Era viernes a primera hora. John se preparaba para ir al instituto como de costumbre, pero ese día tuvo una sensación rara. Algo iba a trastocar su vida para siempre.
Una vez que se apeó de aquel bus destartalado y amarillo, se propuso cruzar las majestuosas puertas del High School James Madison que tantas y tantas veces él había traspasado, pero un cartel que no debería estar allí llamó poderosamente su atención: “BAILE PROM: Baile de graduación de fin de curso”.Como casi siempre, la vida pasaba alrededor de John y este, simplemente la observaba. De hecho, odiaba las reuniones y las aglomeraciones de personas como este tipo de fiestas y similares. Era un chico reservado y tímido, pero para aquel evento, para aquel baile, las cosas iban a cambiar. El juego de la vida lo había puesto en su tablero. A John le había tocado el premio gordo.
A la hora del almuerzo, John se encontraba tranquilamente sentado en una mesa del comedor y, de pronto, su vida despreocupada y afable se truncó. Una chica, a la que nunca había visto, morena, de ojos azules, de piel blanca como el primer copo de nieve virgen que cae al suelo y de cuerpo alegre y bonito se le acercó:
-Hola. Eres John Miller, ¿verdad? -preguntó ella. John se quedó tan anonadado que casi se le cae de la boca el trozo de manzana semi masticada que estaba comiendo.
-¿Sssssssssí? -respondió casi tartamudeando de asombro y mirando alrededor por si era alguna broma de los típicos abusones del instituto.
-Hola. Me llamo Gloria Wilson y quisiera saber si te gustaría ir al baile de mañana por la noche conmigo. Espero que aún no tengas pareja… -expuso Gloria en tono avergonzado y casi sonrojándose.
-Nnnnnno. No tengo pareja. La verdad es que ni tenía planteado asistir ya que, la verdad, no me gustan estos tipos de eventos -dijo John sonrojándose mucho más que Gloria al preguntar.
-¿Cómo? ¿Que no tienes planeado asistir? John, por favor, recapacita. Son cosas que pasan una única vez en la vida. Luego te arrepentirás de no haberlo hecho. Y, además, podrías ir conmigo… -le rogó Gloria cogiéndole de las manos.
John comenzó a hiperventilar y a sudar irremediablemente. Que aquella hermosa y tierna chica le estuviese pidiendo salir a él, un chico del montón en aquel estatus académico, no era normal. John apretó sin querer sus manos y dijo lo siguiente:
-Está bien. Iré contigo. A la tarde te llamo para saber la hora en que me paso por tu casa para recogerte -le comunicó John demasiado rápido trabándosele la lengua por ello.
-¡No! Esto… mejor nos vemos en la puerta del gimnasio del instituto a las nueve, que es a la hora que comienza el baile -respondió Gloria muy nerviosa y algo intranquila.
-Está bien. No hay problema. Pues aquí nos veremos el sábado a las nueve -dijo John, sin percatarse de lo nerviosa que se había puesto Gloria, intentando asimilar todo aquello. En esos momentos John se sentía en el quinto cielo: aquella chica tan hermosa, el baile, su primera cita… Eran demasiadas emociones para alguien como él.
El sábado por la mañana fue atareado. Todo aquel asunto del baile había sido inesperado y vertiginoso. Había que alquilar un traje y comprar el corsage típico para la mano de Gloria. Todo debía ser perfecto. Las oportunidades había que cogerlas y no dejarlas escapar. Eso es lo que pensaba John. A él, un chico normal y del montón, le había tocado verdaderamente el gordo.
Las nueve menos cuarto de la noche y allí se encontraba John en la mismísima puerta del gimnasio del James Madison. Estaba hecho un flan, pero eso sí, iba inmaculado. De traje negro brillante, camisa blanca, pajarita negra y zapatos de charol, John no parecía el mismo. Era su noche, su momento. Apostó fuerte por ello y salió decidido a acabarla con aquella chica cogida de su brazo para siempre. Y de repente, casi de la nada, allí apareció ella. Llevaba un lindo vestido en color rojo, de cuello alto sin mangas y con un precioso lazo granate a la cintura. También una diadema roja sujetaba esa perfecta melena suelta color negro azabache. A John le encantó la forma de vestir que escogió Gloria para esa noche. Sin duda alguna, esa chica lo tenía todo. Y lo más importante, ella iría de su brazo.
-Hola Gloria -dijo John, casi saliéndosele el corazón por la boca mientras un estúpido tic en el ojo izquierdo se manifestaba.
-Hola John -contestó Gloria, ruborizándose.
-Creo que esto es para ti -le ofreció John, mostrándole un corsage de orquídea-. No sé muy bien en qué mano va… -declaró John con cara de sinceridad. Acto seguido, Gloria cogió las manos de John y tranquilizándolo, ayudó a que se lo colocara en su muñeca derecha.
