INTRODUCCIÓN
Desde tiempos inmemoriales, la Humanidad ha aceptado la existencia de otros seres que comparten su espacio vital, llámense dioses, espíritus, fantasmas u otro tipo de entidades. Esta creencia se extiende a la periferia del mundo conocido, con extrañas criaturas poblando la Terra Ignota.
Por sorprendente que pueda parecernos, la idea de que no estamos solos en el Universo existe desde la antigüedad. La primera mención a esta posibilidad aparece en textos jainistas y resulta natural en el hinduismo, religión que defiende la multiplicidad de eras y de mundos. En la tradición grecorromana, la aceptaron filósofos como Anaxágoras, Demócrito, Epicuro, Plutarco y Lucrecio. Algunos musulmanes, como el científico Fakhr al-Din al-Razi o el imam Muhammad al-Baqir, también consideraron esta posibilidad.
En general, podemos clasificar en dos tipos los razonamientos de estos primeros pensadores. El primero es utilitarista: dado que el universo fue creado por un ser inteligente, sería un desperdicio de recursos haber creado los astros para dejarlos desprovistos de población. El segundo es natural-evolucionista: si los seres terrestres han llegado a su forma actual por un proceso evolutivo, eso mismo puede haber sucedido en los cuerpos celestes.
Ya en aquella época se escribió la primera obra literaria con extraterrestres, la Historia Verdadera del romano Luciano, considerada por algunos la primera novela de ciencia ficción.
El cristianismo y la Edad Media no fueron fecundos a la hora de cuestionarse la vida extraterrestre. Alberto Magno y Tomás de Aquino mantuvieron que nada impedía a Dios todopoderoso haber creado vida en otros cuerpos celestes, si bien no entraron en detalles por lo de acabar en la hoguera y tal. Ya en el siglo XVI, con la Revolución Científica en marcha, Giordano Bruno defendió la multiplicidad de mundos y la posibilidad de que en estos hubiera vida; estas y otras ideas atrajeron las iras de la Iglesia y el bueno de Bruno acabó ligeramente chamuscado.
En el siglo XIX, la revolución darwiniana destronó al ser humano de su lugar central en la Creación y la comunidad científica aceptó que el ser humano había emergido a través de un proceso evolutivo natural que podría haberse producido en otros lugares del Universo. En algún sonado caso, como el del astrónomo semiprofesional Percival Lovell, se llegó a plantear que existía una civilización avanzada en Marte.
Así mismo, aparecieron más obras literarias que mencionaban a alienígenas, algunas escritas por renombrados científicos, como Somnium de Johannes Kepler (1608), otras con sólida base científica como La guerra de los mundos de H. G. Wells (1898) y, finalmente, las que constituían puro escapismo como Una princesa de Marte de Edgar Rice Burroughs (1912).
Hasta ese momento, la idea de alcanzar el espacio se antojaba lejana. No obstante, en 1950, con el poder del átomo recién descubierto, los cohetes alcanzando el espacio y las primeras oleadas de avistamientos de “platillos volantes”, el físico italoamericano Enrico Fermi planteó la siguiente pregunta: si asumimos que puede haber extraterrestres ¿dónde están? A esta pregunta, sin respuesta clara, se la conoce como la Paradoja de Fermi.
El propio Fermi respondió a su paradoja de la siguiente forma: si hubiera extraterrestres los habríamos visto; como no los hemos visto, es prueba de que no existen. A esta respuesta conviene alegar que la ausencia de evidencia no implica evidencia de ausencia. Por tanto, la respuesta de Fermi resulta insatisfactoria.
Antes de entrar en materia, repasemos algunos números. Nuestra galaxia, la Vía Láctea, contiene al menos cien mil millones de estrellas. Y, de todas estas, solo se conoce que exista vida inteligente en una, la nuestra. Semejante disparidad exige una explicación.
La buena noticia es que tenemos explicaciones. La mala es que tenemos demasiadas y ninguna concluyente.
- EL SOL ES RARO
La mayoría de las estrellas se encuentran en lo que se llama “secuencia principal” y se agrupan según los tipos espectrales O, B, A, F, G, K y M (por qué no se clasificaron por orden alfabético es una historia que dejaremos para otro día). Las de tipo O, B y A viven menos de mil millones de años y, por lo tanto, no se considera que les dé tiempo de desarrollar vida inteligente. Afortunadamente, entre O, B y A no llegan ni al 1% de la población estelar.
Las estrellas de tipo M suman aproximadamente el 73% del total y viven muchísimo tiempo, pero presentan diversos problemas. El más acuciante es que tienen la molesta tendencia a emitir enormes eyecciones capaces de arrancar la atmósfera de los desafortunados planetas que las orbiten.
Eso nos deja con las estrellas de tipo F (3%), G (7%) y K (12%) como las mejores candidatas a desarrollar vida, pues viven lo suficiente como para que esta prospere y no son hostiles a los planetas que hospedan. El Sol se ubica justo en el supuesto punto idóneo, siendo una estrella de tipo G.
No todas las estrellas F, G y K son buenas candidatas para albergar vida. Aquellas que son muy antiguas (llamadas Población II) tienen pocos elementos más allá de hidrógeno y helio, lo que incluye nitrógeno, oxígeno, carbono, fósforo, etc, que son necesarios para que aparezca la vida.
El Sol es una estrella solitaria. Aproximadamente el 50% de los sistemas estelares son solitarios y, si bien los sistemas con dos estrellas o más imponen ciertas restricciones a la estabilidad de los planetas que albergan, un mundo con dos soles como Tatooine de Star Wars es perfectamente posible.
Aún hay más restricciones. Demasiado cerca del centro galáctico, la intensa radiación pone serias trabas a la habitabilidad de un planeta. Demasiado lejos del centro galáctico, la metalicidad de los sistemas posiblemente sea demasiado baja. Eso lleva a considerar una Zona de Habitabilidad Galáctica en la que, de nuevo, nos encontramos justo en el centro.
Así pues, aunque no es esperable que todas las estrellas de la galaxia permitan la vida, no parece haber ninguna restricción fundamental que impida que esta florezca en miles de millones de sistemas… ¿O tal vez sí? Hay una característica del Sol que sí parece peculiar: es inusualmente estable. Estrellas similares a él muestran súbitas erupciones y cambios de brillo capaces de convertir en páramos sin atmósfera los potenciales planetas habitables que las orbiten.
- LA TIERRA ES RARA
Si usted se cree raro y diferente, no se preocupe, porque hay científicos que consideran que la Tierra es rara y diferente. Apoyan su tesis en la singularidad de nuestro planeta, el cual posee elementos imprescindibles para la vida como agua, atmósfera, campo magnético, tectónica de placas y, en comparación a su tamaño, cuenta con un enorme satélite. Además, en el Sistema Solar hay un gran planeta (Júpiter) que actúa como perro pastor, controlando las órbitas de los asteroides.
Esta hipótesis se ha utilizado raras veces en la ficción, con la notable excepción de la novela corta Jinetes de la antorcha de Norman Spinrad (1978).
