Después de varias horas de viaje desde Londres, el coche abandonó la carretera y siguió por un largo y tortuoso sendero que desembocó en un imponente edificio de piedra negra como el corazón de una tormenta, nacido al abrazo de centenarios robles, pinos y olmos. La puesta de sol dotaba a la escena de una atmósfera onírica, como si estuviera compuesta por dos realidades que se superponían en un solo plano. George fue el primero en bajar del vehículo, seguido de sus dos acompañantes: un joven que debía rondar su misma edad, de rostro enjuto y mirada severa, y una muchacha que despedía un aura de engañosa fragilidad, como un animal herido al que no conviene acercarse demasiado. No habían cruzado palabra en todo el trayecto. Ni siquiera conocían sus nombres. Dadas las circunstancias, era lo mejor. El motivo que les llevó a embarcarse en esta aventura de desenlace incierto fue la promesa de transformar en hombre lobo a uno de ellos. Solo a uno. Los dos que no fueran elegidos, se convertirían en la cena. Esa era la condición que los tres habían aceptado. El precio a pagar por una existencia sin las cadenas morales y físicas que los limitaban como humanos. Era una locura, pero cada vez que George lo pensaba, se sentía más vivo que nunca. Envuelto por el penetrante aroma de la naturaleza que los rodeaba, tuvo una visión de la luna llena suspendida sobre las copas de los árboles y él aullando bajo su influjo, convertido en un ser nuevo y poderoso. Un bonito sueño que vería cumplido si sobrevivía a aquella noche.
Salió a recibirles un hombre alto que dijo llamarse Arcane. Con marcado acento escocés, les invitó a pasar a la mansión y, mientras los conducía a una de las habitaciones situada al final de un oscuro corredor, les explicó lo que se esperaba de ellos.
—Tenéis por delante dos pruebas —afirmó—. Estamos unidos a la magia desde los tiempos en que para convertir a alguien en licántropo bastaba con lanzarle una maldición. Es innegable que juega un papel importante en lo que somos y queremos comprobar lo sensitivos que sois a ella. Con la muestra de sangre que os extrajimos hemos hechizado un objeto. Cada uno debe buscar el suyo y tocarlo en cuanto lo encuentre. Por otra parte, en la habitación también hay una mujer. La segunda prueba consistirá en matarla. Lo que os ofrecemos no es para pusilánimes. Los remordimientos, esas insidiosas reminiscencias de la condición humana, podrían convertiros en un lastre para la manada. Necesitamos saber que no os temblará la mano a la hora de quitar una vida.
Cuando enfilaron el pasillo, Arcane pronunció unas últimas palabras:
—Dejaos guiar por vuestro instinto y afrontar con honor y dignidad lo que a cada uno le depare la noche.
Al llegar a la habitación, les abrió la puerta para que entraran y, a continuación, la cerró con llave.
— ¡Menos mal que por fin ha venido alguien! —exclamó la mujer, esbozando una sonrisa de alivio. Estaba sentada sobre una piel de lobo gris extendida frente a la chimenea donde el fuego bailaba su antigua danza. Tenía el pelo suelto, tostado como el trigo y llevaba un vestido negro, corto y sencillo. En una mano mecía una copa de vino tinto, mientras que con la otra acariciaba de forma distraída la cabeza del lobo—. Me llamo Elisabeth.
George dedicó solo unos segundos a contemplarla con indolencia. No tenía ni una migaja de empatía que mostrarle. Si no la mataba él, lo haría uno de los otros. Olvidó que la mujer estaba allí y se concentró en la búsqueda de su objeto mágico. El que primero lo encontrara, gozaría de una ventaja definitiva sobre los demás en esta competición a vida o muerte.
—No me lo puedo creer —rezongó ella al ser ignorada —. Ni que fuera invisible.
George miró a su alrededor y suspiró. Como era de esperar, no lo habían puesto fácil. La habitación era una oda entusiasta al horror vacui. Las paredes estaban forradas por una panoplia de armas medievales y tapices con escenas de caza, además de multitud de figuras y utensilios diseminados por varias mesas y estanterías. Se había imaginado que su objeto resaltaría entre los demás de alguna manera, pero el hecho de que no captara nada especial supuso la primera señal de alarma. Un cosquilleo se abrió camino en la boca de su estómago y, como le ocurría siempre que se ponía nervioso, comenzó a balancear el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Paseó la mirada por la estancia sin entender por qué no sentía la llamada de su objeto. Existía un vínculo de sangre entre los dos. Entonces, ¿por qué diablos no sucedía nada?
