H – Dime una cosa, Ismael ¿Sangran los demonios? ¿Son inmortales?
I – Pues depende. Imagino que los que sangran son los que llevamos dentro porque lo hacen con nosotros. Como su vida está ligada a la nuestra, mueren el mismo día que nosotros. Por lo que esto último responde a la segunda cuestión. (He de decirte que no esperaba salir tan bien de esta pregunta).
H – Pues yo no tenía ninguna duda.
Ismael Orcero Marín es un autor de raza. Uno de los pocos que tienen el valor necesario para sumergirse en el realismo más áspero y abrir en su base una puerta a lo fantástico. Sus historias no son siempre amables, pero atrapan a sus lectores y les conducen a lugares insospechados dejando en ellos una huella indeleble.
Deuda de sangre es su última novela publicada. Una historia intensa y desgarradora a caballo entre el realismo mágico, el western y el terror. Con ella ha pegado un golpe sobre la mesa y ha reivindicado su derecho a ser reconocido entre los mejores autores de nuestro panorama literario actual. Trataremos, mediante esta entrevista, de descubrir por qué disfruta tanto arrebatándonos el aliento y la esperanza.
H – Querer contar historias suele ser consecuencia de una necesidad vital. ¿Qué te aporta la literatura a nivel personal y de dónde surgió la inspiración para una obra tan dura como Deuda de sangre?
I – Desde joven, para mí, la literatura fue algo vital como lector. Sin embargo, un día apareció el Ismael “escritor” y las historias comenzaron a asaltar mi cabeza. Historias para un cuento o para una novela, como este último caso. Así que, aunque muchas veces he tenido periodos de silencio en los que no he escrito nada, de pronto, me han asaltado historias que se han desarrollado en mi cabeza sin ningún esfuerzo. Han aparecido como algo natural que he tenido que dejar salir.
Con esta novela pasó algo similar. Estábamos en el confinamiento, y para pasar el rato escribí un montón de cuentos de terror muy cortos, entre los que había una historia de unos cazadores que iban en busca de un animal. Pasaron los meses, nació mi hijo y en los días de permiso de paternidad, con tanto tiempo muerto entre biberones, la historia empezó a desarrollarse en mi cabeza más allá de las dos o tres páginas del cuento, con varios secundarios y una historia detrás de los protagonistas que daba lugar a la narración principal. Por aquel entonces estaba con otra novela, que abandoné para escribir Deuda de sangre y a la que, por cierto, no he vuelto a regresar pese a tener más o menos la mitad de un primer borrador.
H – Hablemos de tus protagonistas: Andrés, que vivió una guerra, cree que lo ha visto todo y emprende un viaje de venganza confiando en su experiencia. Juan, su hijo, le acompaña esperando vivir la aventura de su vida y convertirse en un hombre. En anteriores obras has explorado el inevitable conflicto generacional, pero aquí, la relación paterno filial es bastante modélica en muchos aspectos. ¿Puede ser la tragedia un lugar de entendimiento para las distintas generaciones?
I – Sin duda, ¿Cuántas familias hacen frente común cuando sucede una desgracia? Al final, los recuerdos compartidos de una infancia (con las luces y sombras de cada casa) y las enseñanzas de padres a hijos (las buenas y las malas) son las cosas que perviven en el tiempo. De alguna manera, por nuestra cultura, tenemos una idea muy clara de nuestra relación con los deberes que tiene una familia. De hecho, en la novela, trato de plasmar esas obligaciones, a través de lo que se puede entender como el honor de un apellido importante o de los deberes que se pueden inculcar desde el púlpito de una iglesia. Juan intenta tomar el papel de su padre, pese a que si tuviéramos la oportunidad de preguntarle nos respondería que le apetece hacer justo lo contrario.
H – El camino por el que arrastras a tus protagonistas (y, por tanto, a tus lectores) está sembrado de buenas intenciones. Sin embargo, pareces empeñado en recordarnos que no todas las buenas acciones tienen el final deseado. ¿Tan incapaces somos de controlar nuestras propias vidas?
