En una ciudad en la que nunca pasaba nada, Sakura, una niña muy curiosa nacida en Japón, paseaba por la calle de camino a casa. Cada vez que iba al colegio y volvía veía una mansión destartalada, con grandes puertas de metal herrumbrosas por el tiempo que llevaba abandonada. Un día decidió ver qué había dentro.
Y entró.
No había dado ni tres pasos cuando la puerta se cerró de golpe. Sakura, un poco asustada, vio dos escaleras al final del pasillo, cada una dirigiéndose a un lado. De repente apareció una niebla densa que impidió que pudiese ver, pero no tardó ni unos minutos en desaparecer. Detrás de ella se oían unos pasos. Al principio lentos y lejanos; cada vez más cerca. Corrió entonces con todas sus fuerzas y, sin mirar atrás, abrió una puerta al azar. Se quedó paralizada cuando una brisa fría le recorrió todo el cuerpo, de pies a cabeza: estaba fuera de la mansión.
Sakura decidió volver al día siguiente. Esta vez no había un pasillo largo e interminable: la distancia entre la puerta y las escaleras no era ni de sesenta pasos. Había mucha humedad y olía a cadáver en descomposición. No le gustaba nada aquel olor. En las paredes laterales había cuadros de mujeres no mayores de cuarenta años cuyas caras, según iba avanzando, cambiaban: de estar felices, a manifestar temor; de parecer asustadas, a estar aterrorizadas y gritar. Sus caras de terror la paralizaron.
Miró el centro de las escaleras por un instante y juró haber visto algo, o a alguien. Volvió a fijar la vista allí y comenzó a temblar de miedo: divisó la figura de una mujer joven. Unas luces no muy potentes iluminaban un pálido cuerpo, un vestido negro, iris rojos. La mujer empezó a reír, se le desencajó la mandíbula y le sangraba la boca.
Sakura intentó salir, pero la puerta se había atascado.
Las risas se acercaban cada vez más y, con su último respiro, gritó con todas sus fuerzas. Fue un chillido tan agudo que las personas que estaban cerca se taparon los oídos y corrieron aterrados.
Durante mucho tiempo su familia no paró de colgar unos carteles donde ponía «NIÑA DESAPARECIDA LLAMA AL 555-342-113» ni de preguntar a las personas más cercanas para encontrarla.
Lo que no sabían era que ahora pertenecía a esa casa… como una más de las mujeres de los cuadros.
Relato no nominable al III Premio Yunque Literario
Alejandra Agustí Cabrera (Madrid, 2011) cursa primero de la ESO en el Colegio San Gabriel de Madrid. Desde muy pequeña se ha interesado por las series y relatos de fantasía y terror, siento este último su género predilecto. Ha redactado historias de todo tipo e incluso ha escrito el guion de una pequeña obra de teatro para el colegio. De mayor le gustaría ser maestra de infantil… o forense.
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¡Pobre flor del cerezo!
Un cuento muy guay, felicidades. Conciso y efectivo.
Anima al tuyo a participar, el relato que no salió ganador en la escuela, se intuye el porqué, es muy bueno. Y el de #cuentosparaleerenelvater también.
By by Disney.
Me ha gustado mucho el cuento. Un buen relato para un estupendo, aunque triste final.
Lo que más me gusta de este relato es el final; trágico final.
By by Disney…las nuevas generaciones no esperan finales felices.