El tiempo es algo extraño, un fenómeno o una magnitud que nos condiciona desde que nacemos y que aún no hemos logrado comprender. Para algunos es una dimensión física. Para otros son meras cifras. Subjetivamente puede ser una joya para los historiadores, una prueba para los creyentes que esperan que termine el suyo, o una condena para los moribundos que anhelan más. La forma en que lo experimentamos, como un vehículo que se mueve en una sola dirección y que nunca se detiene, nos hace sus prisioneros; es un captor inclemente que nos va marcando por fuera y por dentro.
Con ‘el espejo del tiempo’, Salvador Bayarri teoriza, juega con él y nos lo muestra de una forma totalmente original, pero sin caer en las complejidades de una obra de ciencia ficción hard: la forma liviana y elegante de trasladarnos cualquier dato, teoría o ley científica, necesarias para comprender el contexto de la trama, evita que nos distraigamos y perdamos de vista a Hoshi, la protagonista absoluta de la novela.
En un futuro no muy lejano, la especie humana se acerca rápidamente a su extinción. Como consecuencia de un experimento científico fallido, una enorme cuerda de energía se mueve alrededor del planeta, oscilando, entrando en la tierra y elevándose incansablemente, destruyendo todo y a todos los que están cerca. Nadie ha logrado comprender que sucedió, ni descubrir la manera de acabar con ella o ser capaz de prever los repentinos cambios de dirección que acomete. Abrasa cuanto encuentra y sus pulsos electromagnéticos queman los circuitos electrónicos haciendo inútil gran parte de la tecnología del pasado.
Hoshi era muy pequeña cuando aquello surgió. Ahora debe volver a la que era la casa de su padre, un escritor de ciencia ficción que tras predecir lo que ocurriría en una de sus obras, fue acusado de ser el causante. Ella, además, sólo guarda rencor hacia él por haberla abandonado de pequeña y trata de paliar su dolor contándole a Josene, su amor, todo lo que ve y siente con la ayuda de una grabadora que siempre lleva encima.
La amenidad de esta novela corta en la que la joven protagonista debe moverse por un escenario en el que sólo quedan retazos de civilización, puede hacer que pasen inadvertidos muchos matices. Sin apabullar con conocimientos científicos, el autor nos habla de que el tiempo podría ir en distintos sentidos y velocidades, de paradojas temporales sin necesidad de que nadie viaje a su través, imagina otras dimensiones en las que funciona de forma distinta e incluso se divierte sustituyendo la función prospectiva de la literatura de ciencia ficción por la premonitoria. Pero además plantea alguna cuestión filosófica como, ¿Conocer el futuro implica perder la posibilidad de cambiarlo?.
Hoshi es apenas una niña. No hay nada alegre en su vida y tampoco espera demasiado cuando emprende el viaje que le llevará de vuelta a sus recuerdos. Si decidís hacerle compañía en un futuro en el que la única manera de rescatar a la humanidad puede pasar por hacer caso a los sueños, descubriréis que sólo comprender el tiempo puede salvar al planeta y que sólo entendiendo su pasado podrá salvarse a sí misma.