No todo el mundo está de acuerdo con esta hipótesis. Atributos tan “especiales” como agua, atmósfera y campo magnético son comunes en nuestro propio Sistema Solar. Hubo tectónica de placas en Marte. Solo la existencia de una enorme Luna podría ser verdaderamente rara, pero ni siquiera está claro qué influencia puede tener en la aparición de vida extraterrestre.
La hipótesis de la Tierra rara gozó de popularidad en un momento en el que no se tenía certeza sobre cómo se formaban los planetas, no se había explorado nuestro Sistema Solar y no se habían descubierto planetas en otras estrellas. Hoy en día, que se han descubierto más de 5000 planetas fuera de nuestro Sistema Solar, la mayoría de los astrónomos descartan la idea de que la Tierra sea excepcionalmente rara.
Para rematarlo, puede que la Tierra ni siquiera sea el tipo de astro con vida más común. La exploración del Sistema Solar ha desvelado mundos como Europa y Encélado que, tal vez, encierren vida bajo sus cortezas heladas. También, aunque no tengamos pruebas directas de su existencia, se tienen fuertes sospechas de que existen mundos tipo “planetas oceánicos” y “supertierras” que podrían ser aún más habitables que la propia Tierra.
- LA VIDA ES RARA
La vida es un fenómeno excepcionalmente complejo que no llegamos a comprender del todo. Peor aún lo tenemos para comprender cómo se originó la vida en la Tierra. ¿El motivo? Las pruebas de lo que sucedió se han volatilizado. No queda rastro de la atmósfera primigenia de la Tierra, tampoco de las sustancias que flotaban en sus océanos. Ni siquiera tenemos rocas que nos narren los sucedido: mientras que la Tierra se formó hace unos 4540 millones de años, la roca más antigua que se conoce data de hace 4000 millones de años. Los experimentos en laboratorio solo han tenido éxito parcial: se ha logrado sintetizar sustancias como aminoácidos pero no hemos logrado crear vida artificial.
Mezcle estos ingredientes, súmele la ausencia de fósiles durante unos miles de millones de años y todo apunta a que la vida habría tardado una eternidad en aparecer. En estas condiciones parecía razonable suponer que la vida es un fenómeno raro, tal vez irrepetible en el Universo.
No tan rápido. Conforme la geología avanzaba, se encontró evidencia incontrovertible de formas de vida hace 3500 millones de años, pero hay sólidos indicios de que ya existía vida en la Tierra en las rocas más antiguas que tenemos (4000 millones de años), y si tiramos hacia atrás el reloj evolutivo, hay quien coloca el primer ser vivo hace 4400 millones de años.
Disponemos de fragmentos de zirconitas de hace 4400 millones de años que prueban que por aquel entonces ya había océanos. Esto sugiere que la vida surgió en cuanto aparecieron los océanos e implica que la vida es un fenómeno prácticamente inevitable si se dan las condiciones adecuadas.
La aparente contradicción entre la complejidad de la vida y su pronta aparición puede explicarse desde diversas ópticas, como la panspermia o considerando la vida como un fenómeno autorganizado.
No hemos encontrado vida en otros lugares del Cosmos. Ni siquiera estamos seguros si hay (o no) vida en otros lugares del Sistema Solar. De todas las misiones enviadas a los planetas, solo las Viking 1&2, lanzadas a Marte en 1975, buscaron ex profeso formas de vida y sus resultados no fueron concluyentes. Dentro del Sistema Solar, los objetos más prometedores para albergar vida son Marte, Europa y Encélado, pero –de existir– esta se hallaría a kilómetros bajo la superficie, lo que convierte su detección en toda una odisea.
Dadas las dificultades que entraña encontrar vida en otros lugares del Sistema Solar, es posible que la primera prueba de la existencia de vida extraterrestre la obtengamos de otras estrellas. De lo que se trataría es de analizar la atmósfera de los exoplanetas para detectar indicios de vida (biomarcadores). En particular, una temperatura razonable y la presencia de agua, dióxido de carbono y ozono se interpretarían como pruebas de que existe vida (el agua y el dióxido de carbono son necesarios para la vida tal y como la conocemos, la presencia de ozono indicaría la existencia de oxígeno, un gas que solo puede existir en grandes cantidades si “algo” como la fotosíntesis está alterando la química de la atmósfera). Se vienen efectuando propuestas desde los años 90, pero las dificultades técnicas y el astronómico coste han postergado una y otra vez la iniciativa. La propuesta más madura en estos momentos es el Habitable Worlds Observatory de la NASA, que no despegará antes del 2040. Los científicos prevén que el HWO sea capaz de analizar decenas de planetas similares a la Tierra. ¿Encontrará biomarcadores o todos estos mundos serán en apariencia estériles como Venus o Marte?
En resumen, la idea de que la vida es un fenómeno raro gozó de popularidad entre los siglos XIX y XX, pero fue quedando relegada conforme avanzaba la geología. Hoy, el consenso en la comunidad científica es que, con el tiempo y las condiciones oportunas, la vida aparece por sí sola, aunque no sepamos bien cómo. Dentro de unas décadas podremos certificar cuál de las dos visiones es correcta.
- LA VIDA COMPLEJA ES RARA
Como hemos visto, la Tierra se formó hace 4540 millones de años y la vida apareció poco tiempo después, en algún momento indeterminado entre 4400 y 3500 millones de años. Irónicamente, la rapidez de aparición de la vida en la Tierra plantea un problema, y es que –perdónenme los microbiólogos– la vida no hizo nada interesante hasta la aparición de los primeros organismos eucariotas hace unos 1800 millones de años. Eso significa que hubo entre 1700 y 2600 millones de años en los que la evolución no hizo gran cosa.
Tras la aparición de las células eucariotas, tenemos un nuevo periodo desértico hasta la siguiente revolución: la aparición de los primeros organismos pluricelulares hace 600 millones de años.
El problema con esos enormes lapsos de tiempo en los que la evolución hizo poca cosa es que el entorno va cambiando. Las estrellas varían su brillo (cuando el Sol se formó solo emitía el 70% de lo que lo hace ahora). Caen meteoritos (pregúntenles a los dinosaurios). Se pierde parte de la atmósfera, en especial los elementos más ligeros como hidrógeno y helio. Disminuye el vulcanismo. Suponer que un planeta mantendrá condiciones aptas para la vida durante miles de millones de años es suponer mucho. Marte y Venus son buenos ejemplos de ello, ambos se formaron con océanos y ambos los han perdido.
Peor aún, los dos acontecimientos que he mencionado fueron únicos. Las células eucariotas solo han aparecido una vez en toda la historia de la Tierra. Mientras que, por ejemplo, las alas han aparecido al menos 5 veces de forma independiente, todas las células eucariotas de nuestro planeta provienen de un único ancestro, lo que sugiere que su aparición es un fenómeno difícil de repetir. De nuevo, la aparición de seres pluricelulares también es un fenómeno único en toda la historia de la vida en la Tierra. No aparecieron antes ni después, lo que nos lleva a sospechar que se trata de un fenómeno raro.
