Los duelos y quebrantos atesoran una historia desde que aparecen en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Este plato se comía principalmente en Castilla durante la cuaresma y alude a esos ayunos que debían guardar los católicos y que se podían quebrantar, los sábados, con torreznos, sesos o los huesos “quebrantados” del animal. El plato continúa hoy siendo fiel a los huevos pero acompañados de chorizo, jamón y tocino, alegrando así a cualquier duelista y reparando todo lo quebrantado.
La novela de Ana Girón también guarda la historia desde que España fue sacudida por una de las peores guerras que ha sufrido. El problema es que muchas familias quedaron rotas por la pena y hubo quien se aprovechó de ese dolor para quebrantar el de otros, por supuesto, fieles al régimen dictatorial impuesto.
Duelos y quebrantos es una novela dura. Comienza in medias res; la tía Paca ha muerto y, durante el duelo, se presenta una pareja en la clínica que presidía, exigiendo la recién nacida prometida. Los sobrinos de Paca, Elisa y el cura Ginés, se muestran sorprendidos ante tal actividad de su tía y el Director les confirma que esa práctica se ejercitaba desde años antes de que él empezase a trabajar allí. La cuñada de la finada, la Duquesa, estaba al tanto aunque pensó que si lo hacía Paca sería lo mejor para todos. El caso es que, a pesar de llevar a cabo durante años esa práctica, los que trabajaban en la clínica no se enteraron o no quisieron hacerlo. A veces es mejor mirar hacia otro lado para no salir de la zona segura.
Ana Girón ha escrito una novela altamente realista, de argumento creíble, con escenarios reconocibles por los lectores para analizar una sociedad descrita de forma meticulosa, en donde la marginalidad de la mujer —en todas sus vertientes— y del hombre sin recursos es el tema fundamental. Marginalidad de los que, a pesar de las desventajas que sufren, no pueden abandonar el sentido de culpa por lo que les ocurre.