Tristemente no todos vivimos en el mismo planeta. Hay lugares donde la abundancia de bienes materiales y seguridades, pueden provocar que sus afortunados habitantes pierdan la perspectiva de lo que realmente es importante. Y hay otros también en los que ante la carestía, el drama aceptado como parte de la existencia, y la inseguridad derivada de guerras o enfermedades, hacen que las personas se vean obligadas a centrarse en valores no materiales, ya sean el amor y la familia o la simple lucha contra las adversidades, intentando en el tiempo de que dispongan, disfrutar de las pequeñas cosas.
Curiosamente, las carencias de los segundos suelen ser consecuencia del sostenimiento de los primeros, o de la avaricia de aquellos que anhelan alcanzar su propio “norte”, próspero y confortable, a toda costa.
Evidentemente nada es idílico ni está libre de matices. Cuando los adultos de estos universos tan diferenciados entran en contacto, pueden generarse tensiones y conflictos. Cuando los que lo hacen son niños libres de malicia y prejuicios, pueden descubrir más cosas de las que imaginaron, enriquecerse con ello, y soñar con un futuro mejor.
Dylan, a sus 11 años de edad, debe acompañar a su tía en un repentino viaje. Despreocupado, pensando que son unas vacaciones más y sin siquiera saber cuál es el destino al que se dirigen, repasa su cuaderno una y otra vez. Con una vida cómoda, sedentaria y de excesiva sobreprotección, esas páginas son su refugio ante la soledad y la falta de emociones; en ellas escribe incansablemente las aventuras de su álter ego, el general Malapata, que ha de enfrentarse una y otra vez al malvado Doctor Malojo para conservar el afecto de su prometida Buen Tipo. Sus personajes son el reflejo de su visión del mundo, con buenos, malos, y mujeres superficiales e indefensas.
En un lugar tan lejano que ni la lengua es la misma se encuentra Sveta, de también 11 años. Una niña madura y con un enorme corazón lleno de cicatrices. Ese mismo día, muy señalado para ella, intenta salvar la vida de uno de los dos gatitos que adoptó y que está muy enfermo. Tal vez, cuidar a los dos pequeños huérfanos sea un bálsamo contra el dolor cuando su madre, a la que le queda poco tiempo, se marche para siempre. Afortunadamente para ambos, Cristina Monteoliva, como el hada buena de un cuento, decidió que sus caminos se cruzasen.
Gatitos es un maravilloso juego de contrastes y paralelismos escrito con inteligencia y sensibilidad. Una novela corta y de lectura ágil que siempre lleva al lector donde no espera. Su prólogo, su estilo deliberadamente coloquial, su portada y su sinopsis, acordes a lecturas infantiles o juveniles, esconden una historia cargada de denuncia social, medioambiental, y humana que sorprenderá e impactará a los adultos. Y es que estamos ante un relato creíble que refleja a la perfección como la avaricia, el sufrimiento de los desamparados, la destrucción del planeta y las secuelas de la guerra se relacionan dejando a su paso miles de víctimas silenciosas. Pero también ante un relato que aúna la denuncia con la esperanza.
Y como expusimos anteriormente, todo son contrastes. A pesar de lo peliagudo de los temas que trata, la visión del inocente e imaginativo Dylan y de la maravillosa Sveta que, acostumbrada a no rendirse y a enfrentarse a cada obstáculo que le puso la vida desde el día en que nació, hacen que la obra no sea triste ni cruda. Los acontecimientos crueles y descarnados que se relatan van envueltos en delicioso humor infantil y en la valentía ilimitada de una niña que hace sentir al lector que nada puede salir mal.
Merece mucho la pena descubrir esta novela repleta de personajes femeninos fuertes y admirables, capaces de sacrificarse por quienes les rodean y mirar siempre hacia adelante. Si lo hacéis acompañaréis a Dylan a encontrarse a sí mismo en el mejor día de su vida, veréis como ellos dos no son tan distintos de esos desvalidos gatitos, y querréis releer varias veces un epílogo que invita a creer que la vida también puede tener un final de cuento.