El sistema exige orden. Sus mayores enemigos son la desobediencia y el caos.
El terrorismo es (tradicionalmente), una forma violenta de lucha política mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido. Su objetivo es generar un clima de terror e inseguridad que intimide a la población, y así presionar a unas instituciones aparentemente incapaces de proteger a su pueblo. Pocas cosas son tan execrables.
En los últimos tiempos escuchamos este término con demasiada frecuencia. Ya no es necesaria la violencia ni atentar contra la población para incurrir en dicho delito. El sistema ha de defenderse, pero a veces la crítica se confunde con la agresión. Habrá quien piense que, si los ciudadanos se sienten amenazados por un problema en concreto, el estado deberá tomar medidas (incluso preventivas), y resolverlo antes de que lleguen a sufrirlo en sus propias carnes. Pero, ¿Quién genera la alarma? ¿Quién decide con qué noticias bombardear en los informativos y cuáles ignorar?
A estas alturas ya nadie duda de que, tanto la prensa como los representantes políticos, suelen estar… condicionados por los gerifaltes económicos. Entonces, ¿no puede cualquier activismo molesto ser señalado intencionadamente por el poder y terminar etiquetado como terrorismo? Si pensáis que sí, respondedme a otra pregunta: ¿Hay algo más incómodo para el sistema que alguien que piense, o que haga pensar a los demás?
Tras la última crisis económica, un grupo de jóvenes inconformistas, creativos y valientes, quedan impresionados por los escritos del ensayista y poeta Hakim Bey. Deciden que el “Terrorismo Poético” que este predica es el medio para cambiar el mundo. Asumiendo que los estados adoctrinan a la población en vez de educarla, y que buscan sumisión aunque hablen de libertad, se empeñarán en despertar conciencias a través del arte. Así, cometiendo pequeños “sabotajes” que casi podrían parecer bromas intrascendentes, intentarán que la sociedad adormecida se contagie de su espíritu y comience a pensar por sí misma. Se harán llamar KAOS, y seguros de la victoria, se organizarán como si de una agrupación armada se tratase. En ese clímax de efervescencia artística y combativa, el escritor /b/ y su musa Eme vivirán una profunda historia de amor que se resistirá a terminar cuando todo se ponga en contra.
Paralelamente, en un futuro distópico que recuerda a los imaginados por Orwell y Huxley, el control de la población es extremo. Cada uno tiene una función asignada, una ocupación que debe desempeñar por inútil y absurda que pueda parecer. Absolutamente todo (incluso la reproducción), está regulado y sólo hay un idioma (relegar las antiguas lenguas es una forma de olvidar el pasado y eliminar conceptos «inadecuados”). Cualquier acción cotidiana, incluso abrir la nevera, ha de realizarse con una tarjeta magnética que registra toda la información, desde los hábitos de consumo hasta las relaciones sociales de sus propietarios. En este escenario, KAOS ha abrazado la lucha armada y combaten con la desesperación de un animal acorralado.
Con su tercera novela, María Ruisánchez Ortega ha llevado a cabo su propio acto de terrorismo poético. Su objetivo, al igual que el de los personajes de la obra, es señalar los mecanismos que emplea el poder para condicionar y dirigir los pensamientos de la población, advertirnos de que los medios de comunicación obedientes se han convertido en su arma, y recordarnos que somos nosotros los que estamos al servicio de los gobernantes y no al contrario. Y lo hace para que pensemos, para que debatamos, discrepemos, y veamos más allá.
Las dos líneas argumentales (relacionadas entre sí), combinan el espíritu del 15-M y el desencanto de las revoluciones fallidas. Pero en ambas la lucha es posible gracias al amor y el sacrificio, porque sin amor ningún alzamiento tiene sentido. Y es que esta novela, cargada de rabia y denuncia, es un alegato pacifista, un llamamiento al cambio empezando por uno mismo.
KAOS no os dejará indiferentes. Os provocará entusiasmo o exasperación. Si os alistáis os tacharán de terroristas y el compromiso será de por vida. Pero nadie os obligará a hacerlo: siempre podréis elegir la seguridad que nos dicen que proporciona la obediencia.