I – Los protagonistas de la novela se mueven en un territorio hostil, donde las leyes que rigen el lugar del que vienen ya no tienen cabida.
Ese es otro tema de la novela: nuestras creencias, nuestras leyes e incluso nuestras herramientas no sirven de nada para controlar nuestra existencia. Tal vez, por estar entrando ya en la mediana edad, piense mucho en el destino y en cómo todo escapa a nuestro control. Y tal vez, de tanto pensar en ello, se haya trasladado a las cosas que escribo.
H – Me he esforzado por encontrar personajes secundarios que no me decepcionasen y no lo he logrado (aunque comprendiese sus motivaciones). Algunos por cobardes o egoístas. Otros por miserables. ¿Te has empeñado en arrebatar toda esperanza al lector? ¿Has diferenciado conscientemente a Andrés y Juan del resto para amplificar lo titánica de su tarea, o ese universo hostil e inmisericorde en el que les sitúas ha surgido de tus propias emociones?
I – Bueno, era una idea que me rondaba la cabeza. El tema central de la novela es que uno, cuando se enfrenta al mal, tiene que convertirse en algo peor si quiere derrotarlo. Quería que el contraste se viera claramente porque los protagonistas vienen de un mundo que es dócil y lleno de comodidades, donde vive una comunidad que se ayuda. Sin embargo, cuando llegan a la otra cara de la sierra, se encuentran que ese lugar es justo lo contrario a lo que son e inevitablemente, para sobrevivir, tienen que corromperse.
H – Colmillón es un ser malvado que va dejando un rastro de sangre y sufrimiento. Parece que no hay nada humano en él. ¿Cómo surgió este personaje?
I – Quería un personaje que fuera la encarnación del mal, pero que no tuviera un rostro en el que nos pudiéramos fijar. Algo así como alguien que sabemos que está presente, pero porque lo tenemos continuamente en la cabeza al temer que aparezca. De hecho, en la novela se ve que no es a él al que debemos temer, sino a la influencia que ejerce sobre los otros. Por eso me pareció tan atractiva la idea de que no estuviera presente como un enemigo al que enfrentar, sino como algo que está lejos de nuestro alcance y a lo que no podemos llegar porque los que están a su alrededor nos lo impiden.
H – De hecho, haces que lo veamos todo desde el punto de vista de los habitantes del pueblo o de el de los errantes, nunca desde el suyo. No nos ofreces pistas sobre sus motivaciones y nos lo muestras como un animal que busca únicamente su satisfacción personal. ¿Pueden llegar a ser justificables sus actos? ¿La distinción entre el bien el mal es siempre una cuestión moral o puede ser una cuestión práctica?
I – Bueno, en este caso es una cuestión práctica. El mal es el único camino que se puede escoger en un lugar así, tan salvaje donde los principios morales no tienen ningún sentido. Se trata de sobrevivir en la tierra, no en el Cielo. Por lo tanto, las motivaciones son las de cualquier animal.
H – ¿Y qué me cuentas de los errantes? Son un pueblo con un gran magnetismo. Los llaman gitanos por su estilo de vida nómada, pero en ellos hay mucho más; algo diferente. Algo temible que abre la puerta a otras realidades. Y los has imaginado libres, sin someterse a nuestras leyes ni a nuestra moral. Para ellos, lo único importante es la supervivencia. ¿Puede ser eso algo reprochable? ¿No es esa la única ley natural?
I – Bueno, realmente son unos gitanos más literarios que reales. Digamos que cogí a esos gitanos que aparecen en las novelas góticas del siglo XIX y los “españolicé”. Intenté darles un pasado en el que, supuestamente, pudieron relacionarse en armonía con ese espacio en el que viven hasta la llegada de Colmillón, que hizo saltar por los aires todo código moral y que, por esa circunstancia, tuvieron que acercarse a prácticas ancestrales y prohibidas.
