H – ¿Novela negra o fantasía?
ECC – Negra. Principalmente policíaca y de enigma.
H – Esther Cabrera es licenciada en Derecho y experta universitaria en Criminología. A pesar de haber escrito varias obras, no se decidió a publicar hasta que logró un notable reconocimiento en diversos certámenes de relato. El Crimen de Santa Olga, una historia que está dando mucho que hablar, es todo un homenaje a la novela detectivesca clásica y, para muchos, la reivindicación de un género cada vez menos valorado en la «era del thriller».
H – Háblanos brevemente de El Crimen de Santa Olga.
ECC – Es una novela detectivesca con personajes muy cuidados, una equilibrada mezcla de investigación, intriga, misterio y justas dosis de amor y humor.
H – Es una historia muy actual, pero al mismo tiempo, exhibe una fuerte influencia de la cultura popular de los años 70, 80 y 90. Esa mezcla no puede ser forzada, así que dinos, ¿Cuánto de ti, de Esther Cabrera, hay en la obra?
ECC – La novela es la mezcla del clasicismo y la modernidad que me define personalmente. Me resulta inevitable recurrir a esos brochazos de la cultura pop y los personajes icónicos de las series y películas de los ochenta y principios de los noventa, plagadas de clichés fácilmente reconocibles para el público, sobre todo el de mi generación. Los policías de la pequeña y gran pantalla de mi época comían donuts, conducían coches rojos con rayas blancas, acudían a avisos en furgones azules con el acrónimo SWAT pintado en los laterales. También había detectives amateurs que tomaban té, escribían novelas de misterio o daban sermones en la iglesia. A ese acervo hay que agregar mis influencias literarias. A los catorce años ya había leído todo Conan Doyle, toda Agatha Christie y descubría a P.D. James, la que después se ha convertido en mi escritora de referencia.
Pero no solo de épocas pretéritas vive el escritor y mucho menos el lector. Por tal motivo la mezcla existe y es absolutamente natural. Habría resultado forzado obviar esas influencias. Pero también casposo haber recurrido al paradigma del detective plano, sin recovecos, indestructible a nivel intelectual. Los personajes icónicos del género necesitaban un buen pulido y barnizado. Puede decirse que en “El crimen de Santa Olga” he inyectado grandes dosis de actualización a los protagonistas y tramas a los que rindo homenaje.
H – Tu labor de documentación para la novela ha sido magnífica. Se pueden seguir las andanzas de los personajes sobre un mapa. La jerga y el trabajo policial parecen las propias de un agente de policía en activo. La descripción forense es antológica… Diría que tu obsesión por los detalles es casi enfermiza; ¿Eres enemiga de las “licencias literarias”?
ECC – Soy obsesiva y quisquillosa pero no soy enemiga de las licencias literarias. Solo hay que respetar el límite: la licencia literaria termina allí donde comienza la credibilidad.
Una de mis primeras vocaciones fue la de ser policía y, de haber sido médico, no descartaba especializarme en ciencia forense. Por eso la documentación para construir esta novela ha sido la parte más divertida e instructiva del proceso creativo. He llegado a leer un libro entero para escribir un párrafo y a recopilar decenas de artículos académicos para ajustar a la realidad las divagaciones de mi imaginación. Pero no soy, en absoluto, enemiga de las licencias.
Sin ir más lejos, el trabajo policial, aun cuando tiene una base común, es muy diferente en formas de investigación, actuación e intervención según la unidad en la que te encuentres. Si pasa por las manos de un policía de la unidad a la que pertenecen mis agentes le sacará pegas que yo tildaré de “licencia literaria”.
H – Y, sin embargo, tu otra pasión es la fantasía…
ECC – Son cosas diferentes. La licencia literaria se utiliza para justificar la “deformación” de un hecho real mientras que la fantasía se asienta en la consigna “mi mundo, mis reglas”.
A pesar de ello. creo que un relato de fantasía debe buscar el equilibrio entre lo extraordinario y lo común, entre lo mágico y lo real, entre lo imposible y lo probable. Es la única forma de que una historia de este corte no provoque rechazo en el lector.