En resumen, es muy probable que la gran mayoría de planetas con vida solo alberguen vida unicelular. Es posible incluso que la aparición de vida compleja sea un fenómeno muy raro.
- LA VIDA INTELIGENTE ES RARA
Tendemos a pesar que existen seres “mejores” o “más evolucionados”. Se trata de un craso error, puesto que la presunta superioridad de un ser respecto a otro depende de las condiciones. En el medio ambiente, lo que parece una ventaja puede convertirse fácilmente en un inconveniente. El guepardo, por ejemplo, es el animal terrestre más rápido y eso constituye una obvia ventaja pero, para lograr semejante velocidad, sus garras no le permiten trepar por los árboles, debe prescindir de todo peso superfluo (mandíbulas, cerebro y grasa), y no es un corredor de fondo.
Con el cerebro sucede lo mismo. Aunque nos creamos “más evolucionados” que las medusas, lo cierto es que tanto los humanos como las medusas hemos llegado hasta aquí siguiendo el mismo proceso evolutivo. Las medusas, que no tienen cerebro, existen desde hace 500 millones de años y les va estupendamente. Nuestro gran cerebro, a pesar de sus obvias ventajas, supone un considerable derroche de recursos: constituye solo el 2% de nuestra masa corporal, pero consume el 20% de las calorías. Además, nuestros cerebros son tan grandes que las mujeres tienen serias dificultades para dar a luz y, para rematarlo, nacemos siendo seres indefensos que precisan cuidados constantes durante varios años.
Conviene recordar que ni los organismos unicelulares, ni los hongos, ni el reino vegetal han desarrollado cerebro y que incluso en el reino animal hay numerosas especies que no cuentan con él. Así pues ¿podemos esperar que la vida extraterrestre desarrolle el cerebro?
Los tejidos blandos como el cerebro fosilizan mal, por lo que es difícil saber exactamente cuándo surgió el cerebro en el reino animal, pero sabemos que fue hace más de 520 millones de años. Para medir de alguna forma la inteligencia se utiliza el Coeficiente de Encefalización (EQ), que resulta de dividir la masa del ser vivo por la masa de su cerebro. Pues bien, si buscamos en cada era geológica el ser vivo con mayor EQ encontramos que desde hace 520 millones hasta ahora, el EQ máximo no ha hecho sino subir. Este hecho no resulta demasiado sorprendente, puesto que la vida tiene una fuerte tendencia al aumento de complejidad y sugiere que la aparición de una inteligencia creciente sería una consecuencia natural de la evolución.
Para añadir optimismo a la cosa, se sabe que el cerebro ha aparecido no una sino diversas veces en la historia de la vida en la Tierra, al igual que otros órganos como los ojos o las aletas.
En resumen, todo apunta a que si cuenta con condiciones favorables y se deja suficiente tiempo, la vida termina generando seres dotados de algún tipo de inteligencia y, de estos, algunos pueden alcanzar cotas considerables de la misma.
- LAS CIVILIZACIONES SON RARAS
Si algún día los encontráramos alienígenas similares a los delfines sería un descubrimiento excepcional, pero seguiríamos considerando que estamos solos en el Universo.
Tener una considerable inteligencia no es suficiente: el objetivo último de nuestra búsqueda es encontrar una civilización extraterrestre. ¿Y qué es una civilización? Básicamente, un conjunto de individuos que ha desarrollado una tecnología y cultura que no se derivan directamente de su biología.
Ciertamente, hay otros animales terrestres que tienen rudimentos de tecnología. Algunos simios utilizan piedras para romper frutos secos. Los monos capuchinos van más allá y son capaces de tallar piedras deliberadamente para que estas tengan filos cortantes. La anatomía puede constituir un serio impedimento para desarrollar la tecnología, como es el caso de los cetáceos.
Para tener cultura se precisa unos buenos medios para comunicarse y convivir con otros individuos de la misma especie por lo que, inevitablemente, las civilizaciones se tienen que formar en especies gregarias. Otro aspecto a tener en cuenta es que los individuos deben poder vivir suficiente tiempo para absorber y transmitir esta cultura. Algunas especies de cetáceos desarrollan rudimentos de cultura (técnicas de caza, lenguaje) y también lo hacen algunas especies de simios (uso de herramientas, lenguaje).
En la Tierra existen diversas especies que podríamos considerar como inteligentes pero que, sin embargo, no han desarrollado una civilización. Repasémoslas:
- CETÁCEOS: aunque viven bastante tiempo, son gregarios y tienen un avanzado sistema de comunicación, su anatomía imposibilita que desarrollen tecnología.
- CEFALÓPODOS: aunque su anatomía les posibilita fabricar instrumentos y comunicarse con facilidad, viven en solitario y tienen una esperanza de vida muy corta.
- SIMIOS: al tratarse de nuestros parientes más cercanos, no es sorprendente que cuenten con casi todas nuestras ventajas. Tienen una anatomía que permite fabricar instrumentos, viven agrupados y tienen una esperanza de vida larga. Sabemos que son capaces de entender nuestro lenguaje.
Los simios plantean un problema. ¿Qué les impide desarrollar una civilización? Además de que, obviamente, su inteligencia es menor, la respuesta más inmediata es que su sistema fonador no permite elaborar sonidos complejos. Sin un idioma complejo, no hay civilización. Pero ¡cuidado! Nuestro sistema fonador, que permite emitir una enorme variedad de sonidos, tiene un serio inconveniente: nos hace propensos a atragantarnos.
Así pues, nuestros ancestros tuvieron que desarrollar a la vez cerebros mayores y un sistema fonador capaz de transmitir más información, todo ello mientras necesitaban más calorías, corrían más riesgo de ahogarse, tenían más problemas para parir y las crías precisaban más cuidados. Honestamente, no parece una combinación ganadora y no es de extrañar que ninguna otra especie de la Tierra haya seguido esta estrategia. Conviene recordar que la divergencia entre las ramas que llevarían al chimpancé y a los humanos se produjo hace unos 7 millones de años. De la rama humana solo ha sobrevivido una especie: la nuestra. El resto se ha extinguido, probablemente por competencia con las demás por un nicho ecológico muy escaso. Somos una especie hiperespecializada y, en biología, eso es una invitación a la extinción. Un cambio radical en las condiciones ambientales a lo largo de esos millones de años hubiera bastado para que no hubiéramos llegado hasta aquí y, de hecho, hay investigadores que postulan que eventos como las glaciaciones o la erupción del Toba supusieron un serio contratiempo que casi nos lleva a la extinción.
