En el siglo XVIII, Thomas Hobbes se refirió al estado natural del hombre, en El Leviatán, como Homo hominis lupus, locución latina extraída de Asinaria, de Plauto: Lupus est homo homini. Esto he sentido al leer La ciudad. Me ha resultado muy difícil digerir lo que les sucede a las protagonistas, a todas, porque en general se confirma que el hombre (masculino) es malo por naturaleza, que privilegia su propio bien por encima del de los demás, aunque en este caso sea por encima de la mujer, Homo lupus est mulier. ¿Dónde queda la libertad? ¿Dónde la humanidad? ¿Cómo es posible asistir a un terror desatado, a horribles atrocidades sin sentirnos cómplices? Porque lo somos. Cuando la degradación no nos toca de lleno simplemente la vemos pasar. El problema viene cuando nos roza.
La ciudad es una novela densa. A un edificio del centro de Madrid, en el que hay diferentes tipos de viviendas, según las posibilidades económicas de sus residentes, van llegando, por diferentes razones, tres mujeres muy distintas: Oliva, española, está alquilada en una de las casas pequeñas, sin apenas luz natural, con su hija de seis años, Irena; pronto se sumará Max, el novio de Oliva, diez años más joven que ella y con grandes problemas de autoestima que desembocan en malos tratos psicológicos —y físicos— hacia su pareja que, a pesar de sentirse acosada, horrorizada, temerosa por Irena, mantiene en su casa a Max.
Al edificio llega Damaris, después de que un terremoto en Armenia le tirara su casa encima. Su marido falleció al instante. El pueblo, Salento, quedó sepultado por la tierra.
Y después de una travesía horrible desde Tánger, después de ser tratada como un animal en el campo de Málaga, después de ser violada por el conductor que la lleva a Madrid, Horía consigue, ¡por recomendación!, un trabajo de portera en el mismo edificio. Solo quiere encontrar a su hijo de 14 años que huyó del cuidado de su abuela para venir también a España, a una vida mejor.
La ciudad presenta lo más asqueroso del ser humano. Gente que viola cuerpos, mentes, derechos sin piedad, sin cesar. Leer La ciudad es algo parecido a la tortura que le imponen a Alex DeLarge (personaje interpretado magistralmente por Malcolm Mc Dowell en La naranja mecánica): ver violencia hasta que no puedas más, hasta que, a pesar de que eres violento, la desprecies. ¿Dará resultado? No lo sé. Es cierto que son 319 páginas densas, eternas, de mujeres y atropello, mujeres y acoso, mujeres y pobreza, mujeres y amenazas, mujeres y dolor.