La vida es más dura que cualquier combate. No hay una campana que indique el inicio o el final de los asaltos. Tampoco un árbitro que te haga una cuenta de protección cuando estas en apuros. Puedes caer a causa de golpes que nunca viste venir y pensar que debes levantarte, que eres capaz de hacerlo. Pero fuera del ring ese desafío al dolor y a los propios límites requiere demasiado coraje, mucho más del que se puede pagar con sangre. Posiblemente, esos diez segundos de esfuerzo desesperado en los que depositas tu fe intentando alzarte, terminaron hace tiempo.
Cuando Billy Tully mira a su alrededor en una sórdida habitación de hotel, ve su maleta aún cerrada y hace balance de una vida en la que perdió las únicas cosas que le importaban (su mujer y su carrera como boxeador). Decide entonces que, tal vez, aún pueda alcanzar su último tren; no es demasiado viejo y tiene talento. En un tímido intento de auto-convencerse de sus posibilidades se cruza en el gimnasio con Ernie Munger, un joven amateur en el que sabe ver la chispa que venía buscando en sí mismo y, como pasándole el testigo de una vida en la que se siente incapaz de triunfar, le recomienda que vaya a ver a Rubén, su antiguo entrenador.
Esta es una novela que habla de perdedores que no saben que lo son, o que se niegan a asumirlo. Sobre promesas de gloria rotas, oportunidades fallidas y heridas que nunca cierran. Pero también nos muestra la fuerza que da la esperanza, como la que el paciente entrenador mexicano deposita en cada uno de sus pupilos, esperando que alguno le ayude a alcanzar el éxito que él mismo no pudo lograr. O como la que se enciende en Tully cada vez que se dice a sí mismo que sólo está atravesando un bache y que pronto llegará su momento.
Fat City es la única obra que publicó Leonard Gardner. Un clásico norteamericano por derecho propio que otorga a la ciudad de Stockton tanto peso como a los personajes que por ella discurren. Es retratada como una urbe deprimida, llena de mendigos, suciedad y buscavidas que se dejan la salud en fábricas y campos de cultivo para, por las noches, buscar refugio consumiendo alcohol en tugurios malolientes o abrazándose a cualquiera que palíe su soledad. Su prosa austera y directa va calando inadvertidamente en el lector, sumergiéndole en un ambiente marginal y desolador. Sus diálogos son precisos y esclarecedores.
El boxeo juega un papel extraño en esta historia. No es una novela deportiva y cualquiera que llegue a ella esperando encontrar un desenlace épico, se llevará una decepción. Sin embargo, el mundillo profesional de base con sus gimnasios y combates igualados, con todo su dolor, sudor, incertidumbre y agonía, queda retratado a la perfección. Es imposible leer estas páginas sin amar a estos hombres que se niegan a rendirse y que derraman su sangre a la espera de un golpe de suerte o de justicia. Pero también lo es no sentir lástima o desesperación.
Stockton debe ser la ciudad más horrible del mundo.
Esto hay que leerlo.
Sí. Lo austero del texto no te deja ser consciente de la enorme profundidad de los personajes y su mundo hasta que terminas de leerlo. Me ha parecido una obra maravillosa.