Hay novelas que tras un intenso brillo después de su publicación, incluso con adaptación cinematográfica como en este caso, tienden a ir cayendo en el olvido. Afortunadamente, gracias a Gallo Nero Ediciones, ahora podemos redescubrir esta maravilla escrita por Compton en 1974.
Y es que se trata de una distopía diferente. Aquí lo más importante no es el mundo que recrea, muy similar al nuestro excepto en el hecho de que la ciencia ha ganado la partida a la muerte y son muy escasos los fallecimientos. Lo más importante es la manera en que esa perspectiva afecta a la sociedad, y en concreto a personas como los dos protagonistas principales, demasiado sensibles para adaptarse y que han desarrollado sus propios mecanismos de defensa para seguir adelante. Todo gira en torno a Katherine Mortenhoe, una mujer de 44 años a la que se diagnostica una muerte inminente, y Roddie “Jack” Patterson, un periodista que se refugia en su trabajo hasta el punto de implantarse cámaras en los ojos y así, además, poder huir de una vida personal que le supera.
La sociedad descrita da la impresión de no tener rumbo fijo. Esa percepción de vidas cuasi interminables ha provocado que las uniones de pareja se realicen mediante contratos renovables y que la gente no tenga motivaciones realmente importantes más allá de vivir el momento. Pero también les ha insensibilizado originando una insatisfacción latente que desemboca en continuas protestas por cualquier motivo que canalice su malestar, y ha generado una gran cantidad de personas con los nervios a flor de piel, dispuestos a ensañarse con quien les pueda servir de desahogo. La muerte se ha convertido en el gran espectáculo, un fenómeno televisivo de puro amarillismo que explota el morbo y el dolor. Los periodistas son chacales y el peor de ellos es Vincent, el jefe de Roddie y productor del programa que pretende tener a Katherine como objetivo.
La novela alterna la primera persona cuando nos centramos en Roddie (para poder entender mejor lo que pasa por su cabeza), y un narrador omnisciente. Así vamos descubriendo a una Katherine bastante anodina, que ha rehuido cualquier posibilidad de éxito en la vida para mantener un perfil bajo que le sirva de escudo y a un “Jack” que, desde el escepticismo inicial, irá conociendo a la verdadera mujer, acompañándola en sus diferentes fases de aceptación y posterior rebeldía, y recuperando a su vez su propia humanidad. En un mundo así, los inadaptados como ellos son los únicos que, bajo determinadas circunstancias, pueden mostrar algo de bondad.
No es una obra alegre. Los villanos son mayoría. Hay doctores de doble moral que venderían una vida fingiendo integridad y ricos que pasan sus días entregados a perversiones varias. Pero también buenas personas, algunos viviendo al margen de la sociedad y otros que aún recuerdan lo que es amar. Enfrentarse a la muerte es el mejor motivo para hacer balance y comprender tu propia vida, qué fue mal y donde se quedó aquel tren del que te bajaste. Y a veces se necesita a alguien a tu lado para retornar a ese punto y afrontarlo, como Katherine necesita a Roddie.