Lluís Rueda es escritor, editor, cinéfilo, republicano y luciferino. Su sinceridad es apabullante y su amor por la literatura, inmenso. Un amor añejo, honesto y humilde. En esta entrevista nos muestra su mundo. ¿Teméis que os seduzca?
H – ¿Qué ofrece la literatura de género que no ofrece el mainstream?
LL – Pienso que hoy día la literatura de género es también bastante mainstream y, dentro del mainstream, que en general no significa nada más que popular, hay joyas y basura. Yo, que soy muy cinéfilo, siempre busco la comparativa con el cine de género. Siempre estamos con la sensación de que todo tiempo pasado fue mejor y las cosechas o añadas generalmente tienen una regularidad constante desde hace años. El año en que Ingmar Bergman rodó “El séptimo sello” fue 1957 y seguramente entre cientos de películas olvidadas de ese año recordamos la del director sueco, “El increíble hombre menguante”, “Trono de sangre” y “El puente sobre el Rio Kwai”. Quiero decir que recordamos a lo sumo cinco obras de una década, lo demás se quema en la memoria, muere, la mayoría de novelas ya nacen sentenciadas para el olvido. Entonces, ¿hablamos de literatura como un concepto perecedero o de la industria? Creo que son cosas diferentes, la industria del libro debe ser consciente de su minusvalía como religión. Bueno sería que todos tuviésemos una actitud similar a la de un comerciante, un tendero que vende ocio. Si algo de lo que hacemos perdura, si algo en el futuro es referencial y necesario, perfecto. Eso si para entonces no estamos muertos. Siento empezar la entrevista con este tono, pero soy un pesimista sonriente, agradecido por respirar y por que alguien me salude por la calle. El triunfo personal empieza cuando escribes Fin y acaba en el momento en el que el anónimo que ha leído tu novela la olvida completamente. La literatura es un gran cementerio y el milagro de la inmortalidad es escaso.
H – ¿Qué te aporta la literatura como escritor? ¿Y como editor?
LL – Es curioso, mi estilo es un híbrido de muchas cosas, no solo de ficción. Leo muchísimo ensayo, mucho más que ficción. Creo que forjarse un estilo es algo que aparece en un momento concreto de la madurez en el que ya has leído lo suficiente (y bueno) como para tener un mapa esquemático de tus posibilidades, de tu “musculatura” mental. Evidentemente todos copiamos, quien lo niega o juega al vacile narcisista no tiene mi respeto. Pero el tema es casar todos los referentes que manejamos para perpetrar algo parecido a una hazaña literaria, que las más veces es una parodia, una obrilla de entreactos. Nada comparable con Dante, Melville, Shakespeare o Faulkner. Como editor supongo que utilizo idéntico esquema, soy consciente de lo que hay e intento descubrir voces que tienen estilo, que hacen de lo literario algo cool, desinhibido y descarado. A veces es difícil. Hoy día, como editor, publico sobre todo ensayo de cine, cultura popular, arte y mitología. Da muchas más satisfacciones. En todo caso: ¡Gracias por tanto Homero, contigo empezó todo!
H – ¿Eres un autor para lectores exigentes o un autor exigente con sus lectores?
LL – Soy un autor paciente que procura huir del narcisismo. Ese estado zen (jajaja) me permite lanzar una conjetura a modo de literatura para ver si alguien la caza, la disfruta y se lleva un buen recuerdo por unos días. No somos nadie para exigir nada a una lectora o lector. Como si compra el libro y lo quema antes de leerlo. En el momento en que lo tiene en la mano ya no es mío, se ha transformado en otra cosa. Sabes que el
lector puede violar tu prosa, ridiculizar a tus personajes, reírse de tu estilo, criticar tu manejo de los diálogos y las posibles incoherencias de tu planteamiento. Y como me avanzo a tal fracaso ya lo comunico, de antemano, en la propia novela. Lucificción es un ejemplo de ese vacile, “como me vas a poner a parir ya lo hago yo antes y me paso por el forro lo anticlimático”. A mis alumnos/as del taller de escritura que imparto en Barcelona a menudo les digo: de entrada ya todos somos malos escritores, así que vamos a jugar sin complejos y a ver que sale. Lo sé, los talleres de escritura en muchos casos son como una clase de espiritualidad para reforzar el ego, pero no en mi caso… yo procuro montar un pogo punkarra, enseñar las normas, sí, pero también desafiarles. Empezar a escribir es como iniciarse en las drogas, en el sexo, en el rock, mola… pero eso no quiere decir que te vayas a convertir en Jim Morrison.
