El puente de mando de la Queequeg —una fragata de escolta que, tras la IV Campaña y la firma del tratado de paz, fue reconvertida en recolector de chatarra— está construido sobre un saliente que me ofrece una vista despejada del Cuadrante Suroeste. Sentado ante la consola apagada del radar observo el campo de asteroides de Agdar y los océanos de Rocanegra. Los piélagos bituminosos que cubren por completo este planeta amorfo, oscuro e inabarcable adquieren la consistencia de limo espeso y brillante bajo la luz cenital para convertirse en una costra coriácea con el crepúsculo.
Desde que los sistemas fallaron definitivamente he visto salir el sol cuarenta y ocho veces. Tengo sueño, hambre y un destornillador. Siento que me observan.
El jefe Galgo, en sus viajes de campaña como capitán de fragata, había perseguido hasta los confines de la galaxia una lanzadera chaillí que transportaba un aparato capaz de descifrar los mensajes del enemigo. La obsesión había hecho mella en su ánimo. Su ambición, inalcanzable y demasiado peligrosa para unos chatarreros, fue acogida con entusiasmo por Neville y Owens. Yo nunca tuve voz, mucho menos voto. No había marcha atrás.
Los tanques de heliofuel están casi vacíos. Igual que los reservorios adosados al exterior del mascarón de proa en los que recogíamos agua al atravesar el campo de tormentas de la sexta luna de Kemp. He instalado mi catre junto a la barandilla del puente de mando. Lo he juzgado prudente al comprobar que una de las criaturas se había colado en el camarote de Galgo. Por suerte llevaba conmigo el destornillador.
A un pársec de Rocanegra, al poco de reanudar el viaje tras descargar en el puerto franco de la luna de Naba, avistamos una nave a la deriva que Galgo reconoció de inmediato como la lanzadera chaillí AXS476. El campo gravitacional del planeta y los relumbros evanescentes de los paneles reflectantes del navío volvieron loco a nuestro radar. Hubo de ser el sonar el que detectara, en el último instante, su presencia sobre nosotros. Resultó imposible esquivar su trayectoria descendente. No pudimos hacer otra cosa que esperar el impacto. Inutilizados los reactores, se desvaneció nuestro campo de fuerza. Entonces Rocanegra nos atrajo hacia sí cual si fuera uno de los titanes que supervivieron al tercer ocaso. Como tantas otras naves nos vimos atrapados y sumidos en una deriva infinita bajo un cielo que solo se pespuntea de estrellas un par de horas antes de cada aurora.
Parece ser que no solo subí a bordo el condenado aparato. Puede que me siguieran. Quién sabe si son espectros albúreos, escolópodos carroñeros o cualquier otra aberración cósmica. Debieron colarse por la esclusa tres antes de que blindara los accesos al puente. El idiota de Owens debió dejarla abierta en su última escapada para fumar hierbazul. Le está bien empleado que uno de ellos lo siguiera hasta el cuarto de esterilización. No he vuelto a verlo.
Antes del impacto mi función era limpiar la sentina y revisar los boquereles de suministro de combustible. Hasta ese momento me había limitado a realizar tareas de mantenimiento. Pero Galgo decidió que fuera yo el encargado de recuperar el artefacto para la causa. Has de aprender el oficio. El hormigueo en los dedos, el nudo en la garganta. El miedo. Mis compañeros se rieron de mi ridículo aspecto dentro de aquel traje dos tallas más pequeño que yo. Ellos, que no eran más que basureros. Ellos que, desde que Galgo decidió rescatarme de la arena del circo de Chakra, no habían hecho otra cosa que burlarse de mi empleo y de mi aspecto. El pedazo de escoria estelar. El larguirucho de ojos saltones. Hurón me apodaron. Hurón fue el responsable de subir al navío abandonado y recoger aquella cápsula oblonga y pesada y trasladarla al interior de la Queequeg.
Un monstruo canturrea. Creo que es una sirena bruna, una de las quimeras de bello aspecto que se instalan cerca de los agujeros de gusano de los confines de Orgrón y atraen hacia la nada a bandoleros y ladrones con sus voces lastimeras. Al menos ya sé dónde está. Ayer se dedicó a arañar el mamparo que separa el compartimento de carga del pañol de despensa. Si me hubiera atrevido a bajar a los tres días del impacto, cuando ya me había deshecho de los entes instalados en el camarote de capitanía y en el cuarto de esterilización, la hermosa tarasca no habría acabado con los víveres.
Neville había estudiado ingeniería aeroespacial. Por tal motivo pasaba gran parte del tiempo a los mandos de la máquina gravitacional. Ella impedía que flotáramos como burbujas en este mar negro. Owens, sin embargo, se limitaba a manipular las palancas de orbitación para mantenernos cerca de los planetas en los que descargábamos y muy pocas veces descansábamos.
Tengo provisiones para dos días de deriva. Ignoro si mis llamadas de socorro han sido recibidas por algún buque de rescate.
A Galgo no le gustaba la tierra firme. Por eso mi tarea era a veces tan complicada. Los tanques de residuos se llenaban con demasiada facilidad aquí arriba. Neville se mareaba. Vomitaba constantemente. Owens se encerraba horas en la sentina con su consola de estimulación. Yo limpiaba sus deshechos y fluidos. Solo Galgo se comportaba de manera diferente. Quizás se deba a que nació en la tercera luna de Volga. Sus parámetros de alimentación, solaz y supervivencia eran muy diferentes a los de los hombres provenientes de la Tierra. Lo apreciaba. Pero su dañina obsesión nos lanzó hacia los brazos de la atmósfera de Rocanegra. Si hubiera sido razonable, no habría muerto nadie.