Por eso también me documento en este género, tanto cuando escribo relato corto, como cuando me zambullo en una obra extensa. Sobre armas, sobre tácticas militares, sobre hierbas curativas, sobre medicina y anatomía, sobre accidentes geográficos… he llegado a leer artículos sobre nigromancia para no errar en algo tan indefinido como lo son los tipos de magia y sus vertientes.
Y, gracias a eso, en mi novela de fantasía «El espectro de Unrill» he compuesto una historia a mi juicio verosímil. De hecho, si en vez de en Urtán, el reino imaginario en el que transcurre, tuviera lugar en la Europa del siglo XVI y se basara en hechos reales, la trama y los personajes seguirían siendo creíbles.
H – Después volveremos a esto. Sigamos hablando sobre El Crimen de Santa Olga y tu concepción del género:
La obra conjuga el thriller, la novela negra y el whodunnit. Incluso flirtea por momentos con historias de espionaje al estilo de John Lee Carré y Graham Greene. ¿Crees que la literatura policial debería evolucionar hacia la hibridación, tal y como está sucediendo en los géneros fantásticos?
ECC – La hibridación es necesaria. Pero también dejar de encasillar y categorizar las obras de este y de cualquier género. Hacerlo resta matices e incluso lectores. La literatura es más bella despojada de etiquetas. Y no hay género más tendente a la etiqueta que el que nos ocupa. En mi historia hay muerte, acción, espionaje, amor, humor. Porque al final una novela no es más que un reflejo de la realidad y nada hay más rico en matices que la vida real.
H – ¿Huyes de las modas? En una época en la que arrasa el thriller escrito y protagonizado por mujeres, tú vas y publicas una historia de regusto clásico protagonizada por hombres.
ECC – Mi prosa es reflexiva y sensible y el thriller, por normal general, tiende a soslayar la reflexión y la sensibilidad. Por otra parte es un tipo de novela que confronta al género policial intimista, ese en el que no solo es importante la búsqueda de la verdad, sino también la enjundia psicológica de los personajes. Una vez leí que la psicología ahoga la acción pero yo creo que es justo lo contrario: lograr que el lector se sienta en la piel del personaje, que sufra, piense y ría a la par que él, es algo que da músculo a cualquier historia.
Por otro lado, crear un protagonista masculino es un guiño natural hacia el detective clásico. Pero más allá de eso, escribir desde el punto de vista de un hombre, siendo mujer, no es solo otra muestra de mi huida de los cánones de la novela super ventas: construir personajes masculinos creíbles siendo mujer es un ejercicio creativo muy enriquecedor.
H – Y, aunque el peso de la trama recaiga en hombres, todo gira en torno a los personajes femeninos…
ECC – Las mujeres son las catalizadoras de la historia. Son ellas las que con sus ambiciones, pasiones, traumas y concesiones impulsan la acción y condicionan el comportamiento de los personajes masculinos. Además, a través de ellas abordo temas como la maternidad, la dependencia, el maltrato… cuestiones que he vivido o conocido de primera mano y con las que me resulta más fácil hacer empatizar al lector poniéndome en mi propia piel.
H – Tus personajes son lo mejor de la novela. Todos muy humanos e imperfectos. Todos con sus mochilas a cuestas.
¿Por qué son tan atractivos los personajes atormentados? ¿Y cómo sabes, al crear un personaje, que no estás cayendo en un exceso de drama?
ECC – Mi creación nace de la creencia en “sin tormento no hay argumento” y es porque se encuentra muy influenciada por los realistas rusos, maestros en esto de crear personajes desahuciados y desolados, y por Shakespeare en lo que a subtramas amorosas respecta.
Pero soy consciente de que el drama, llevado al extremo, es devastador para el lector implicado. Mi protagonista sufre, pero sin cansar. Procuro alternar escenas y situaciones complicadas con momentos menos tempestuosos. A estos respiros suelo añadir finales plácidos: no tengo necesidad de tirar a mis protagonistas a las vías del tren ni de envenenarlos sobre una lápida aunque sea mi tendencia natural.
