Abrí los ojos a un nuevo día.
Azul. Todo se veía en tonos de azul.
Suspiré aliviado.
El rojo significaba dar caza a alguien. El amarillo que alguien intentaría darme caza a mí.
Despertar en el espectro azul era reconfortante. Significaba que debía participar en una causa superior. Esta era una maldición que me daba días de relativa tranquilidad.
Me levanté de aquella cómoda cama y busqué el espejo. Siempre había un espejo en los días azules; las causas superiores las llevaban a cabo hombres con recursos. Miré mi reflejo con curiosidad.
– Oh, no. Él no. Cualquiera menos él.
Llevaba ya un tiempo sintiéndome exhausto por todo lo que había estado viviendo y para colmo despertar en aquel hombre.
Empecé a anhelar que llegara el Día Gris, el que sería mi último día. Me prometieron que tendría una jornada para elegir un lugar agradable.
Donde moriría sin dolor.
Microrrelato nominable al I Premio Yunque Literario
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