verte.
—Como quieras, en esas fechas ya estaré de vuelta.
—Ya verás que bien van a estar las plantas, llevó toda la semana viniendo un ratito a hablar con ellas y mira si se nota. Un poco de agua y amor es lo único que necesitan.
Esta misma mañana lo escuché por primera vez. Primero ha sido un leve murmullo que he achacado a mi locura, pero luego ha ido in crescendo. El leve ruido, similar al del congelador de mis padres, ha ido aclarándose hasta que por fin he empezado a entender lo que me decían: «No te resistas, únete a nosotras. Es hora de reclamar lo que es nuestro». He notado un sentimiento de paz y por fin he comprendido que ya no hay vuelta atrás, que la única forma de seguir adelante es unirme a ellas. Ser parte de su lucha por mantener este planeta lejos de los odiosos humanos que no lo tratan con el respeto y cuidado que se merece. Ya soy parte de ella, de mi cuerpo humano apenas queda nada. Mi piel se ha secado y se ha trasformado en corteza, supongo que ahora mi rostro no será más que una de esas caprichosas formas que tanto me sorprendían cuando de pequeña iba al bosque con mis padres. Padres…Ahora mi madre estará orgullosa de mí, soy una de sus amadas plantas. No cabrá de gozo cuando sepa que estoy a punto de florecer.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Nací en Valladolid hace medio siglo. Ciudad en la que sigo viviendo y trabajando como empleada de banca para pagar la hipoteca. Disfruto observando el anodino mundo en el que vivo en busca de algún detalle, cara, imagen o sonido que me sirva de inspiración para crear mis realidades paralelas. Me gusta experimentar con distintos géneros, personajes y extensiones, pero reconozco que siempre, en mayor o menor medida, acaban teniendo un toque siniestro y oscuro. Varios de mis relatos han sido seleccionados para formar parte de diversas antologías o premiados en concursos. Entre ellos Días de matanza en la Antología Apocalipsis (Revista Tártarus 2.020), El ERE ganador del I Concurso de relatos de 50YFN (Club de escritores 2.020) y La Ruta de la Plata en la Antología KALPA V, Relatos de Naves Nodriza en Castilla y León (ACLFCFT 2.020). También he tenido el honor de publicar en revistas como Literentropía, Droids & Druids, Mordedor o Tentacle Pulp y aunque aún no tengo blog propio podéis encontrarme en el blog Cylcon (ACLFCFT).
No dejéis de seguir a Yolanda Fernández en Twitter: @yolanda58209721
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El relato me parece una verdadera maravilla. Sorprende, es fluido, engancha… Un gran trabajo
¡Totalmente de acuerdo contigo, Nohemí!
Muchas gracias por tus palabras. Me alegra que te haya gustado.