H – ¿Cuál es tu motivación al escribir? ¿Cuál el público al que deseas llegar?
LL – Pues supongo que la principal motivación es crear un mundo con unas reglas para concentrar ahí los demonios y matar el aburrimiento. Los niños que teníamos pocos juguetes supimos desarrollar una capacidad bestial para crear historias, era como teatro a pelo, desnudo. Odiseas, pasiones, vendettas con un Mr Potato, cuatro piezas de Tente y una marioneta. Cuando acabas de jugar y concluyes en un final satisfactorio te sientes genial, el trabajo está hecho y has llorado, reído, te has enamorado, te has batido en duelo, has sufrido y aprendido. Gracias por tanto Mr Potato. No sé, supongo que todo, tus convicciones, valores, fobias, tu idea de la mística, tu percepción de la estética entra ahí. La estética es muy importante en la literatura, en la cultura y el arte en general. En cuanto al público, es curioso siempre que lo he estudiado un poco he visto que mi literatura conecta mucho con mujeres, supongo que es muy poco masculina, quizá a excepción de la novela “Paradoja en Renfield Street” que es entre otras cosas un estudio crítico sobre la camaradería hetero. Evidentemente deseo llegar a mucha gente, pero como republicano, luciferino, quizá un tanto snob, apasionado del rugby y los maltas escoceses, si no llego a algún lector ultraconservador o a alguien en las antípodas de mis convicciones e identidad, me parecerá lógico y perfecto.
H – ¿Cómo concibes la literatura? ¿Es un entretenimiento? ¿Un vehículo? ¿Un desahogo?
LL – Es un sufrimiento íntimo. Produce placer en la medida que imparte dolor. Yo diría que es una disciplina sadomasoquista bastante interesante. También es cierto que como en una religión hay mucho de exorcismo interior y de liturgia sanadora. Creo que la literatura cura de la locura. Extirpa aquello que hace daño en la cabeza. Los hébetuds de Lucificción, que se alimentan de malos poetas y expanden la oscuridad, son una buena metáfora de cómo entiendo la literatura. Es un apéndice invisible, que está ahí, como el que el personaje de Osvald Jesper lleva en su maleta, y para que no me arrastre al Infierno debo amputarlo, al menos una vez cada dos años. No es un entretenimiento, no es un vehículo a parte alguna, es una suerte de placebo.
H – Pocos autores mezclan metaliteratura y fantasía. ¿Te consideras un precursor? ¿Y un autor experimental?
LL – Alguien me indicó que le recordaba un poco a Michael Moorcock. Ni me lo había planteado. Mis referentes inmediatos son Italo Calvino, Álvaro Cunqueiro y William Butler Yeats, y también he crecido leyendo a Ray Bradbury o Ambrose Bierce entre muchos y muchas escritoras. Puedo pasar de Mercé Rodoreda a William H. Hogdson tranquilamente, y creo que eso es bueno, anclarse en un género y solo leer eso atonta tu capacidad. Transito muchos géneros y ninguno en concreto. Los géneros son vías o cauces por los que desplegar las opciones de unos personajes, pero lo importante son ellos y sus historias. Me gusta el término “literatura de lo extraño” o “singular” para definir lo que trato de hacer. No manejo límites, no tengo códigos férreos, me gusta la literatura fantástica pero en casa no tengo un altar a Poe o Lovecraft, aunque quizá si haría uno a Nathaniel Hawthorne que es un autor mucho más poderoso. Evidentemente hay mucho de simbolismo en lo que hago, un tanto de decadentismo y algo de experimentación. Pero eso no solo es propio de la ficción, también cuando escribo ensayo procuro jugar con asociaciones de ideas, eso sí, profundizando en un discurso con toda la documentación posible. Por cierto, durante el confinamiento rematé un ensayo que seguramente verá la luz a principios de 2021. Me encanta el ensayo, como editor y como escritor.