La evolución de los seres humanos no fue sencilla y podría haberse abortado. Desde los 7 millones de años hasta hace 3,8 no sucedió gran cosa. Aparecieron entonces los primeros australopithecus que, si bien aún tenían cerebros del tamaño de los chimpancés (unos 400 cc), eran capaces de caminar a dos patas. El primer representante del género homo, el homo habilis, que pobló África entre 2,8-1,6 millones de años, tenía una capacidad craneal de entre 500-1000 cc pero, sobre todo, fabricaba herramientas de piedra. El siguiente representante, el homo erectus, que vivió hace 1,8-0,3 millones de años, tenía una capacidad craneal de unos 950 cc y era capaz de hacer fuego. Los neandertales, que vivieron hace 400000-40000 años, contaban con cerebros tan grandes como los nuestros (unos 1470 cc) y existen indicios de que tenían rudimentos de ceremonias funerarias, adornos, arte, música y navegación. Nuestra especie (homo sapiens sapiens) apareció hace unos 160000 años.
He dejado deliberadamente fuera la cuestión del lenguaje, puesto que no sabemos cómo eran los tejidos blandos de nuestros antepasados. Recuérdese, sin embargo, que algunos simios tienen rudimentos de lenguaje, por lo que es esperable que la aparición del mismo fuera algo gradual, añadiendo una gama de sonidos más amplia, más vocabulario y una gramática.
¿En qué momento podemos considerar que nace esa cosa difusa llamada “civilización”? Difícil de decir dado que los cambios, como hemos visto, fueron graduales. Además, buena parte de las pruebas (lenguaje, artilugios hechos de madera, pensamiento…) han desaparecido. Se suele colocar el hito en la aparición del fuego, algo que es inequívocamente humano y que demuestra una inteligencia y transmisión cultural elaborada. Eso colocaría el nacimiento de nuestra civilización aproximadamente hace 2,0-1,7 millones de años.
En resumen, incluso si la inteligencia extraterrestre fuera abundante, es posible que la aparición de una civilización sea un hecho improbable. Se requiere una extraordinaria combinación de factores para arrancar el proceso y un largo periodo de tiempo en el que puede descarrilar.
- LA TECNOLOGÍA AVANZADA ES RARA
Incluso si encontráramos alienígenas capaces de fabricar herramientas y comunicarse, nada permite presuponer que estos vayan a desarrollar tecnología avanzada.
Nuestra propia historia nos demuestra que la tecnología avanzada es producto de un conjunto de factores azarosos. Recordemos que nuestra especie apareció hace unos 160000 años. No obstante, la primera gran revolución, el sedentarismo, no surgió hasta hace unos 14000 años. La segunda, la agricultura, apareció hace 12000 pero no se expandió masivamente hasta hace 6000. Grandes civilizaciones como el Antiguo Egipto o el Imperio Bizantino, duraron milenios sin grandes cambios tecnológicos. Otras, como el Imperio Romano o los polinesios, conocieron periodos de decadencia y colapso.
No fue hasta el siglo XVI que la humanidad emprendió un camino ascendente imparable que la conduciría a la tecnología avanzada que conocemos hoy en día. La misma idea de “progreso” que nos es tan natural no aparece hasta el siglo XVIII.
En ocasiones el progreso es deliberadamente saboteado, como el caso del emperador romano Tiberio, que ordenó la ejecución del inventor de un “cristal irrompible”. Otro ejemplo bien conocido es el de la Rebelión de Ludd, una insurrección general en Gran Bretaña en protesta por la aparición de la máquina de vapor. En la actualidad tampoco nos salvamos de las actitudes antitecnológicas, basta con ver las reticencias que han despertado la energía nuclear, los organismos modificados genéticamente o la inteligencia artificial.
¿Qué condiciones fueron necesarias para que apareciera la tecnología avanzada? Es una pregunta que no tiene fácil respuesta, pero a la que los historiadores llevan tiempo intentando responder. Aquí van algunas ideas:
- SEDENTARISMO – Las civilizaciones nómadas tienen escasas pertenencias. En ese reducido peso (que hay que transportar) deben tener cabida la ropa, la vivienda, utensilios varios y reservas de comida y agua. Por supuesto, la tecnología avanzada no tiene cabida con medios tan precarios.
- ELEVADA POBLACIÓN – Civilizaciones con numerosos individuos que viven en un área reducida ofrecen a los individuos posibilidades de especializarse. A mayor número de personas, más posibilidades hay de que alguna de ellas tenga alguna idea innovadora y también se favorece el intercambio de ideas.
- CONTACTO CON OTRAS CULTURAS – Ninguna cultura ha desarrollado toda la tecnología con la que cuenta. Todas han exportado e importado ideas. Aquellas culturas que han tenido que evolucionar aisladas o semiaisladas (p.e. las amerindias) evolucionaron más lentamente que otras que contaban con mayores posibilidades de intercambio.
- COMPETENCIA – Históricamente se observa que los grandes imperios no dieron grandes saltos tecnológicos. Esto sucede porque los gobernantes prefieren una estabilidad que asegura su permanencia en el poder. Por el contrario, naciones más modestas, con intensa competencia, generaron grandes adelantos.
- DEBILITAMIENTO DE LAZOS FAMILIARES – La mayor parte de las sociedades humanas han mantenido fuertes vínculos familiares. Estos dictan a quién se debe obedecer, con quién te vas a casar, qué oficio vas a tener y el asesinato de quién debes vengar. El debilitamiento de los lazos familiares permite a los individuos salir del clan y explorar otras formas de hacer, lo que permite comparar entre varias opciones y escoger la mejor. También estimula el individualismo, lo que espolea la invención como forma de incrementar el beneficio personal.
- LIBERTAD DE PENSAMIENTO – Los regímenes totalitarios coartan el pensamiento crítico, lo que dificulta la exploración de nuevas posibilidades y frena el avance científico.
- SUERTE – Existen inventos y descubrimientos que le deben mucho a la suerte. Tomemos por ejemplo la imprenta. Los griegos y romanos eran civilizaciones con un grado de alfabetización elevado para la época y contaban con bibliotecas con miles de ejemplares, sin embargo no inventaron la imprenta porque, sencillamente, desconocían el papel. Sí, conocían el papiro y el pergamino pero ninguno de los dos resulta adecuado para la imprenta. Por otro lado, cuando los musulmanes y los chinos conocieron la imprenta, se encontraron con un alfabeto/caracteres que no permitían la adopción del invento.
- RECURSOS ADECUADOS – No todas las civilizaciones empezaron con los mismos recursos; algunas no contaban con animales de carga, otras no pudieron inventar la agricultura.
Por supuesto, resulta muy aventurado especular sobre la sociología, agricultura, política, etc extraterrestre pero, como vemos, existen numerosos motivos que pueden ralentizar el progreso tecnológico o incluso detenerlo.
- SOMOS LOS PRIMEROS
Sin duda, alguien tiene que ser el primero y, dado que no existen pruebas de la existencia de extraterrestres, es posible que no existan. Como hemos visto hasta ahora, en nuestra galaxia no parece haber ningún impedimento radical a la existencia de civilizaciones avanzadas. Podría suceder, no obstante, que las condiciones que permitan la existencia de dichas civilizaciones no se hayan materializado hasta hace poco o que, incluso aunque se reúnan las condiciones, la concatenación de eventos que produce las civilizaciones avanzadas sea muy improbable.