No pierdas el control, se reprendió, mesándose el cabello. Recuerda, tienes que dejarte guiar por tu instinto.
Se le ocurrió que su objeto podría reaccionar en respuesta a su proximidad. Quizás vibrando o emitiendo un destello luminoso que solo él pudiera ver. Decidió pasearse por toda la habitación como si estuviera visitando una de esas tiendas de rarezas que abundan en el Soho y que hacen las delicias de los coleccionistas. El resultado fue desalentador. Era como buscar una aguja en un pajar.
Cuando la chica posó su mano de uñas enlutadas sobre la bruñida superficie de un espejo ovalado con marco de pan de oro, la habitación quedó congelada en el tiempo. George, atenazado por un pánico abrumador que se extendió desde su atribulada mente al resto de su cuerpo, fue testigo de cómo las dos mujeres se observaban. Debería haber advertido un lenguaje implícito en aquel expresivo intercambio de miradas, si su cerebro no hubiera colapsado en ese fatídico instante. Afrontar con honor y dignidad lo que a cada uno le depare la noche, esas fueron las palabras de Arcane. Pero cuando sientes el aliento de la Parca tan cerca de la nuca que te pone la piel de gallina, el miedo y el instinto de supervivencia toman las riendas de la situación y anulan cualquier atisbo de voluntad o libre albedrío. A partir de ese momento todo sucedió muy rápido. De la ristra de armas que tenía a su alcance, colocadas a buen seguro para facilitarles la satisfactoria ejecución de la segunda prueba, se decantó por una ballesta convenientemente cargada. A esa distancia era imposible fallar. Apuntó a la chica y disparó. El virote se enterró en su cabeza, que se estampó contra el espejo dejando una telaraña en su superficie resquebrajada. George contempló su cuerpo inmóvil como si fuera el primer sorprendido por lo que había hecho. Entonces recordó al hombre que, en un abrir y cerrar de ojos, acababa de descubrir que las reglas del juego habían cambiado. Levantó la vista y, por suerte, lo encontró en el extremo opuesto de la sala. Por desgracia, había tenido tiempo de reaccionar al inesperado giro de los acontecimientos y ahora sostenía un mangual. George resopló al verlo venir hacia él, presintiendo que su aventura lupina estaba a punto de tocar a su fin. En cambio, esta iba a ser una de esas ocasiones en las que la suerte se confabula con los cobardes, pues su oponente iba a descubrir que el mangual, pese a su temible apariencia, no había sido la mejor elección.
Le arrojó la ballesta y, sin esperar a saber si le había acertado o no, se precipitó hacia la pared de la que colgaba una alabarda. Pensó que con ella podría mantener a raya a su adversario, pero a medio camino fue consciente de que no iba a llegar a tiempo. El mangual describió un amplio círculo justo cuando George tropezaba con el cuerpo desmadejado de la chica y caía de bruces al suelo. El hisopo erizado de pinchos pasó como una exhalación por donde debía de haber estado su cabeza y, al no toparse con obstáculo alguno, prosiguió su mortífera trayectoria volviéndose contra su portador, a quien le propinó un golpe, tan inesperado como certero, que redujo a una pulpa sanguinolenta el lado izquierdo de su afilado semblante, desde la oreja hasta la barbilla. A duras penas consiguió mantener el equilibrio, pero sus piernas temblaban como sendas columnas a punto de venirse abajo. Dejó caer el arma a sus pies, y se llevó las manos a la cara como un niño al que le diera vergüenza que le vieran llorar. Sin embargo las lágrimas que escapaban entre sus dedos y caían al suelo de madera con un sonido de grifo mal cerrado, eran rojas y densas. George no tuvo piedad alguna. Agarró el mangual, se puso en pie y lo descargó contra su cabeza con todas sus fuerzas. El cráneo del hombre crujió y su cuerpo sin vida se desplomó junto al de la chica. George se apartó de ellos. Estaba hiperventilando. Le llevó un tiempo recuperar el control de sí mismo y darse cuenta de que, por fin, le esperaba lo que tanto había ansiado. Su sueño hecho realidad.
La voz de la mujer le sobresaltó y dio un respingo, lo que provocó que el mangual se le escapara de la mano y aterrizara a escasos centímetros de su pie.
—No tengo palabras —espetó ella. Su expresión era furibunda—. ¿Es que Arcane no se explicó con claridad?
—Espera —balbuceó—, ¿eres una de ellos?
—Qué perspicaz.
