
Escarbas.
Rebuscas en montones de basura, entre montañas de gris, de negro, de marrón que desprenden una multiplicidad de hedores: a sucio, a herrumbre, a miseria.
Sientes que los olores se adhieren a tu piel.
A veces hieren.
Hubo un tiempo en que no necesitabas hurgar en la basura. Hace mucho. Tanto que ni siquiera lo recuerdas.
Tienes un hambre atroz.
*
Tus sentidos no fallan. Ya no eres capaz de percibir la belleza, pero aún puedes reconocer el alimento. Lo hueles. Lo conoces. Tiras de un pedazo de tela vieja y gris, lleno de manchas de grasa y, durante un instante, permaneces inmóvil. Sientes cómo el corazón se te acelera y das un salto hacia atrás entre jadeos.
Retrocedes, preparado para la huida.
Miras.
Con asombro y horror.
La tela envuelve un jirón de carne. Está ligeramente podrida y desprende un olor dulzón. Está agusanada, cubierta de moscas blancas.
A ellas no logras olerlas.
No emiten sonido alguno.
Tu intuición te avisa de que algo va mal en el preciso instante en que la carne se sacude. Pulsa. Se agita como las entrañas de un cuerpo desgarrado en el que aún late algo de vida.
*
El trozo de carne se contrae y se dilata.
Algo bulle en su interior. Algo pugna por nacer desde su centro.
Aparecen en su superficie pequeñas protuberancias: flagelos y tentáculos, pequeños todavía, pero ya en movimiento.
Huyes, presa del pánico, mientras los cilios reptan e intentan agarrarte. No podrán. Son aún demasiado cortos. No han madurado lo suficiente.
Lo harán.
También ellos tienen hambre.
*
No es vuestro primer encuentro.
Los has visto antes, en otros callejones y en otras sombras.
Buscan el color, pinceladas de azul, de verde, de amarillo.
Después, lo devoran.
Donde antes existía vida, ahora solo queda el gris, una suerte de vacío, la nada más sombría.
Los ves evolucionar —tentáculos sin dueño que se arrastran con un único propósito—, por la linde que separa la ciudad viva de esa tierra de nadie en la que tú te mueves, apenas un vestigio de ti mismo.
Sabes que no te buscarán, que hace ya mucho tiempo que perdieron el interés en ti. Y, aun así, te aterra la posibilidad efímera de que vuelvan sus cilios hacia ti, de que encuentren en tu alma una pizca del color que te robaron.
El hambre te arruga el estómago.
*
Recorres el camino, tantas veces transitado, de regreso a tu refugio: una construcción humilde fabricada a base de tablones enmohecidos y palés.
En algún lugar, más allá del gris, se extiende la ciudad, lo que queda de ella, al menos. Se oye un murmullo de coches y pasos rápidos que encienden el silencio.
Después, el grito.
No te acostumbras al sonido.
Tampoco a ellos.
Antes, en ese otro tiempo que no marcan los calendarios, habrías acudido a investigar, espoleado por la curiosidad o el miedo.
Ya no.
Clavas la mirada al suelo y tarareas en tu cabeza una tonada sencilla, de ritmos marcados, que ahogue el gañido terrible que golpea desde lejos.
Cuando el silencio se impone, una vez más, paseas entre los palés y te sientas sobre el viejo colchón a observar los alrededores.
El gris.
Batallones de tentáculos que se abren paso sobre el asfalto y el cemento, que reptan por muros y puertas, que transforman la ciudad en cementerio.
Respiras.
No es a ti a quien buscan.
Ya no.
*
Tu amigo te abraza, te acaricia con las manos envueltas en unos mitones tan sucios como todo lo que os rodea. Te susurra.
Antes, también él formaba parte de la ciudad.
Ahora los dos sois invisibles para el mundo.
Un humano y un perro.
Apenas un perro. Apenas un humano.
Él te abraza y tú te dejas abrazar.
No hay mucho más que podáis hacer.
*
Unas pisadas te despiertan.
Son rápidas, urgentes.
La ves al volver una esquina.
Sus emociones, sus colores, te golpean. Está tan llena de vida que su energía te ahoga.