La clave está en hacer que el llanto surja del personaje y la risa de la situación.
Respecto a la construcción de los personajes he huido del canon manierista. Las luces y las sombras alejan a todos ellos, principales y secundarios, de los estándares. Minaya es un hombre tenaz, con capacidad de adaptación y resistencia, pero también apático, melancólico y solitario que carga con heridas sin cerrar y oprime sus emociones. Es muy capaz de hacer daño de manera consciente, pero también se muestra humano y cercano en los pequeños detalles. Es un antihéroe desencantado.
En Maestre y Ana Paula también he buscado matices que los alejen de la perfección. El inspector es un hombre curtido que lo protege y lo guía; pero también le miente sin embozo y usa la burla y el sarcasmo para espolearlo. Eso provoca diálogos chispeantes y situaciones a veces hilarantes que rebajan la tensión de la trama. La sargento Ana Paula Ferreras es una mujer con un pasado no del todo plácido que ha sabido sobreponerse gracias a una visión pragmática de la vida, del amor y de su profesión. La torpeza social de nuestro protagonista y la incapacidad para definir sus emociones hace que mantengan una relación un tanto peculiar que contribuye igualmente a rebajar el drama.
H – ¿Qué anteponen tus personajes, la razón o la pasión? ¿Y qué antepone la Esther Cabrera escritora?
ECC – El conflicto entre razón y pasión se atisba en mayor o menor medida en todos ellos y está especialmente presente en el protagonista. Él antepone la racionalidad y la lógica a las pasiones y eso lo hace tremendamente infeliz.
Digamos que yo antepongo también la lógica. Todo lo calculo, lo mido, lo hago encajar a la perfección. Solo me “desato” en las subtramas amorosas, donde llevo a mis personajes al límite para permitirles, aunque sea solo al final, que se comporten acorde a sus emociones.
H – Cuéntanos cositas de Santa Olga; es la única localización de la obra que no podemos encontrar en un mapa.
ECC – “Santa Olga, rodeada de algunos de los ejemplares arbóreos más grandes de todo el valle, emergió enmarcada por los cortados de Majada Grande, paredes verticales que escoltaban en la distancia un pueblo de casas rojas, blancas y grises tocadas por tejados pardos y negros a dos aguas.”
Hablamos del valle del Lozoya, una garganta amplia entre la Cuerda Larga de Guadarrama y los montes Carpetanos coronados por el pico de Peñalara. Un enclave idílico a apenas una hora de Madrid capital donde se suceden los cursos de agua, las fincas ganaderas y cinco, ojo, solo cinco pueblos. Rascafría es real y tiene un peso específico en la trama (la sargento Ferreras está destinadas en el puesto de la Guardia Civil de la población). De hecho, me habría gustado que la acción se desarrollara allí en la parte que toca al crimen y la investigación “serrana”.
Pero no podía obviar que nos encontramos ante comunidades pequeñas, donde todos los vecinos se conocen y donde, al final, es complicado no identificarse con alguno de los personajes o sus rasgos.
Por eso opté por crear un pueblo que “…está en el mapa porque quedaba un hueco libre. Al parecer no llega a los quinientos habitantes…”. Esto le da además un aire cozy más acusado: población diminuta, relaciones sociales aún más marcadas por el “qué dirán” y los rumores, palacete de aire inglés habitado por la clase alta del pueblo…
H – Volvamos a tu pasión por la fantasía. Ponnos los dientes largos, háblanos un poco de esa historia que busca editor.
ECC – “El espectro de Unrill” es una fantasía épico-militar plagada de batallas, conspiraciones palaciegas y aventuras sustentada por amores inconvenientes y trágicos, obsesiones dañinas y relaciones familiares complicadas en la que los personajes son, de nuevo, lo mejor de la historia. Todos, incluidos los secundarios, tienen arcos argumentales propios; en todos se produce, en mayor o menor medida, el viaje del héroe característico de las ficciones de este corte. Es una obra coral en la que he remasterizado los clichés para lanzar a la arena una pléyade de villanos conversos y héroes con más oscuridad que luz que dan enjundia a una trama en la que, en este caso sí, las estrellas son mujeres.
