Con La que vino de Andros, he recordado al autor, pues, aunque no la había leído, he podido constatar el estilo, ¡tan moderno!, del que alguien del siglo II a.C. hacía gala. De hecho, hasta nuestro siglo XVIII, al menos, llegó su influencia, aunque probablemente autores posteriores también siguieron a este dramaturgo.
El libreto, reeditado en 2001 por Ediciones Clásicas es una joya. Tiene el tamaño ideal para leerlo en cualquier sitio y en la primera parte encontramos unas indicaciones de Juan Luis Arcaz y Antonio López, profesores de la Universidad Complutense, que nos ponen en antecedentes sobre la obra de manera que, al leerla, nos abra la mente a distintas interpretaciones.
El título ya nos hace pensar en lo poco que hemos cambiado, han pasado veintitrés siglos y el problema de la inmigración sigue latente.
Es un lujo, al que todos tenemos acceso, leer y disfrutar con los clásicos, pues nos aconsejan, nos hacen reflexionar y, sobre todo, nos divierten.