“Si alguien no es capaz de creer, la magia pasa desapercibida ante sus ojos”
¿A qué edad deja la vida de ser una aventura? ¿A qué edad tomamos la decisión de no creer en leyendas?
Probablemente sea en esa etapa de transición hacia la madurez en la que comenzamos a sentir el vértigo de un futuro cargado de responsabilidades y exento de magia. Puede que, en esos años en los que creemos saberlo todo, acertemos al aprender a diferenciar realidad de ficción. O, tal vez no tengamos otra opción y sea necesario desprenderse de sueños e ilusiones para que centremos todos nuestros esfuerzos en buscar un porvenir lo más cómodo posible. Debemos ser productivos y sensatos. Adultos responsables y serios. Dejar de creer en lo imposible es síntoma de buen juicio, porque cuando logramos comprender el universo que nos rodea (y el insignificante papel que nos ha tocado desempeñar en él), no necesitamos fantasías que nos recuerden lo que nos hubiese gustado que fuese nuestra vida.
Dar la espalda a las quimeras para que solo iluminen el mundo de los niños, nos salva del fracaso. Todos sabemos que la Magia existe. Simplemente hemos aprendido a no reconocerla.
Juan tiene once años. Pasa sus tardes jugando a videojuegos y leyendo novelas de aventuras. Sus amigos son como él, chicos poco populares que anhelan emociones y aventuras. Dos sucesos anuncian que el nuevo curso no será como los demás: el hallazgo de un misterioso libro que detalla la historia oculta de su ciudad, y la llegada de una nueva compañera a su colegio.
El Cádiz de “los pringaos” es el Cádiz que vivió (o soñó) Relinque, una ciudad cargada de historia y misterios que pasan desapercibidos a los ojos de quienes no saben ver. Y es que hay mucho del autor en esta obra, de sus recuerdos y sus pasiones. La década de los 80 marcó su destino; como a Juan, le trajo amigos, ansias de aventura y un Spectrum que abriría nuevos caminos a su imaginación. Informático de profesión, ha publicado varios ensayos sobre videojuegos y algún manual de programación, pero la mayoría le conocemos por ser el creador de “Los gunis de cadi”.
Jesús se ha empeñado en no dejar de jugar, en creer a pesar de tener que crecer. Ha investigado a fondo las leyendas de aquellas calles y edificios que veía a diario, ha formado una nueva pandilla de amigos al estilo de la de Los Goonies (aquella película que los que pasamos de 40 vimos más de una vez) y, rizando el rizo, ha estructurado su novela como si de un juego de 8 Bits se tratase, con una serie de aventuras (o pantallas) que hay que superar para poder pasar a la siguiente. El resultado: obra apta para todas las edades, cargada de humor, misterio, aventuras, nostalgia y ternura.
El tiempo pasa y no vuelve, para bien o para mal. Este libro es una llave en sí mismo. Un vehículo para viajar a los tiempos de los estuches Pelikan, el Cinexin, la Polaroid y el barco pirata de Playmobil. Una oportunidad de recuperar la ilusión de la noche de reyes, aun sabiendo que son los padres, y para volver a sentir ansia de aventuras. Si os adentráis en sus páginas os toparéis con el misterioso Artesón Cuero, os enamoraréis de Eulogio (el abuelo de Juan), os adentraréis en casas encantadas y contactaréis con seres espectrales. Pero recordad: algunos juegos son peligrosos. Apoyaos en vuestros amigos y no dejéis a nadie atrás, pues la vida de cualquiera de ellos es más valiosa que todos los Phoskitos del mundo.
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