H – Esta historia discurre por caminos llenos de polvo que conectan pequeñas poblaciones y asentamientos rurales. María la de los sapos, madre de Colmillón, es una bruja. En la segunda mitad de la novela nos muestras otro personaje a cuyos hechizos y encantamientos se recurre para tratar de salvar una vida. ¿Crees que existen o existieron las brujas? ¿Tendrían cabida en nuestras ciudades del siglo XXI?
I – Bueno, esta es una pregunta recurrente en presentaciones y entrevistas, porque muchas de mis publicaciones toman elementos folclóricos como inspiración. Es uno de mis temas favoritos y es algo que, sin querer, llevo a muchas de mis narraciones. Creo que seguimos confiando más en el Más Allá que en el progreso científico. Por lo tanto, las brujas, falsas a los ojos de la ciencia, toman una dimensión real porque nosotros se la damos en nuestra narración personal. Yo vivo en un pueblo donde todavía hay muchas tradiciones asociadas a la naturaleza y a la vida rural, y generación tras generación, por la narración de hechos fantásticos que se ha hecho en casa, se siguen tomando como ciertas muchas de las cosas que hacen algunas mujeres a las que se podría catalogar como brujas.
H – Muchos pensamos que tu literatura, tan proclive a añadir elementos fantásticos a la realidad más descarnada, está influenciada por autores del boom latinoamericano como Rulfo o Borges. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación? ¿Qué opinión te merece el nuevo boom latinoamericano de autoras de terror y ciencia ficción?
I – Pues he de decirte que es totalmente cierto. Sin los autores de Boom y de la literatura de América Latina, quizá no habría llegado a escribir algo publicable. García Márquez, José Donoso, Juan Rulfo, Carlos Gardini… Fueron una gran influencia a la hora de empaparse de influencias.
Sin embargo, en mi literatura también hay cierto poso popular. Los escritores Pulp, aquellos que publicaban en revistas, me fascinan. Ray Bradbury sobre todo, por la forma en que dotaba de poesía a sus historias.
Con respecto a la nueva generación de autoras que poco a poco nos han ido llegando (aunque lo de nueva habría que ponerlo entre comillas, porque muchas se han consolidado), resulta fascinante ver cómo se han atrevido a hacer cosas que a nosotros, los españoles, ni se nos pasaban por la cabeza, dignificando el género frente a la literatura realista que llena los escaparates de las librerías. He leído sobre todo a Mariana Enríquez, por ser quizá la más conocida, pero también está el caso de Liliana Colanzi. Hace una década nadie daría un duro por ese tipo de literatura y mira ahora, ambas con un premio muy importante debajo del brazo.
H – En cuanto a la literatura fantástica española, parece que lucha por reivindicarse tras décadas de marginalidad. ¿Cómo ves el presente y el futuro en ese sentido? ¿Crees que nuestros autores están, en cuanto a calidad, a la altura de los extranjeros con los que los grandes sellos copan el mercado?
I – Esta pregunta enlaza con lo que hablábamos antes. La literatura que ha llegado desde Sudamérica, además de para hacernos disfrutar, ha servido para quitarnos los complejos en cuanto a que la literatura fantástica también puede formar parte de la gran literatura. Pienso en autores como Luis Manuel Ruiz, Ángel Olgoso o Juan Jacinto Muñoz Rengel que han conseguido fusionar estilos y fuentes muy dispares para hacernos llegar grandes obras. Pero también me vienen a la cabeza sellos que nos han traído a autores que han optado por practicar un género fantástico más puro, como el que viene del mercado anglosajón. Es cierto que estos últimos, en ocasiones, han adoptado las fórmulas de escritores conocidos como Stephen King o Clive Barker, pero dotándolos de un sello propio, más europeo y por tanto más reconocible. Han trasladado ese modelo de historias a personajes y escenarios de aquí, lo cual ha hecho sus narraciones más familiares para los lectores y han conseguido que, en muchos casos, nos decidamos antes por una obra escrita por autores españoles que anglosajones.
