Es gratificante leer una novela y darse cuenta de que durante casi cuarenta años hubo mucha gente que no se contuvo, a la que no pudieron refrenar a pesar de utilizar contra ella todo el odio y la violencia imaginables amparados por el poder. Esto es lo que tienen las dictaduras, que no dejan actuar según lo que cada uno piense sino solo lo que quiera el dictador.
Esta novela es representativa del quehacer social del libro a través de las cartas. Actúan como transmisoras de mensajes que salvan las distancias aparecidas entre los personajes y al mismo tiempo funcionan como análisis psicológico para que el lector entienda las razones de la actuación que llevan a cabo.
Algunos deberían revisar –no hace falta leer un gran libro, solo el DRAE– el concepto de “libertad” para no incluirlo en contextos inadecuados… o leer a Estela Melero.