H – Orciny Press es la editorial perfecta para Lucificción ¿Por qué son necesarias las editoriales como esta, con evidente vocación minoritaria?
LL – Orciny Press es una de las más singulares y excitantes editoriales independientes de la Península. Su catálogo es excepcional, ideológicamente impecable e implacable, tiene un discurso que es coherente, es único y es seductor. Creo que en conceptos como el Bizarro y literatura extraña está precisamente la receta ganadora de la literatura actual. Es algo que me encanta, lo extraño y lo bizarro son géneros de géneros, y eso los convierte en algo arrollador, alejado del mainstream mohoso que antes citabas. Lo que publica Orciny es poderoso, y luminoso, y arrebatadoramente cool. Hugo Camacho nos ha regalado voces tan extraordinarias como las de Laura Lee Bahr, Carlton Mellick III y muchas más, también gente de aquí con un discurso único (no los cito porque la lista es larga). Me siento muy feliz de formar parte de ese grupo de irreductibles de la creatividad. Admiro mucho lo que hace Hugo.
H – ¿Cuánto de Lluís Rueda hay en Muriel Trencadissa, la protagonista de Lucificción? ¿Es escribir un proceso similar a un peregrinaje por el purgatorio?
LL – Es evidente que mucho. Por ejemplo, algunos recuerdos del principio de la novela son préstamos de mi niñez en Cornellà de Llobregat. Tiene mucho de mí. Creo que Muriel (nombre que me inspiró una canción del músico catalán Adrià Puntí) tiene ese equilibrio de autora decadente, de vuelta de todo, que aún así aspira a ser mejor escritora, incluso accediendo a un pacto faustiano. Su difícil equilibrio entre la depresión y la euforia me representa bastante, una suerte de bipolaridad extrema y creativa. Muriel es una especie de mezcla imposible entre Enrique Villa-Matas, Mark Lanegan y Margaret Cavendish, escritora británica adelantada a su tiempo que proclamó aquello de «Las mujeres viven como murciélagos o búhos, trabajan como bestias y mueren como gusanos”.
H – La crítica a la intolerancia del catolicismo institucionalizado es evidente en esta novela. ¿fue algo premeditado o te encontraste con esa necesidad durante la escritura? ¿Cuándo comienzas una novela, sabes cómo terminará?
LL – Lucificción es una novela que aplica la filosofía luciferiana a diferentes niveles, pero yo tampoco la vería como un alegato anticristiano. Esencialmente cuestiona los errores y el fanatismo de la Iglesia Católica que fundó su idiosincrasia en una visión de la espiritualidad y la fe sesgada basándose en el discutible canon bíblico de Saulo de Tarso (San Pablo), un personaje con muchas sombras. Sin embargo respeto muchas corrientes históricas del cristianismo que pasaron a denominarse heréticas. El luciferianismo, doctrina esotérica asociada a Lucifer, la personificación del lucero en el mundo clásico, impregna toda la novela. Lucificción se centra en la búsqueda de la iluminación, la sabiduría, la independencia y el progreso. Todo esta filosofía está insertada en el corpus de este libro de fantasía extraña. Respecto a la preparación, generalmente improviso el desenlace sobre la marcha. A lo que le doy una importancia capital es a las primeras cincuenta páginas, que en la medida de lo posible están muy planificadas.
H – ¿Es Lucificción tu obra más personal?
LL – No sabría decirlo. Es una de las más libres, eso sin duda. Cuando la escribía tenía claro que el objetivo era plasmar en ella muchos homenajes y de una manera sincera. Creo que al menos eso lo he conseguido. Desde luego creo que es mi obra más provocadora.
H – Paradoja en Renfield Street, tu segunda novela, también es una obra repleta de contrastes e influencias difícil de clasificar. ¿De dónde viene tu pasión por lo oculto y la necesidad de hibridar géneros?
LL – El mundo que nos ha tocado transitar a veces es tremendamente aburrido y previsible y el ocultismo pone a tu disposición herramientas para cifrarlo y a través de los símbolos buscar cierta transformación personal. Supongo que la atracción por lo esotérico me viene desde la adolescencia y precipitó a través e diversos canales: el rock gótico, el cine de terror, la lectura…
H – Tu primera novela, El columpio negro, podría considerarse puro Cyberpunk. Viendo tu evolución, ¿te reconoces aún en ella?