George frunció el ceño, desconcertado.
—Entonces, ¿a qué venía eso de matarte?
—La idea era ver cómo lo intentabais—. Dejó a un lado la copa de vino y se levantó. Clavó la mirada en el cadáver de la chica. Su gesto se suavizó—. En cuanto os vi entrar, supe que ella estaba destinada a ser la elegida. Brillaba con luz propia.
Se aproximó hasta él. Volvía a hacer gala de una rabia contenida. Metió las manos por debajo de su camiseta para quitársela.
—No solo fue la primera en hallar su objeto, también fue capaz de descubrir mi verdadera naturaleza al contemplar mi imagen en el espejo —dijo, agachándose para desabrocharle los pantalones—. Eso no está al alcance de cualquiera. Tenía un futuro prometedor, pero tú decidiste ponerle fin a traición y, por añadidura, privar al grupo de la mejor de las tres opciones.
Arrojó al fuego hasta la última prenda de su ropa. George pensó que era su pasado lo que se consumía entre las llamas mientras él aguardaba, desnudo como un recién nacido, a que diera comienzo su nueva vida.
—La cuestión es que tú has resultado ser el único que ha quedado en pie y, a pesar de que nos hayas impuesto tu elección mediante un comportamiento harto cuestionable, no por ello vamos a incumplir nuestra palabra. Nosotros sabemos lo que es el honor y la dignidad. Habrá transformación, tal y como nos comprometimos—. Recogió la piel de lobo del suelo. Por su tamaño, debió de tratarse de un ejemplar imponente. Se situó frente a él, tan cerca que sus rostros casi se rozaron—. Recíbela con mis bendiciones —añadió, y le cubrió con ella.
George se dejó envolver por su cálido abrazo. Se sintió como un guerrero de alguna de las tribus que habitaron aquellas tierras antes de la llegada de los romanos. De súbito, el calor que irradiaba la piel se tornó insoportable. Era como si le estuvieran perforando la carne con mil agujas candentes. Intentó quitársela de encima, pero no pudo. La piel de lobo se estaba fundiendo con la suya, extendiéndose por todo su cuerpo como la oscuridad en un eclipse solar.
—Pronto descubrirás que me he tomado ciertas libertades para que, en tu caso, el cambio sea algo especial —sentenció la mujer—. Te convertirás, sí, pero ya nunca volverás a recuperar tu forma humana. Te quedarás como lobo hasta el fin de tus días. Un lobo espléndido, por supuesto, pero no serás jamás uno de los nuestros. Yo soy de las que piensan que la selección natural debería eliminar a los tramposos. Tú has demostrado que no eres de fiar, ni digno de formar parte de esta manada como un igual. Pero quizás sí puedas probarnos tu valía como mascota.
El dolor de la transformación no había hecho más que empezar. Impotente ante su destino, acabó postrado a cuatro patas presa de una agonía indecible. Sus gritos sonaban cada vez menos humanos. Lo peor de todo fueron las modificaciones internas. Huesos, músculos, tendones y órganos sufrieron una feroz metamorfosis para adaptarse al nuevo cuerpo. Cambios drásticos que borraron cualquier vestigio de lo que alguna vez fuera un ser llamado George y que dieron como fruto un lobo de mirada asustadiza. Ella le tendió la mano. Con las orejas echadas hacia atrás en señal de sumisión, la olfateó para registrar su olor y luego pasó a lamerla con fruición, manteniendo los ojos entornados.
—Te alimentarás de las sobras. Y si con el tiempo te ganas mi confianza, demostrándome que eres más noble como lobo de lo que fuiste como humano, puede que te deje salir por las noches a corretear por el páramo en busca de tus propias presas.
Relato nominable al II Premio Yunque Literario
José Luis Alonso Casado
Nací en Madrid en 1972, ciudad en la que vivo y trabajo. Desde muy joven empecé a disfrutar tanto de la lectura como de la escritura, fruto de la cual he conseguido que algunos de mis relatos aparecieran en las revistas Calabazas en el trastero, Sable, Sueños de la Gorgona, Pulporama y Mordedor. Y en las antologías Orgullo Zombi 2, Hay otros mundos, Casi cien instantes en un santiamén y Sueños, visiones y terrores. La Editorial Tusitala me ha publicado dos libros, uno de relatos titulado En tiempo de monstruos, ilustrado por Ana Andrés Soria, y Ehyjvanna, La Viajera, una novela de fantasía en la que la protagonista descubre que el mundo conocido no es más que una ínfima parte del mundo por conocer.
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