-Pues creo que ya es oficial, ¿Entramos? -dijo Gloria tan dulcemente que John se tranquilizó de golpe.
La pareja traspasó la puerta enorme del gimnasio del instituto y todo empezó a fluir como debía. El tiempo verdaderamente se paró. Después de vivir una velada de ensueño, John tenía la intención de pedirle salir a Gloria. Dar el siguiente paso. Pero algo ocurrió. Algo inesperado. Eran cerca de las doce de la noche, hora en la que acababa aquella fiesta y Gloria le afirmó muy alterada a John que se debía marchar. Que se le había hecho muy tarde. Sin mediar palabra, salió corriendo entre la gente sin que él pudiese hacer nada para impedirlo. Sólo una cosa quedó entre sus manos: una esclava de plata perteneciente a Gloria.
La vuelta a casa fue amarga para John. Mientras caminaba pensó que ella intuyó algo de su intención de pedirle salir y la había espantado y de qué manera. Que, a lo mejor, simplemente quería ir al baile y lo eligió a él como podía haber elegido a cualquier otro. Y por un instante casi se volvió loco. Cayó en la cuenta de que ¡casi no sabía nada de ella! No supo ni por dónde empezar. Pensó buscar en una guía telefónica su dirección, preguntar a compañeros del instituto… Pero entonces recordó la esclava de plata y se propuso a examinarla.
-¡Bingo! -exclamó, al encontrar inscrito el nombre de Gloria y, en el reverso, su dirección de residencia. Le pareció algo extraño eso último, pero quizás fuese lo ideal por si aquella pulsera acababa perdida y algún alma caritativa quería devolverla.
Fuese como fuese, gracias a esto John pudo tranquilizarse y dormir algo aquella frenética noche inundada de emociones. Estando ya metido en su cama y antes de caer rendido por el sueño, se propuso al día siguiente hacerle una visita.
Era la mañana del domingo después de aquel baile. John desayunó rápidamente y se dirigió a casa de Gloria. Cogió el coche y marchó hacia su destino no sin antes comprobar dónde quedaba aquella dirección. Tras un tiempo de conducción, la encontró. Era una casita humilde, unifamiliar y con un tejado a dos aguas muy bonito. John se bajó del coche y se dirigió hacia la puerta de aquella casa no sin antes volver a comprobar que la dirección era la correcta. Cargado de nuevo con unos nervios propios de un examen final, llamó al timbre temblorosamente y esperó a que alguien apareciera. La puerta se abrió. De ella se asomó una mujer cincuentona, de pelo negro y con algunas canas que le preguntó qué quería. John enseguida supo que se trataba de la madre de Gloria por su gran parecido.
-Hola. Soy John Miller. Voy al mismo instituto al que va su hija Gloria. Verá, ayer la acompañé al baile y perdió una cosa. Quisiera poder devolvérsela y hablar con ella. ¿Puede ser? -dijo John nerviosamente.
La madre, al oír esto, no daba crédito. Miró a los lados para percatarse de que no era una broma de mal gusto y en tono amenazante, le contestó a John:
-Mira, no sé quién eres, pero si vuelves por aquí diciendo estas tonterías llamaré a la policía -John quedó totalmente descuadrado y fuera de lugar. No sabía por qué esa mujer le había respondido aquello y aclaró:
-Lo siento de veras señora, pero no entiendo lo que ocurre. Solo venía a ver y hablar con Gloria un momento -dijo John cada vez más intrigado y sorprendido a partes iguales.
-Basta chico. Basta de bromas. Por el amor de Dios. Es muy doloroso -pidió la mujer morena con lágrimas asomándose ya en los ojos.
-Pero, ¿qué ocurre? ¡Cuénteme por favor! ¡Estoy totalmente perplejo! -empezó a vociferar John a punto ya de explotar y queriendo saber más sobre tal asunto.
-Eso que me dices es imposible que haya ocurrido. Mi hija Gloria está muerta. Murió el año pasado cuando iba camino de ese estúpido baile. Un borracho en coche la atropelló justo cuando iba a cruzar la calle que da a la puerta principal del instituto -sentenció la señora.
-Nnnnno… no… No puede ser. Debe de tratarse de otra Gloria. Justo ayer, estuve toda la noche bailando y pasándomelo bien con ella… es imp… imposible… -a John le afloró un sudor frío por la espalda, pero aún no era nada comparado con lo que sentiría dentro de un instante.
-Mira chico, toma esta fotografía y dime si es ella o no -buscó finalizar aquella estúpida situación la mujer.