En contra de este argumento se aduce el Principio de Mediocridad, según el cual la humanidad no ocupa un lugar especial en el universo. Conforme la ciencia avanzaba, se descubrió que la Tierra no era el centro del universo, que tampoco el Sol era el centro del universo y, para colmo, que ni siquiera somos la cúspide de la vida. Pensar que, después de todo, vamos a volver a ocupar un lugar preeminente resultaría asombroso.
- NADIE EMITE
Supongamos que existen otras civilizaciones tecnológicamente avanzadas. ¿Cómo entablar contacto con ellas?
La primera propuesta seria fue planteada en el siglo XIX el matemático Carl Friedrich Gauss. Sugirió plantar en Siberia un vasto bosque en forma de triángulo rectángulo. Gauss creía que la figura geométrica llamaría la atención de los marcianos, que reconocerían su origen inteligente. La propuesta de Gauss nunca se llevó a cabo y hoy nos puede parecer naíf (volveremos a ello más adelante).
Actualmente, las comunicaciones con los vehículos espaciales se realizan mayoritariamente mediante ondas de radio (aunque también se usa, de forma creciente, comunicación por láser). La principal ventaja de usar ondas de radio es que se puede entablar comunicación con muy poca potencia. Así, el emisor de la sonda New Horizons, que sobrevoló Plutón en 2015, tiene una potencia máxima de solo 12 W.
No resulta extraño, por tanto, que Marconi, considerado el inventor de la radio, propusiera ya en 1900 usar su invento para intentar detectar marcianos. Desde hace décadas se han efectuado múltiples intentos de detectar señales de radio extraterrestres, siendo el más famoso el proyecto SETI (Search of ExtraTerrial Intelligence), de momento sin ningún éxito. Conviene señalar que se trata de una rama minoritaria de la radioastronomía y recibe escasos medios.
Es posible que el uso de ondas de radio sea una fase temporal de una civilización y que, del mismo modo que ya no se nos ocurre plantar un bosque en Siberia para enviar un mensaje, en el futuro acabemos abandonando las señales de radio en favor de las comunicaciones por láser, por neutrinos o por javeritios.
Incluso si las comunicaciones por radio se mantuvieran durante siglos, debemos tener en cuenta que no están pensadas para que las detecten extraterrestres. Si tenemos en cuenta las distancias involucradas en las comunicaciones interestelares, va a resultar difícil distinguirlas del ruido de fondo.
Hay, no obstante, dos tipos de señales que sí serían fácilmente detectables a distancias interestelares. La primera son las emisiones de radar. Estas son señales muy potentes, que se emiten continuamente y que fácilmente pasan de 1000 W (el radar más potente del mundo, de la Space Force estadounidense, tiene una potencia máxima de 32 MW). La segunda son las emisiones deliberadas. Sin hacer grandes inversiones, es factible enviar mensajes mediante ondas de radio a la otra punta de la galaxia. Se han realizado diversos intentos, como por ejemplo el mensaje de Arecibo (1974), dirigido al cúmulo globular M13 y que tenía una potencia de 450000 W. Aunque son el tipo de señal más fácil de detectar, tienen el inconveniente de que debe efectuarse a propósito y, del mismo modo que nosotros apenas las hacemos, es probable que los extraterrestres tampoco quieran invertir sus recursos en ello.
A este respecto, existe una hipótesis interesante, llamada El Bosque Oscuro, popularizada por Liu Cixin en su trilogía de El problema de los tres cuerpos (2006) y que aparece también en otras obras como la saga iniciada por Pórtico, de Frederik Pohl (1977). En resumen, dice que estamos en un universo hostil, en el que ser detectado es una invitación a ser atacado y que, por lo tanto, todas las civilizaciones sensatas mantienen silencio. La hipótesis de El Bosque Oscuro contiene, no obstante, una contradicción en sí misma: para que tenga sentido efectuar un ataque interestelar, los viajes interestelares deben ser factibles y, en tal caso, ya habríamos sido atacados.
En resumen, la comunidad científica considera que la mejor opción que tenemos hoy en día de entablar contacto con una civilización extraterrestre es mediante ondas de radio. Sin embargo, no está claro que esta tecnología vaya a persistir mucho en el tiempo, ni tampoco que los extraterrestres estén emitiendo deliberadamente para facilitar su detección.
- LAS CIVILIZACIONES SON BREVES
Se calcula que aproximadamente el 99,9% de todas las especies que han poblado nuestro planeta se han extinguido. Las especies de nuestro planeta sobreviven entre 1 y 10 millones de años antes de extinguirse. Resulta por lo tanto ingenuo pensar que los extraterrestres no se vayan a extinguir. Para solventar la Paradoja de Fermi ni siquiera es necesario que los extraterrestres se extingan: basta con que pierdan su tecnología avanzada para que el contacto con ellos se vuelva imposible.
Existen numerosas formas de aniquilar las civilizaciones extraterrestres, todas ellas estupendas: guerras nucleares, colapso ecológico, pérdida de población, agotamiento de recursos… Incluso si nuestros extraterrestres encuentran la sabiduría para evitar la autodestrucción, puede que la muerte les venga sobrevenida por caída de meteoritos, megaerupciones volcánicas o grandes tormentas solares.
La gran pregunta, claro está, es cuánto dura una civilización extraterrestre tecnológicamente avanzada. Una cifra reducida (décadas) haría muy factible que los humanos fuéramos los únicos en la galaxia, mientras que una elevada (millones de años) convertiría probablemente nuestro vecindario en un popurrí de civilizaciones.
Se ha usado este argumento en algunas obras, como en el relato Fermi y Frost, de Frederik Pohl (1985), en el que se especula que todas las civilizaciones se aniquilan en una guerra nuclear.
La ciencia no puede responder a esta pregunta dado que la especie humana es única en toda la historia de la Tierra. Los hay pesimistas, representados sobre todo por los colapsistas, que consideran que estamos sobreexplotando nuestro planeta y, por lo tanto, ven nuestra caída como inevitable e inminente. Por otro lado tenemos los optimistas, que nos recuerdan los siglos de continuo avance de nuestra especie y confían en la inventiva para encontrar soluciones a los problemas.
- LOS VIAJES INTERESTELARES SON IMPOSIBLES
Los humanos lanzamos nuestro primer satélite en 1957. Apenas 32 años después, habíamos explorado mediante sondas todos los planetas del Sistema Solar. Sin embargo, en cuanto a vuelos tripulados, el balance es mediocre: seguimos estancados en órbita baja terrestre y el único cuerpo que hemos visitado ha sido nuestro satélite, y solo durante un breve periodo de tiempo.
El espacio es un medio tremendamente hostil, con temperaturas extremas, abundante radiación, distintas gravedades y donde ni siquiera están garantizados bienes como el aire o el agua. Teniendo en cuenta que los humanos no hemos colonizado la Antártida o el fondo del mar (lugares más asequibles que cualquier entorno espacial), resulta plausible que nunca colonicemos el espacio.
