Salvar el mundo. Acabar con la tiranía. Vivir una aventura. ¿Quién no ha soñado con algo así? Lástima que solo sea posible en los videojuegos.
¡Pero nosotros n@ vivimos bajo un régimen totalitario! ¡No sabemos de qué quieres salvar el mundo, so cretino!
Vale, tranquil@s, no os pongáis así. Decidme, ¿Cómo sabéis que no os equivocáis? ¿Estáis totalmente segur@s de que el sistema no os adormece, manipula y exprime? Porque eso es lo que hace cualquier totalitarismo. No, por favor, no afiléis los cuchillos, no estoy hablando de política ni criticando la democracia. Pero reflexionad por un momento: sería relativamente sencillo, para quién tuviera los medios necesarios, controlar a la población haciéndola creer que vive rodeada de lujos, comodidades o diversión; que tiene lo que quiere. ¡No, que no me estoy metiendo con Netflix y los viajes batatos! A ver cómo os lo explico sin que me queméis la web, que hoy estáis bastante crispad@s.
Volvamos a los videojuegos. Imaginad que alguien decidiese controlar a la humanidad fomentando la adicción a un sistema para gamers. Lo pondría al alcance de todos y haría que estuviese bien visto a cualquier edad. Que fuese el centro de casi cualquier interacción social, prometiendo éxito y prestigio a aquellos que “entrenasen” las horas suficientes y pagasen las mejoras necesarias.
Sí, ya lo sé, no lo veis posible, pero porque pensáis a muy corto plazo. Imaginad que esta idea, este sentimiento, se fuese transmitiendo de generación en generación durante siglos. Que terminase siendo un modo de vida, un elemento esencial de la cultura humana… ¿Cómo conseguirlo? Fácil: ensalzando su origen como algo casi sagrado. Convirtiendo al creador del sistema en un mesías al que venerar y marginando, denostando o ignorando cualquier otra opción de ocio.
Vale, reconozco que esta idea no se me ha ocurrido a mí. No soy tan inteligente, lo admito. Se le ha ocurrido a Alfonso M. González. Él ha creado El sistema definitivo para entreteneros, pero no lo sabéis porque aún no lo habéis leído. Su nuevo bolsilibro es el que más me ha gustado de todos los que he leído hasta ahora; me ha hecho reír y pensar. Pero también me ha inquietado porque parece que todos los mesías amenazan con regresar para liarla parda. Tendré que pasarme al western y así viviré más tranquilo. Aprovecharé que Alan Dick, Jr. ha publicado uno hace poco.
Venti Sefton y Bardhyl Conlan viven, al igual que el resto de la humanidad, por y para Videogameorama. Son dos niños pálidos y obesos que nunca han disfrutado de una auténtica aventura. Pero un día, tal vez por azar, consiguen contactar con Alous mediante un viejo Spectrum. Descubren que la historia no es como les habían contado y, bajo la promesa de una maravillosa recompensa, deciden cambiar el futuro de la humanidad.
El sistema definitivo es un divertidísimo bolsilibro que, inevitablemente, nos retrotrae a los años ochenta. Que nos habla de ordenadores Spectrum, de máquinas recreativas Arcade, de delincuentes juveniles y de víctimas de las lacras de aquella década. Que nos hace reflexionar sobre lo lejos que queda aquel tiempo que muchos vivimos, y sobre al lugar al que nos dirigimos. Del poder del marketing y de la IA. Y todo ello con un tono desenfadado, así que quienes busquen solo diversión (y más si ya pasan de los cuarenta) aquí la encontrarán.
¿Cómo se desenvolverían dos niños de 2254 en 1986? ¿Sobrevivirían a un pasado del que nada saben? Y, lo más importante, ¿merecería el mundo ser liberado de Videogameorama y su tiranía?
Alfonso M. González y Alan Dick, Jr. tienen la respuesta.
Podéis adquirir esta, y el resto de obras de Alan Dick, Jr en:
PREVENTA – El sistema definitivo – Extras exclusivos – Gigamesh
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