Dioni Arroyo es un perfecto conocedor de la naturaleza humana. En cada obra aprovecha para denunciar o abordar temas que le preocupan o disgustan y esta novela no es una excepción: tras la entretenida lucha por la supervivencia de Nabil, el personaje principal, en dos etapas diferentes de su vida, los 10 y los 17 años, se exponen principalmente dos lacras humanas, el desprecio por nuestro planeta y la discriminación social a los extranjeros o a los últimos en llegar.
Fractura es una creación redonda, tal vez un poco tibia en su arranque pero que rápidamente coge ritmo y atrapa al lector. Bajo la etiqueta de Greenpunk (nosotros huiremos de ellas y lo dejaremos en novela apocalíptica), nos advierte sobre el peligro de la obtención de hidrocarburos mediante las Fracturas hidráulicas o Fracking, un procedimiento peligroso e irrespetuoso con el planeta en el que debemos vivir.
Tras un accidente improbable pero no imposible, como ocurrió en Chernóbil, Bophal o Fukushima, se libera un gas contaminante de las profundidades de la tierra que provoca una involución humana a quien alcanza, convirtiéndoles en unos seres irracionales, agresivos y consumidores de carne humana que recuerdan mucho al fenómeno zombie. En este contexto, el niño Nabil, un superviviente que siempre ha vivido en el lado menos favorecido de la sociedad, emprende el camino a la salvación junto a su madre, una mujer dispuesta a todo por su hijo.
Tal y como expuse anteriormente, el autor conoce perfectamente a nuestra especie y las motivaciones humanas condicionan toda la trama: la ambición y la codicia nos llevan a la catástrofe, el amor a la esperanza y la aventura, la necesidad de seguridad nos retrata como seres contradictorios que pueden llegar a rechazar su libertad y ceder totalmente el dominio de su existencia, y el instinto de supervivencia nos puede llevar incluso a la locura. Comprobaremos, una vez más, la frialdad de las instituciones, cómo el poder antepone su perpetuación al bien común y cómo la meritocracia casi nunca se impone sobre el estatus social.
Nada falta ni nada sobra en este relato que conjuga perfectamente elementos populares de ciencia ficción con una disección sutil pero constante de nuestros mayores defectos. Además el final, creo que perfecto, deja un sabor agridulce en el lector que impedirá que olvide fácilmente todos los avisos que contiene esta magnífica aventura.