Retomando el tema del viaje interestelar, mientras las distancias a los planetas se miden en millones de kilómetros, las distancias a las estrellas se miden en billones de kilómetros, cantidades tan elevadas que generalmente se usan los años luz (1 año luz son 9,4 billones de kilómetros). La estrella más cercana, Próxima Centauri, dista 4,2 años luz. Aunque hemos enviado objetos fuera del Sistema Solar, estos no van a llegar a otras estrellas pasado mañana. Por ejemplo, la Voyager 1 se está alejando del Sistema Solar a 17 km/s y si estuviera dirigida a Próxima Centauri tardaría 76000 años en llegar.
Ahora bien, hasta el momento casi todas nuestras sondas han sido impulsadas por propulsión química. Vale que es muy útil para viajar de Madrid a Cuenca pero para recorrer billones de kilómetros como que no. ¿Existe algo mejor? Sujétame el cubata.
Una combinación que tenemos disponible es la de energía nuclear para alimentar motores iónicos. Aunque no se ha usado todavía en espacio profundo, China tiene planeada una misión a Neptuno. Esta combinación permite alcanzar velocidades de varios cientos de kilómetros por segundo. Eso reduciría el tiempo de viaje a la estrella más cercana a unos miles de años, todavía impracticable.
¿Tenemos algo mejor? Todavía no, pero se han planteado motores que llevan la tecnología nuclear al límite usando bombas nucleares (por sorprendente que pueda parecer, se realizaron ensayos en el marco del proyecto Orion), fisión nuclear (como el motor de agua con sales de uranio) y fusión nuclear (como el proyecto Daedalus). Estos ingenios permitirían alcanzar velocidades de miles de kilómetros por segundo, acortando el tiempo de viaje a unos siglos.
Esta duración podría hacer factible una misión automática pero parece excesivo para una nave tripulada… O tal vez no. Se han pensado naves inmensas en las que quienes lleguen a destino no sean quienes emprenden el viaje, sino sus descendientes. A este tipo de naves tripuladas se las llama naves generacionales. Se han escrito diversas obras con naves generacionales, como Cita con Rama de Arthur C Clarke (1972) o Huérfanos del cielo, de Robert A Heinlein (1951). Otras opciones para facilitar el viaje podrían incluir hibernación, llevar solo el material genético o almacenar la conciencia en un ordenador.
Se han pensado otras formas de impulsión, como el Proyecto Lightsail (velas solares alimentadas por láseres desde tierra) o aún más exóticas como motores de antimateria. Más allá de su verosimilitud, por mucho que mejoremos la propulsión, partir de cierto punto la propia velocidad de la nave constituye un peligro. A 30000 km/s (velocidad a la que se tardan 42 años en llegar a la estrella más cercana), el impacto contra un humilde miligramo de material produce una explosión equivalente a 11 kg de TNT.
La ciencia ficción está llena de naves superlumínicas. Hasta donde sabemos la velocidad de la luz es un obstáculo insalvable, pero no faltan los valientes que tienen ideas para esquivarla, como el motor de Alcubierre. Aunque se han hecho progresos en esta vía, no pasan de ser meramente teóricos y se desconoce si es factible construir uno de estos motores.
Finalmente, volvamos al principio, a la vastedad del espacio interestelar. No todas las civilizaciones se van a topar con distancias tan elevadas. En los cúmulos globulares, la distancia entre estrellas es de solo 1 año luz y, en sus centros, es incluso menor. También conviene recordar que las estrellas se mueven y, con ello, varía la distancia entre ellas. Por ejemplo, dentro de 1,3 millones de años el Sol pasará a solo 0,17 años luz de Gliese 710. Es decir, que si una civilización sobrevive en el tiempo tarde o temprano tendrá buenas oportunidades de emprender viajes interestelares.
En resumen, aunque es asequible alcanzar mediante sondas otras estrellas, que estas lleguen operativas y en un tiempo razonable no es fácil y pensar en naves tripuladas presenta obstáculos aún mayores que posiblemente sean insalvables. Es perfectamente posible que la galaxia esté llena de civilizaciones avanzadas pero sean incapaces de establecer contacto directo entre ellas.
- EL GRAN FILTRO
El Gran Filtro no es en sí mismo una explicación a la Paradoja de Fermi sino una estrategia para explicarla.
Repasemos: la Paradoja de Fermi se basa en la contradicción existente entre el astronómico número de estrellas en nuestra galaxia (cien mil millones) y el número de civilizaciones extraterrestres detectadas (cero).
Hay dos formas de afrontar esta disparidad:
- Se interponen múltiples dificultades, ninguna de ellas especialmente importante. Podemos suponer que no todas las estrellas tienen planetas, de estos no todos serán aptos para la vida, solo en algunos habrá aparecido vida compleja, en pocos habrá vida inteligente, en menos habrá civilizaciones…
- Se interpone una única gran dificultad. Podemos suponer, por ejemplo, que aunque la vida es abundante en el universo, la vida compleja es un fenómeno extremadamente raro. A este obstáculo se le llama el Gran Filtro.
Lo interesante es que, si realmente existe el Gran Filtro, podemos ver si nuestra civilización lo ha superado o tenemos todavía que llegar a él. En el primer caso (por ejemplo, suponiendo que la aparición de una civilización es un fenómeno extremadamente raro) podemos estar tranquilos y prepararnos para un futuro brillante. Si, por el contrario, no hemos llegado al Gran Filtro (por ejemplo, suponiendo que todas las civilizaciones desaparecen tras aparecer las IAs) tenemos motivos para preocuparnos.
- NO SOMOS INTERESANTES
¿Y si los extraterrestres no estuvieran interesados en la exploración espacial? Puede parecer extraño que una civilización tecnológica no sea curiosa per se, pero es una posibilidad que no debemos descartar. Tal vez las civilizaciones extraterrestres terminen encerradas en sí mismas, en un mundo virtual hedonista y pierdan su interés por explorar. Basta ver cómo nosotros mismos nos pasamos el día conectados al móvil y las redes sociales para entender que no es una hipótesis tan descabellada.
Una variación de esta idea sería que nuestro planeta no fuera interesante per se. A lo mejor hemos calculado mal la Zona de Habitabilidad Galáctica y el centro de la Vía Láctea está repleto de civilizaciones pero nuestro Sol, ubicado en la periferia, se encuentra en una zona desierta. A lo mejor casi todos los planetas habitados son mundos helados como Europa (satélite de Júpiter) y un planeta como el nuestro no despierta el interés de los extraterrestres. A lo mejor andamos aún más perdidos y la mayor parte de las civilizaciones se expanden hacia nebulosas de formación estelar, bien lejos de donde estamos.
Un ejemplo de esta hipótesis se presenta en la obra La nube negra, de Fred Hoyle (1957), en la que una nebulosa de gas sintiente se acerca a la Tierra para descubrir, sorprendida, que en los planetas puede haber vida. En otra conocida obra, Solaris de Stanislaw Lem (1961), los humanos encuentran un planeta inteligente pero se muestran incapaces de entablar comunicación con él.
