“El mundo huele a abandono, a amores que se van porque tienen prisa, a lágrimas que se ocultan por miedo a ser confundidas, a insomnios acumulados en madrugadas consumidas”
Se supone que los sentimientos son lo que nos hace realmente humanos. No sé si es cierto. Pero sí sé que nos hacen vulnerables. Que nos pueden elevar hasta el cielo y arrojarnos con furia contra el suelo rompiéndonos completamente. “Así es la vida”, dicen. “Todo es ensayo y error; hay que quedarse con lo bueno”, dicen también. Pero estas sentencias, tan manidas y tan frías, suelen ser pronunciadas por quienes nada saben de heridas abiertas. Por quienes no son capaces de meterse en la piel de aquellos que ya ni siquiera sueñan con volar.
El mar. La costumbre ha transformado algo tan ajeno al género en un concepto masculino. La costumbre lo ordena todo. La tradición lo ajusta y moldea todo. Puede que, para una sociedad tan anquilosada como la nuestra, sea más prudente clasificar como masculino todo lo temible y poderoso. O puede que no, esto tampoco sé si es cierto. Lo que sí sé es que no hace tanto, la mar era vista en femenino. Lo era para los marineros, los amantes y los poetas. Lo era para quien se enamoraba de su inmensidad y belleza, para quien veía pasión en sus tormentas.
“Odiando suponer la consecuencia de un vientre sin poesía. Así se siente ella”
Las mujeres son las que, con más frecuencia, sufren heridas de las que no se curan. Se las provocan la sociedad o sus parejas. A veces incluso sus hijos. También ellas mismas o su mala conciencia, la que les induce la religión y la tradición. No son perfectas, nadie lo es. Ellas son como La Mar; turbulentas o sanadoras. Curan heridas, aunque su sal quema y algunas pueden cometer actos atroces. Se las ha silenciado y sometido, porque el mundo se ha transformado y desde hace demasiado tiempo es, al igual que el mar, masculino.
Cuentos de la mar es una obra demoledora. Sus frases se confunden con versos y sus versos, crudos, directos, nacidos del dolor, cortan y desgarran como puñaladas. Cada una de las historias que contiene es una mano tendida hacia las mujeres que han sufrido el abuso, la opresión y la pérdida. También hacia las que no han sabido contener su naturaleza (humana), se sienten pecadoras y, por tanto, doblemente culpables.
“Consentiste que te follase el silencio y, ahora, en el silencio suplicas”
Esta antología para adultos es portadora de sufrimiento y protesta. De injusticia y belleza. Me pregunto si Lorena Escobar es La Mar: testigo mudo del dolor y el desconsuelo, tormenta que ruge ante el desamparo buscando reparación o venganza. O si simplemente es una mujer que, tocada por sus aguas, ve en ella a una amiga que sana y calma.
Leed esta obra cargada de nihilismo y desconsuelo, pero hacedlo cuando os sintáis lo suficientemente fuertes como para permitir que sus letras os salpiquen. Seréis testigos del martirio de una sirena. Descubriréis cadenas que sujetan instintos y que quitan la libertad. Comprobaréis lo absurdo del honor y lo frecuente que es el dolor. Nana, su primer cuento, os desgarrará. Y es que en las páginas que contienen estos cuentos no hay nada amable, pero todo es necesario. La Mar es y siempre habrá de ser, mujer.
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