H – Tú mismo has publicado obras con editoriales tan dispares como Boria ediciones, Applehead Team y ediciones El Transbordador, así que probablemente conoces el panorama editorial actual a fondo. ¿Crees que tantos sellos pequeños lograrán sobrevivir en un mercado cuyas leyes dictan los grandes grupos editoriales? ¿Qué te llevó a publicar esta última novela con la Escuela Audiovisual Master D?
I – Los sellos pequeños tienen una guerra muy difícil que librar, ya que muchas veces se basan en la fidelidad de sus lectores al no tener la maquinaria de promoción de los grandes. Su baza es esa, que mantienen una relación íntima con sus seguidores. Sin desmerecer el trabajo de nadie, hay que decir que estos sellos ofrecen en la mayoría de los casos obras de mayor calidad que los grandes grupos. Esto es un negocio, es evidente, pero las motivaciones de estos editores muchas veces es la confianza en que una obra de calidad merece la oportunidad de llegar a sus lectores porque va a satisfacer el gusto de estos. Un sello grande, sin embargo, se basa en intereses puramente comerciales y de ahí que veamos como muchas veces un autor publica una obra menor, aprovechando el viento de cola de un éxito que tuvo con una publicación anterior.
Con Master D fue algo fortuito y un caso parecido al que acabo de describir. Darío Vilas, el director editorial del sello, había leído una versión de la novela en su momento y le había gustado. Quería poner en marcha el proyecto editorial de la escuela y me invitó a participar. En manos de Darío, sabía que la novela no se iba a publicar de cualquier manera y que iba a llegar a lectores que no había podido alcanzar hasta ese momento con otras publicaciones. Por otro lado, la publicación forma parte de un proyecto encuadrado dentro de la formación de escritores y es algo que me resultó también muy atractivo. No concibo las relaciones del mundillo literario como un club donde la vanidad sirve de carné, sino que creo que es importante compartir con otros tu experiencia, porque enriquece mucho al que se está formando que alguien, que ha recorrido su camino antes, le pueda explicar aquello que se fue encontrando en su caminar. Por otro lado, al autor que ya ha recorrido cierto trecho, como es mi caso, también le enriquece saber de las inquietudes que tienen otros y de cómo los gustos de los lectores, que al final son los que se deciden a escribir, se van encaminando de acuerdo a los tiempos que a uno le ha tocado vivir. A veces, esto último se desconoce, al estar encerrado delante de un teclado todo el día.
H – Desde luego, tanto la portada como la edición son magníficas. Enhorabuena.
I – Gracias, aunque la enhorabuena hay que dársela a la ilustradora, Diana Escribano Henarejos. Su talento es inmenso y de ahí que siempre que tengo oportunidad de trabajar con ella no me lo piense dos veces.
Es importante encontrarte con este tipo de artistas que complementan lo que haces. Un error muy común es creerte dueño del libro que se va a editar, cuando solo lo eres del texto. Hay que confiar en los ilustradores porque son los que dominan el lenguaje de las imágenes y son los más indicados para crear un complemento a nuestro texto, para que el libro al final sea un producto atractivo. En el caso de Diana, ya no solo es su experiencia o buen hacer, sino la intuición a la hora de extraer la imagen más representativa del ambiente que envuelve a la historia.
H – Resultaste finalista del XIX Premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España por Teatro Fantasma. ¿Cómo te sentiste al rozar con los dedos este galardón? Es evidente que algunos premios literarios pueden suponer un tremendo impulso a la carrera de un escritor. ¿Qué concesiones, en cuanto estilo o temáticas, estarías dispuesto a hacer para obtener alguno de los más prestigiosos?