El primer caso no parece muy verosímil pues resulta extraño que todos los individuos de todas las civilizaciones tecnológicamente avanzadas pierdan la curiosidad por explorar que, precisamente, les llevó a desarrollar dicha tecnología. El segundo caso revelaría que andaríamos muy errados en nuestro conocimiento del Cosmos.
- ESTÁN AQUÍ PERO NO QUIEREN MOSTRARSE
Si hubiera civilizaciones extraterrestres capaces de viajar entre las estrellas, colonizarían toda la galaxia en un parpadeo a escala cósmica. Incluso a una velocidad “moderada” de apenas el 1% de la velocidad de la luz, una cultura alienígena conquistaría toda la galaxia en apenas 10 millones de años. Obviamente, deberían haber llegado hasta aquí. Entonces ¿por qué no los vemos?
Una posible explicación es que, aunque están aquí, no quieren mostrarse. Esto podría deberse a que los extraterrestres no quieran interferir en nuestro desarrollo. En la Tierra, cuando dos civilizaciones de distinta capacidad tecnológica se han encontrado, la inferior ha tenido todas las de perder. El contacto con ellos supondría un terremoto para nuestra civilización, nuestros imperios tecnológicos se derrumbarían ante la superioridad de la ciencia alienígena, los nacionalismos colapsarían y muchas religiones pasarían por serias dificultades.
Según esta hipótesis, los extraterrestres estarían observándonos a la espera de que completemos nuestro desarrollo. Del mismo modo que los naturalistas observan el medio ambiente pero no interfieren con la vida existente, los extraterrestres estarían observando la Tierra como si se tratara de un zoo. Es por ello que a esta hipótesis se la llama a veces Hipótesis del Zoológico.
Existe al menos un precedente de ello en la propia Tierra. La isla Sentinel del Norte está habitada por una tribu que vive aislada de la civilización moderna. La India, que supuestamente gobierna la isla, tiene prohibido que nadie se acerque a ella para no interferir con sus habitantes.
Poniéndonos más cósmicos, los propios humanos no tenemos claro qué haríamos en caso de detectar una civilización extraterrestre. Los expertos han emitido varios informes y su recomendación es evaluar los pros y contras antes de enviar un mensaje.
La ciencia ficción ha utilizado este recurso múltiples veces, con resultados muy diversos y originales. La más popular es la de la Primera Directiva de Star Trek, que prohíbe a los miembros de la Flota Estelar interferir en el desarrollo de una civilización extraterrestre. Otras apariciones incluyen la novela Contacto de Carl Sagan (1985) y el filme Ultimátum a la Tierra, dirigido por Robert Wise (1951). Pero, como decía, las hay muy originales, como Pícnic junto al camino, de Arcadi & Boris Strugatski (1972), donde los extraterrestres vienen, acampan y se van sin decir nada y La guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams (1979), donde los extraterrestres no se manifiestan para preservar la autenticidad de la experiencia turística.
Los críticos de la Hipótesis del Zoo aducen que resulta ingenuo suponer a los alienígenas actitudes humanas. Un problema mayor es que ni siquiera es científica debido a que no es falsable (dicho de otro modo: para que algo pueda ser científicamente cierto se tiene que poder probar que es falso). De ser cierta, deberíamos esperar que los extraterrestres se mostraran una vez se alcanzara un gobierno unificado en la Tierra, detectáramos otras civilizaciones o bien emprendiéramos viajes interestelares. Si sucede alguna de estas cosas y los extraterrestres no se manifiestan, deberemos concluir que es errónea.
- EL GOBIERNO NOS LO OCULTA
Esta no requiere gran explicación: los gobiernos de la Tierra tienen constancia de la visita de los extraterrestres pero mantienen a sus poblaciones ignorantes de este hecho.
Los motivos vendrían a ser los mismos que los de la Hipótesis del Zoo: un contacto extraterrestre supondría una seria alteración de la economía, el orden social, las relaciones entre países, las religiones, etcétera.
La idea de que el gobierno nos esté ocultando la visita de extraterrestres nace aproximadamente en 1947, con los primeros avistamientos de “platillos volantes” y el incidente de Roswell. Desde allí hasta la década de 1970 la hipótesis mantuvo cierta popularidad incluso entre círculos científicos pero a partir de ese momento perdió credibilidad entre los académicos y quedó relegada al mundo de la conspiranoia y lo paranormal, pero sigue gozando de gran predicamento entre la población (según una encuesta de YouGov del 2022, aproximadamente el 34% de los estadounidenses creían que los OVNIs constituían una prueba de la existencia de vida extraterrestre).
Conviene explicar que la primera descripción de un “platillo volante” se refería un objeto que volaba como un platillo volante, pero se trasladó a la imaginación popular como un objeto con forma de platillo volante. Con posterioridad, este tipo de fenómenos pasaron a denominarse OVNIs (Objetos Volantes No Identificados) y la (pseudo)ciencia que los estudiaba, ufología (del término en inglés UFO, Unidentified Flying Object). Más recientemente, se ha acuñado el término UAP (Unidentified Anomalous Phenomena). La denominación va cambiando, pero el propio nombre es bastante descriptivo: se observa algo que no se sabe qué es. De ahí a concluir que se trata de una nave extraterrestre hay un salto injustificado y es lógico que los científicos observen el fenómeno con bastante descreimiento.
El cine y la televisión han sacado mucho jugo a esta hipótesis, con películas como Encuentros en la tercera fase, dirigida por Steven Spielberg (1977), Super 8, dirigida por J. J. Abrams (2011), Men in Black, dirigida por Barry Sonnenfeld (1997) y series como Expediente X (1993-2018).
El motivo por el cual esta hipótesis ha perdido popularidad entre los científicos es la ausencia de pruebas. Bastaría una muestra de tejido extraterrestre o un simple tornillo alienígena para demostrar la existencia de visitantes interestelares. 80 años de ufología no han encontrado nada de eso. Al revés, los indicios de los ufólogos siguen siendo imágenes borrosas y testimonios sin corroborar, y eso que hoy en día todo el mundo lleva encima una cámara de buena calidad.
Por si fuera poco, la magnitud de la conspiración resulta poco creíble. Se necesitaría que decenas de gobiernos de todo el mundo (muchos de ellos enemigos entre sí) se pusieran de acuerdo en mantener el secreto durante al menos 80 años (mientras esos mismos gobiernos desclasifican documentos sobre asesinatos, genocidios y golpes de estado) sin que aparecieran pruebas en todo este tiempo (una nave extraterrestre que se estrella en una zona habitada, una muestra de tejido, un periodista que obtiene documentos comprometedores…).
- APENAS HEMOS EMPEZADO A BUSCAR
La búsqueda de inteligencias extraterrestres apenas abarca un pequeño lapso de nuestra historia. Proyectos como SETI (Search of ExtraTerrial Intelligence) llevan en marcha solo desde la década de los 70 del siglo XX y apenas usan una pequeña fracción del tiempo de operación de los radiotelescopios.