Sabes lo que sucederá a continuación.
Sabes que no puedes evitarlo.
Aun así, tus músculos se contraen, dispuestos para el ataque.
Una mano te detiene, sosteniéndote por el cuello.
«No».
Si lo haces, si te entrometes, solo conseguirás arrastrar a esa pobre alma al mismo destino desdichado en el que tú malvives.
Así pues, te conviertes en testigo —otra vez— de la matanza.
*
Afuera reina el silencio.
A lo lejos, los colores cada vez más mates y apagados.
El gris que lo devora todo.
Los tentáculos se arrastran en las lindes y crean un mosaico del horror sobre suelos y paredes.
No tardarán en transformar la ciudad entera.
Después, irán más allá.
Relato nominable al IV Premio Yunque Literario

Lucyna Adamczyk
Ilustradora con nombre y apellido difíciles, que, según el autocorrector, bien podrían ser una contraseña de Wi-Fi.
Codueña de tres gatos y dos perros, lleva una vida entre pinceles y huellas de patas.
Debutó en 2020 con el álbum ilustrado El elefante araña, y desde entonces no ha dejado de moverse entre proyectos visuales y narrativos. Su trabajo ha aparecido en revistas como La gran belleza, Opportunity, Pulporama y ha sido galardonada dos veces en el certamen Algeciras Fantastika (2021 y 2022). Obtuvo también una Mención de Honor en el I Premio Internacional de Álbum Ilustrado de Fantasía y Ciencia Ficción Elia Barceló por Marte te necesita.
Ha dejado su trazo en múltiples publicaciones: ilustró la primera antología T.ERRORES una antología de terror y error coordinada por José Luis Pascual (Dentro del Monolito), el cómic Cerebros. Ñam ñam de la II Antología Orgullo Zombi coordinada por Andrés Granbosque, ha ilustrado y coordinado, junto a Rocío Stevenson, las antologías Dentro de un agujero de gusano y Hay otros mundos y ha ilustrado las portadas de los poemarios Cuando arrecie la tormenta y Todos mis principios y finales, escritos por Rocío Stevenson. Además, ha dado vida gráfica a varias novelas cortas editadas por la Asociación Cultural Droids and Druids, incluyendo Puedes llamarme Espátula (Celia Corral-Vázquez), La Obsoletadora (Alejandro Rodríguez Tárraga), Amanecer en Benidormiens (Ana Saiz), Es Teresa o el tiempo (Talita Isla) y La maldita casa de los Ulloa (Andrea Valeiras).
Actualmente, co-coordina la revista de género Pulporama, un proyecto que requiere muchas horas de creatividad, unos cuantos kilos de café… y también bastantes gatos caminando sobre el teclado.
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Rocío Stevenson Muñoz
Compagina su trabajo de profesora con la escritura.
Tiene poemas y relatos publicados en diversos libros antológicos como: T.ERRORES, Una mirada al infierno, Orgullo zombi, La hermandad de la noche o Ex Umbra, entre otros. También en revistas literarias: Quebrados, Extrañas Noches, Opportunity, Mordedor, y antologías de certámenes literarios. Ha publicado una novela: Sombras y otros lugares que recorrer por la noche y dos libros de poemas: Cuando arrecie la tormenta y Todos mis principios y finales, ganador este último del IV Premio de Poesía Ciudad de Lepe.
Además ha publicado para el público infantil la novela Mansión Tremor en la editorial Edebé México, el cuento «Vamos a morir todos», ganador del Concurso de Cuentos Infantiles Adiós Cultural, y dos álbumes ilustrados: El elefante araña y Marte te necesita, mención de honor en el I Premio Internacional de Álbum Ilustrado Elia Barceló y publicado por la Editorial Premium. Recientemente, ha resultado ganadora del III Premio Yunque de Hefesto 2024 en la categoría de poesía y del Premio Druida 2025.
Junto con Lucyna Adamczyk, ilustradora, coordinó las antologías Dentro de un agujero de gusano y Hay otros mundos. En la actualidad, ambas coordinan la revista de género Pulporama, finalista a los premios Ignotus 2024.
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