John no lo pudo soportar. Era ella. Era su Gloria. Era su cabello, sus ojos, su boca, su luz… Era imposible. Acto seguido John le dijo a aquella mujer:
-Es ella… Es ella… ¿qué clase de broma es esta? Lo siento señora, pero debo marcharme. Tome su esclava de plata, es el objeto que perdió anoche. Debo marcharme ya. Adiós -expuso John con la cara tan blanca y los ojos tan vacíos como los de un muerto.
Mientras John se marchaba dando tumbos y muy mareado por aquellos sentimientos extraños aflorados, allí quedó aquella pobre mujer llorando a pleno pulmón sin consolación alguna mientras sostenía entre sus manos la esclava de su hija fallecida.
Pasados unos días, cuando John recuperó medianamente la estabilidad de sus cinco sentidos y dejó atrás una repentina fiebre sufrida por aquella situación extraña, se llenó de valor y se propuso ir al cementerio para comprobar si aquella broma macabra del destino tenía sentido alguno. Cogió de nuevo su coche y se dirigió rumbo al camposanto. Allí se encontraba, frente a aquellas vallas blancas e infinitas, cuyo perímetro delimitaba el lugar. Se dispuso a entrar y empezar con la ardua tarea de encontrar su supuesta tumba. Pasaron las horas y John seguía buscando una lápida que pusiese el nombre de Gloria Wilson, pero no encontraba nada. Eso empezó a tranquilizarlo, ya que, sin duda alguna, todo aquello era de locos y debería de tener alguna explicación lógica. Ya faltaba poco para repasar la inmensa y enorme explanada de lápidas sin fin cuando algo llamó su atención. En una lápida blanca, impoluta y reciente, colapsada por multitud de flores, había un peculiar corsage de orquídea que no debería estar allí. Pero no se trataba de un corsage cualquiera, no, ¡era el que pocos días antes John colocó en la mano derecha de Gloria! Aquello era imposible. Aquello era inaudito. Rápidamente leyó el epitafio de la lápida:
«Aquí yace Gloria Wilson, 2001-2017, fue una hija ejemplar. Tus seres queridos no te olvidan».
A John se le heló la sangre y sufrió un mareo frío y repentino. Tuvo ganas de vomitar debido al gran malestar que floreció en él tan apresuradamente. Estuvo a punto de desmayarse cuando además se fijó en la foto de Gloria. Era la misma que días atrás su madre le había enseñado en el porche de su casa. Era ella. Era su tumba. De eso ya no había duda alguna.
John cayó de rodillas al húmedo césped y empezó a llorar lastimosamente. No daba crédito a todo aquello. ¿Qué diablos había pasado? ¿Qué era Gloria? Mientras lloraba recostado sobre la tumba de Gloria e intentaba ordenar y darle sentido a aquel caos en su cabeza, una leve brisa de viento frío dejó caer el corsage de orquídea cerca de sus rodillas. Al recogerlo, se percató de que había una nota en su interior y con las manos temblorosas procedió a cogerla y leerla:
«Hola John. Perdóname por todo el daño que te haya podido ocasionar. Gracias a ti he podido vivir y sentir finalmente esa experiencia de ir al baile y poder lucir mi vestido. Es algo que nunca olvidaré. Y sí, la respuesta hubiese sido sí. Sí hubiese aceptado salir contigo. Te quiero».
Relato nominable al II Premio Yunque Literario
Hola, soy Antonio Fabián Benítez y tengo 40 años. Nacido y vecino de Los Palacios y Villafranca (Sevilla). Agricultor de profesión y felizmente casado, tengo como hobbies la música (pertenezco a una banda de música), el modelismo, el coleccionismo de figuras de acción y, como no, la lectura y escritura, siendo esta última de forma amateur y privada. Tengo escrita una gran recopilación de relatos siendo “El corsage de orquídea”, historia con la que me habéis conocido, uno de ellos. También tengo un libro terminado, “El ente de la cripta”, que está a la espera de mi decisión final para una posible publicación. Desde que tengo uso de razón me encanta la literatura, en especial los géneros de terror, misterio y suspense. Los grandes maestros clásicos tales como Poe, Lovecraft, Maupassant, Conan Doyle, Le Fanu, Stoker, Shelley… y sin olvidarme, por supuesto, del maestro actual Stephen King entre otros, son los culpables de mi caída, sin retorno posible, al profundo e insondable abismo del miedo, avatar inequívoco, del género de horror. Y doy gracias a los dioses primigenios por ello…
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Maravilloso relato. Bella y triste historia a la vez.
Cierto! Una historia con alma.
Historia que me ha llamado la atención. Me ha dejado muy buen sabor de boca. ¡Enhorabuena al autor!
Me ha gustado mucho, muy bueno
Precioso relato. Me ha encantado. Ha sido una sorpresa muy grata. ¡Felicidades!