Hemos necesitado a los dioses desde nuestros primeros pasos como especie. Eran la explicación para aquello que no comprendíamos y el escudo ante los miedos que nos atenazaban. Pero también nos situaban dentro de un contexto, nos proporcionaban un lugar que trascendía a nuestras propias vidas otorgándonos un origen como sociedad y, casi siempre, un destino más allá de la muerte.
Fantaseamos con seres parecidos a nosotros que nos habrían creado “a su imagen y semejanza”. Les dotamos de pasado y les soñamos omnipotentes e inmortales. Sin embargo, nuestra propia lógica hizo que les fuésemos dejando atrás y que les sustituyésemos por otros más acordes a los periodos en que vivíamos. Hemos adorado al Sol y a la Luna. Hemos adorado a las bestias salvajes uniendo varias de ellas o combinando sus cabezas con cuerpos humanos. Son la prueba de nuestra capacidad de abstracción y el reflejo de lo que éramos y temíamos. Invertimos tanto, les dimos tanto de nosotros a la hora de crearlos, que no podemos olvidarlos. Sus historias han de ser recuperadas o reinventadas. Ya no necesitan rezos ni sacrificios. Necesitan volver a vivir como manifestación cultural.
Este blog no se llamaría así si quien escribe estas líneas no hubiese leído Señores del Olimpo, de Javier Negrete. Si Antonio López Sousa no hubiese estudiado y amado la mitología grecolatina, jamás hubiese escrito Humano: las lágrimas de Llanto.
Llanto no es un hombre, pero camina entre ellos. Las escarificaciones de su rostro son el recordatorio de los errores que ha cometido y sus canas, la consecuencia de sus padecimientos. A veces ve el futuro y otras el pasado. Puede leer en los corazones de los mortales y, si son dignos de ello, amarlos más que a sus propios hermanos. Su destino, lo quiera o no, está ligado al de los seres que ha ayudado a crear.
Humano es una novela auto conclusiva, la primera de una saga fantástica que mana de la mitología grecorromana (y no de la tradición medieval como suele ser habitual). Aunque escrita en tercera persona, enfoca la narración desde el punto de vista de su protagonista y ahonda constantemente en la esencia de nuestro comportamiento y sus motivaciones. La violencia y las escenas descarnadas abundan en la obra, pero la prosa del autor, sencilla y cercana, evita la repulsa del lector ante los hechos más abominables.
Es extraño toparse con historias como esta, épica sin necesidad de batallas, intensa sin un ritmo endiablado. Y el secreto está en unos personajes a los que el autor, como buen dios creador, inocula vida y personalidad; en sus relaciones, sus contradicciones, sus deseos y sus renuncias. Antonio López Sousa es un amante de la aventura que se ve, casi permanentemente, condicionado por su tremendo humanismo. Alguien que piensa que debe esperar lo peor de la mayoría de los individuos, pero que conserva la esperanza en que algunos de ellos sabrán conducir al resto a un lugar mejor. Y de eso va esta novela, de divinidades egoístas y crueles salvo excepciones. De humanos despreciables entre los que se encuentran hombres y mujeres dispuestos a sacrificarse por el bien común.
Viajad al pasado, a este pasado en el que los dioses caminaban entre los hombres. Acompañad al trotamundos que cambió la espada por un cayado. Es silencioso, a veces irónico y otras sarcástico. Puede que su familia os cause algún que otro problemilla, pero si lo hacéis viviréis 210 vidas, os enamoraréis, sufriréis y, algunas veces, reiréis. Y permaneced alerta, porque a pesar de sus visiones, el destino no está escrito.
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