En las historias de fantasía al uso los personajes masculinos son potentes, pero ellas, a mi juicio, aun cuando sean parte del elenco protagonista, aparecen normalmente desdibujadas. En “El espectro de Unrill” sucede lo contrario. Si bien los perfiles masculinos no tienen desperdicio, son ellas las que impulsan la acción de manera activa, con la palabra o con el acero. Sin ir más lejos, la historia la protagoniza una mujer nacida para la guerra, una estratega que rompe los moldes de los arquetipos del género en el momento en que decido ponerle una espada en la mano y a cuya vera emergen personajes masculinos que necesariamente deben estar a la altura. Es la Eowyn que me habría gustado leerle a Tolkien.
H – Fantasía épica, fantasía oscura, grimdark, alta fantasía ¿Cómo clasificarías El espectro de Unrill y por qué?
ECC – Me alegro de que me hagas una pregunta para la que no tengo una respuesta precisa. Antes la he definido como una fantasía épico-miliar, pero también tiene brochazos de alta fantasía, incluso de fantasía de espada y brujería.
Si me cuesta encasillarla es porque mis influencias son tan eclécticas como en mi faceta de autora de novela policíaca. En este caso soy súbdita entregada e incondicional de J.R.R. Tolkien pero, más allá de las obras del Profesor, de las de Michael Ende y Neil Gaiman, he leído muy poca fantasía y he consumido lo mínimo en cine y televisión (sacrilegio para el amante del género: no he visto Harry Potter ni Juego de Tronos, no he leído a J.K. Rowlling, ni a George R. Martin, ni a Sanderson ni a… se me acaban los autores porque no conozco más).
Sin embargo, soy una apasionada del cine histórico, del bélico y del de aventuras. No hay nada que me guste más que una película clásica protagonizada por romanos, soldados o espadachines. Y mi inclinación como lectora es la novela histórica.
De hecho me han influenciado en mayor medida autores como Bernard Cornwell que cualquiera de los escritores del género al que se adscribe mi obra. Teniendo en cuenta mi obsesión por los detalles y por ajustarme a la realidad, la novela histórica habría supuesto para mí una deriva irremediable, un viaje sin retorno hacia la melancolía. Así que la única manera de escribir sobre aquello que me apasiona (batallas, luchas a espada, amores inadecuados) es abordar el género fantástico.
Y no ha salido nada mal. De hecho, debido precisamente a esa hibridación entre géneros tan dispares y el regusto a superproducción cinematográfica, es una novela que ha arrasado entre los lectores beta, cautivando por igual a los fans del género y a los que jamás se habían enfrentado a una historia de este corte.
H – ¿Tienes algún consejo para quien quiera convertirse en escritor/a?
ECC – Que sean constantes y capaces de entusiasmarse con cada línea que escriban porque es la única forma de sobrevivir en este mundillo. Escribir no solo no es fácil, sino que muchas veces se vuelve una tarea ingrata. Así que deben estar dispuestos a hurtar horas al sueño, al ocio y a la familia y sacrificar altas cotas de paz mental, a pasar por etapas de desánimo y frustración en pos de la satisfacción personal por el resultado y, por qué no, del reconocimiento de los lectores. Todo lo negro se disipa cuando alguien te felicita por tu obra o se la recomienda a otros. Así que yo lo animaría a no cejar en el empeño porque la recompensa merece la pena.
H – Recomiéndanos un autor o autora. Sólo uno/a
ECC – Fagocito del orden de tres o cuatro libros al mes. Alterno clásicos y contemporáneos de todos los géneros; leo best sellers (thrillers incluidos) y autoeditados; colecciono premios Planeta y obras de escritores emergentes cuando no desconocidos. Sirvan como ejemplo mis lecturas actuales: «Púa», de Lorenzo Silva, Vista por última vez, de Colin Dexter, y «Cuentos de la mar«, de Lorena Escobar. Me resulta, por tanto, imposible, recomendar solo un@.
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Extensa e interesante entrevista.