El efecto del sol penetrando en el puente se ha tornado abrumador. Primero pinta de cobre las palancas y las consolas. Reverbera en las puertas, en el suelo. Después lo inunda todo con una claridad hiriente, blanca, dolorosamente brillante. No lo soporto. Pero no logro encontrar las gafas de triple capa que Galgo entregó al resto de la tripulación. Es por ello que he buscado refugio en la sentina. Ahora por fin tengo oscuridad, silencio. Y un destornillador.
***
ACTA DE REMOLQUE Y CERTIFICADOS DE FALLECIMIENTO DE LOS MIEMBROS DE LA TRIPULACIÓN DEL CHATARRERO DE CLASE C QUEENQUEG
22h del día 42 del quinto mes del año estelar 3018
La nave ha sido acoplada al crucero de rescate ZQ-211. Se ha recuperado de la bodega de carga una capsula de seguridad sustraída de un transporte chaillí abandonado a la deriva en las proximidades del accidente e identificado como lanzadera AXS476. En su interior se ha descubierto una antigua máquina de desencriptación. Resultando inservible, se le asigna un valor residual de 87 gibs y se precinta para posterior desguace. Se incorpora al inventario un diario encontrado en la sentina para su estudio por parte del teniente jefe de la comisión judicial.
26h del día 42 del quinto mes del año estelar 3018
El oficial médico firma los certificados de fallecimiento de las personas que a continuación se describen:
Cuerpo 1: Greg “Galgo” Parsons, capataz de chatarreros.
Cuerpo 2: Rose Neville, chatarrera de primera clase.
Cuerpo 3: Melvin Owens, recolector de tercera clase.
Cuerpo 4: Desconocido.
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CARTA DIRIGIDA POR ELDER RUNNER, TENIENTE DE NAVÍO Y JEFE DE LA COMISIÓN JUDICIAL DEL ALMIRANTAZGO ESTELAR DEL CUADRANTE SUROESTE, AL ALMIRANTE CUNNIN.
Día 5 del sexto mes del año estelar 3018.
Excelentísimo señor,
Me ha pedido opinión sobre lo sucedido hace ya trece días en la fragata recuperada. Como bien sabe, estoy habituado a todo tipo de emergencias, desastres y rescates agónicos de hombres largo tiempo desaparecidos que, atrapados en naves a la deriva, adoptan actitudes cercanas a la locura. Pero es la primera vez que me corresponde ordenar, en el mismo escenario, el levantamiento de tres cadáveres cosidos a puñaladas y el de un suicida.
Lo que he visto a bordo del recolector Queequeg me ha dejado aturdido. En un primer momento quise achacarlo al efecto que las mareas de Rocanegra ejercen sobre los viajeros estelares. Pero la observación con detenimiento de la disposición de los cuerpos, unida al estudio del diario escrito por el tripulante sin identificar, me ha llevado a reflexionar hondamente sobre sus motivaciones.
No habríamos sabido que el capitán de la fragata estaba muerto si mi auxiliar no hubiera señalado el reguero de sangre que partía de su catre y desaparecía al llegar al pasillo. Su ejecutor se había tomado la molestia, quizás la deferencia, de cubrirlo con sábanas limpias y cerrarle los ojos.
Actitud muy diferente a la adoptada por el causante respecto al recolector de tercera. Su cuerpo fue encontrado en el cuarto de esterilización. Pendía de uno de los garfios de secado de trajes aislantes con múltiples heridas punzantes en rostro, garganta y abdomen. Se apreciaba un contumaz ensañamiento.
La mujer se hallaba en el compartimento de carga. Presentaba una perforación bajo el pabellón auricular derecho. El médico determinó una muerte relativamente plácida y muy rápida por exanguinación. Junto a ella había restos de gelatina de boj y bolsas vacías de cortezas de roblesanto. Puede que le permitiera alimentarse hasta que las provisiones estaban cercanas a agotarse.
El cuarto tripulante, a todas luces autor de los hechos, yacía atorado en la esclusa de la sentina donde debió esconderse para burlar la incipiente ingravidez. Tenía un destornillador clavado en el estómago.
Tanto mi auxiliar como el médico creen que esta barbarie ha sido la obra de un ser hambriento que se quitó la vida tras acabar con las de los otros en su lucha por sobrevivir. Yo opino que la indiferencia, el odio y finalmente la soledad y el miedo fueron los que alimentaron a los monstruos que lo habitaban.
Relato nominable al IV Premio Yunque Literario
Esther Cabrera (Madrid, 1978) es licenciada en Derecho y experta universitaria en Criminología. Sus relatos han logrado el reconocimiento en diversos certámenes. Los más recientes, un accésit en los Premios Gandalf de Relato Corto en 2021; el primer premio en los Premios Bilbo de Microrrelato 2022 convocados ambos por la Sociedad Tolkien Española (ha sido jurado en los Bilbo 2023) y el primer premio en la categoría ciencia-ficción de la II edición de los Premios Yunque Literario. Ha colaborado con el proyecto de literatura cooperativa «El hilo de la historia» y participado en el concurso internacional de microrrelatos «Microatardeceres», convocado por Diversidad Literaria (texto seleccionado para formar parte de una antología). También ha sido redactora 2022-2023 en el blog literario Espiademonios.
Actualmente está inmersa en la promoción de su última novela, El crimen de Santa Olga
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Me ha encantado!! Muchas gracias Esther por estos relatos!! Un besazo!!!
Gracias a tí, Isa. En Yunque hay mucho y muy bueno. Te animo a seguir leyendo. Besos.