I – Lo del Premio Setenil fue una pasada. Recuerdo que Luis, el editor de Boria Ediciones, me dijo que iba a presentar el libro al Setenil a pesar de ser una obra tan particular (su forma admite a la vez la lectura como libro de cuentos y también como novela) y recuerdo que le dije que no se molestase, que iba a ser una pérdida de tiempo. Aquello fue en octubre de 2021, y en septiembre del año siguiente resultó finalista del premio más importante a nivel de cuento que hay en España.
Para mí, tuvo un efecto “espiritual”. De pronto recibí la paz interior de saber que lo que hacía era tan bueno como para estar entre los diez mejores libros de cuentos publicados en España ese año, después de tantas horas delante de un teclado, rechazos por parte de editoriales y manuscritos en un cajón. Eso me dio mucha tranquilidad a la hora de afrontar nuevos proyectos, ya que los abordé con más seguridad.
En cuanto a las concesiones a la hora de escribir, pues te puedo contar una anécdota.
Hace años envié un manuscrito a una editorial. La novela le gustó al editor, pero decía que le faltaba algo. Me invitó a hacer ciertos cambios, bajo la promesa de ser leída de nuevo. Así lo hice, porque los cambios me parecieron idóneos para darle un aire más atractivo al texto. Sin embargo, cuando recibí la respuesta tras una segunda lectura, me volvió a decir que la novela seguía sin convencerle. Meses después acabó publicándose en otra editorial. He de decir que me enfadé mucho con el primer editor, pero si no me hubiera animado a modificarla, no le habría gustado al segundo. Lo que quiero decir con esto es que no somos genios absolutos y muchas veces un consejo de alguien experimentado puede mejorar muchísimo lo que has escrito. No obstante, hablo de concesiones menores, que no afectan al espíritu de la obra. Siempre que hablo de este tema con alguien, digo lo mismo: hay que sentirse cómodo con lo que se escribe, sacar la historia que te ha llegado tal y como es. Luego se pueden hacer pequeños ajustes para que fluya, pero la obra tiene que ser escrita como se concibió en tu cabeza.
H – ¿Algún consejo para quien sueñe con convertirse en escritor/a?
I – Pues el primero es fácil: leer. Eso es fundamental. Uno se hace escritor porque antes ha sido lector. Y ya, si quieres escribir, pues escribe. Hay mucha gente que quiere escribir, pero por dudas o por falta de confianza lo va dejando. Hay que intentarlo, y después ya veremos lo que sale.
H – ¿Qué puedes decirnos de tu próxima novela?
I – Lo siguiente que va a salir es toda una sorpresa incluso para mí, ya que me alejo de las cosas que he hecho anteriormente. Dentro de poco, se publicará Penitencia, una novela negra con la editorial Cosecha Negra Ediciones. He de decir que supuso un reto adentrarse en un género que nunca había tocado. Es una novela que rinde homenaje al cine de acción de los años setenta y ochenta. En el texto está Sam Peckinpah, pero también el cine de videoclub. Sinceramente, creo que el que se atreva con ella se lo va a pasar muy bien.
H – Pues soy muy fan de Sam Peckinpah, así que ya tengo ganas de leerla.
Recomiéndanos un autor o autora. Sólo uno/a.
I – Ha habido muchas obras, que me han hecho escribir como escribo, pero si me tengo que quedar con un autor es Carlos Gardini. Fue un autor argentino de literatura fantástica y ciencia ficción. He tenido auténtica devoción por sus libros. Y aunque he ido puliendo mi estilo, creo que su influencia continúa asomando de vez en cuando, como en Deuda de sangre.
Ismael Orcero Marín nació en Cartagena en 1978 y actualmente reside en Molina de Segura. Trabaja como ingeniero técnico naval y es autor del libro de cuentos El fin del mundo (2018), de la novela juvenil Historias de una ciudad inundada (2018) y de las novelas El tesoro de Jacinto Montiel (2019) y Los soldados del Cielo (2022). También ha publicado el libro de memorias Teatro Fantasma (2021), con el que resultó finalista al XIX Premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España.
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