LL – Sí, me reconozco. Creo que es una buena novela que ya propone diversas capas de profundidad, muy a mi estilo. A priori es una novela sci-fi que homenajea a Philip K. Dick, pero nadie advirtió que también es «Vértigo. De entre los muertos” de Hitchcock explicada al revés. Ahí está la dualidad, lo fantasmagórico, la evocación del ideal femenino. Pero lo más importante, es una novela muy espiritual que habla de diferentes estados del alma, de la trasmigración de lo que somos a un contenedor que puede ser un cuerpo humano, un androide o un residual holograma. Es una novela con mucha alquimia y, también, muy esotérica.
H – Tus obras están en las antípodas de las novelas comerciales publicadas por las grandes editoriales. ¿Crees que los lectores necesitan pequeñas sacudidas que les hagan cambiar su imagen de la literatura, o asumes que sólo una minoría querrá buscar algo diferente?
LL – Creo que las grandes editoriales tienen un problema de objetivos que compensan con su enorme maquinaria publicitaria, pero el tiempo las pondrá en el lugar que les corresponde, el limbo. Nosotros debemos hacer nuestro trabajo y poner amor e inteligencia en lo que hacemos. Siempre lo pienso, si tuviera más dinero haría maravillas, pero los editores pequeñitos somos esos alquimistas que trabajan en su laboratorio y son capaces de transformar los elementos. Aunque pasemos hambre, jamás revelaremos nuestros secretos al enemigo. ¿Lo veis? De todo monto una épica de pacotilla, jajaja. Existen lectores muy perspicaces y exigentes, y cada vez son más. Esa es mi gente, esa es mi tribu, esos son mis compinches de las tinieblas.
H – Volviendo a tu faceta de editor ¿Qué te impulsó a crear la Editorial Hermenaute? ¿Sientes que cumpliste tu objetivo o te queda camino por recorrer en esta aventura?
LL – Pues fue un impulso no demasiado premeditado. La coyuntura laboral, estaba en paro, hizo el resto. Hermenaute ha ido construyendo su identidad poco a poco, sin mecenas, a pelo. Siento que es un proyecto en crecimiento constante, ahora muy enfocado exclusivamente al ensayo y al fantástico en lengua catalana. En septiembre la editorial cumplirá cinco años, no negaré que ha sido durillo, pero creo que nos hemos ganado respeto y reconocimiento. Con eso y decenas de proyectos en la agenda confío en que vamos a seguir dando guerra por mucho tiempo.
H – ¿Qué puedes decirnos de tu próxima novela?
LL – Ahora mismo no es una, son dos. Tengo dos proyectos empezados y estoy comenzando una relación con ambas para ver por cual me decanto. La primera es una obra de horror gótico, que sería diferente y extraña, claro, la otra es un thriller bizarro con un ojo puesto en los mitos centroeuropeos. Espero decidirme pronto, tampoco descarto escribir ambas de cara al futuro.
H – Recomiéndanos un autor o autora. Solo uno/a.
LL – Como completo y versátil el escocés Robert Louis Stevenson, modelo abrumador para generaciones posteriores. Su obra incluye crónicas de viaje, periodismo, novelas, poesía, ensayos…
H – ¿Algún consejo para quien sueñe con convertirse en escritor/a?
LL – No debe soñarlo, puede convertirse en cualquier momento. De hecho lo difícil es no ser escritor/a. No hace falta ser un Superchef para aliñar con ingenio un tomate: mi consejo es que mire sus opciones y sus prioridades. Si lo va a hacer para buscar popularidad y reconocimiento mejor que lo descarte, se me ocurren opciones más óptimas. Si va a escribir para sentirse mejor y por la ilusión de ver impreso su mundo, está bien, es bonito. Pero le aconsejo que piense en esa criatura como en un juguete de la infancia, como en aquel Mr. Potato que un día se convirtió en corsario y aventurero. Que no pierda el cariño por las cosas, que busque la sutilidad en la manera de ver y contar el mundo.
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Gracias! Lluís Rueda tiene mucho mundo interior y las ideas muy claras. Ha sido estupendo poder entrevistarle.