Conviene tener en cuenta que una civilización extraterrestre podría estar relativamente cerca de nosotros y no saber que estamos aquí. Como hemos mencionado, la civilización humana es relativamente fácil de detectar por ondas de radio pero resulta mucho más difícil detectarnos por otros medios. Eso significa que para que los extraterrestres nos detecten les tienen que haber llegado nuestras ondas de radio y, si deciden contestarnos, nos tiene que llegar la respuesta por ese mismo medio para que nos enteremos. Los primeros mensajes por ondas de radio se emitieron en 1895. Eso significa que, en el mejor de los casos, podrían habernos detectado y contestado civilizaciones que estuvieran a 65 años luz de distancia, apenas nuestro vecindario, por lo que la Paradoja de Fermi se resuelve aduciendo simplemente que apenas hemos empezado a buscar.
No faltan intentos de detectar civilizaciones extraterrestres por otras vías. SETI también está buscando emisiones láser o Esferas de Dyson. Se ha propuesto usar el Sol como lente gravitatoria, lo que amplificaría tanto la imagen que permitiría detectar ciudades alienígenas, pero de momento es una propuesta de ciencia ficción.
El paso del tiempo y la mejora de la tecnología contribuirán a ampliar el radio de búsqueda, detectar señales más débiles y facilitar que otros nos encuentren y saluden.
LA ECUACIÓN DE DRAKE
Ahora que hemos examinado las diversas hipótesis, intentemos cuantificar el número de civilizaciones detectables de nuestra galaxia. Para ello nos serviremos de la Ecuación de Drake, formulada por Frank Drake en 1961.
Aunque hay varias versiones, la más conocida es la siguiente:
Donde:
- N es el número de civilizaciones detectables
- R* es la cantidad de estrellas que nacen al año en nuestra galaxia (comprendido entre 1,5 y 3)
- fp es la proporción de estrellas que tiene planetas (casi todas, por lo que el número más aceptado es 1).
- ne número de planetas por estrella que pueden desarrollar vida
- fl es la fracción de los planetas anteriores que desarrolla vida
- fi es la fracción de los planetas con vida que desarrollan inteligencia
- fc es la fracción de las civilizaciones que desarrollan tecnología capaz de ser detectable desde el espacio
- L es el tiempo que estas civilizaciones envían señales detectables al espacio
Como vemos, solo he indicado los valores de las dos primeras variables. Si el lector no sabe qué valores asignar al resto de parámetros, no se preocupe porque no está solo. Los propios científicos no se ponen de acuerdo en el valor de N, obteniendo valores desde cero hasta varios millones.
La Ecuación de Drake debe, por tanto, tomarse como un entretenimiento y una forma de poner números a la cuestión, no como algo que arroje unos resultados mínimamente correctos.
CONSIDERACIONES FINALES
He intentado resumir las principales hipótesis que tratan de explicar la Paradoja de Fermi basándome en su verosimilitud científica, su importancia histórica o su popularidad y he omitido algunas que consideraba que no reunían los requisitos. Si algún lector considera que existe alguna omisión o error considérese entera responsabilidad mía.
Ochenta años después de plantearse, la Paradoja de Fermi continúa en pleno vigor. Constituye una de las preguntas más importantes de la humanidad, pues da respuesta a cuál es nuestro lugar en el Cosmos. Si estamos solos, si constituimos un accidente único e irrepetible, resulta aún más imprescindible preservar nuestra civilización y sería casi una obligación moral que intentáramos extendernos por las estrellas. Si viéramos que todas las civilizaciones se extinguen sería perentorio que tratáramos de salvaguardar la nuestra. Si nadáramos en un mar de civilizaciones cabe preguntarse si terminaríamos en el seno de una entidad multicultural, si estamos siendo observados como unos hermanos menores a la espera de que crezcamos o si somos una presa en medio de un océano de depredadores.
Una de los aspectos más interesantes de la Paradoja de Fermi es su carácter profundamente democrático. Si bien amasar conocimientos de ciencia, tecnología, sociología, historia, etc ayuda a no cometer errores graves, al final incluso los eruditos van tan perdidos como el común de los mortales.
Aunque los expertos dan respuestas elaboradas, es comprensible que el gran público se base en argumentos sencillos. Cuando se pregunta a la población general sobre cuál es su opinión sobre la existencia de extraterrestres, esta tiende a usar cuatro razonamientos. Resulta sorprendente, pero dos de ellos siguen vigentes milenios después de que se plantearan, como que sería un desperdicio de espacio que estuviéramos solos en el Universo (respuesta utilitarista) y que la vida puede haber evolucionado en otros lugares (respuesta natural-evolucionista). Las otras dos respuestas típicas son más recientes, pero tienen también un historial de décadas, que como no hemos visto extraterrestres estos no existen (respuesta de Fermi) y que si no los vemos es porque existe una conspiración para ocultárnosla (respuesta de muchos ufólogos).
En general, el gran público comprende que los científicos se muestran escépticos del fenómeno OVNI pero creen en la existencia de civilizaciones extraterrestres. Aunque lo primero es cierto, no lo es lo segundo. Dentro de la comunidad científica, existe diversidad de opiniones respecto a la existencia de civilizaciones extraterrestres.
El motivo por el que el gran público no ha captado bien la opinión de la comunidad científica es que ha obtenido una visión sesgada del asunto. Quienes más han tratado el tema de la vida extraterrestre han sido los astrónomos y estos, junto a los científicos de las ramas duras (astronomía, física, química y geología), son más proclives a pensar que existen multitud de civilizaciones en nuestra galaxia. En cambio, los biólogos tienden a considerar nuestra especie como un accidente improbable. Finalmente, los científicos de ciencias sociales (historia, antropología, sociología o psicología) apenas son tenidos en cuenta en el asunto, cuando su aportación podría ser clave.
La ciencia ficción ha presentado numerosas veces nuestra galaxia llena de civilizaciones, como en Star Trek, de Gene Roddenberry (1966) y Star Wars, de George Lucas (1977) mientras que en otras, como Fundación, de Isaac Asimov (1951) y Dune de Frank Herbert (1965) no se hace mención alguna a las mismas. Como hemos visto, aunque la función de la ciencia ficción no es ofrecer explicaciones científicas sino narrar una historia, en algunas ocasiones el tema de la Paradoja de Fermi se ha tratado explícitamente y con habilidad, abriendo todo un abanico de posibilidades.
Resulta difícil saber cuándo se solventará la Paradoja de Fermi. La mejor opción que tenemos es despejar las incógnitas que plagan la cuestión y, de estas, la más prometedora es averiguar si la vida es común o no en el Universo, lo que debería suceder hacia la mitad de este siglo. Otras hipótesis podrían despejarse también en las próximas décadas, pero resulta muy difícil estimar la posibilidad de ello.
Mientras tanto, siempre nos quedará la ciencia ficción.
Un artículo de Pedro P. Enguita Sarvisé
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