“La Casa me llama.
La Cosa que ha poseído a la Casa me llama.
La Casa que ha devorado a la Cosa me llama.
Tod@s ell@s.”
Son tantas las voces con quienes comparto mi cabeza desde pequeña que a veces apenas las oigo. Se solapan, devienen en ruido blanco intrascendente. Excepto cuando se ponen de acuerdo. Para enloquecerme; más. Por medio de avisos, dudas, peligros, sugestiones, sustos, bromas…
Juegan con mi psique y percepción. Me alteran y desubican. Dejé la medicación y los centros especiales tiempo atrás. Inútiles para mi afección, frustrantes de forma bidireccional. No entienden. Nadie lo hace. No se ha sufrido brote tal, sea real o imaginario.
Me convertí en una vagamunda escondida entre harapos y cartones; la nómada demente e imprevisible. Así o parecido me llamarían, junto a cosas mucho peores, si permaneciese lo suficiente para ello en algún lugar.
No sucederá. Soy bicho de paso.
En continuo movimiento sin equipaje más que los desperdicios e inmundicias rechazadas por la sociedad, y lejos de sus ojos en intereses gracias a tal indignidad, llevo meses a salvo; casi tranquila, casi sola.
Casi en silencio.
Sin motivos para un ataque.
Hoy he despertado en huracán estridente, destrozando el efímero hogar de cajas donde me resguardaba de la noche. Chillando graves y agudos, reverberando en mi cerebro que vibra y se desmorona. Quebrando racionalidades y pensamientos. Rebosada por la marea de caos.
Colapso y me vengo abajo aplastada por el dolor, intentando transcribir el mensaje que me envía ese mismo sufrir. Comprenderlo para calmarlas, a ellas, a las voces. Deseando que no sea un castigo por haberlas relegado.
No. No lo es. No lo parece. Más bien una señal. Casi un faro.
Están asustadas. Excitadas a la vez. Anhelantes. Como nunca.
Y me confirman:
“La Casa me llama.
La Cosa que ha poseído a la Casa me llama.
La Casa que ha devorado a la Cosa me llama.
Tod@sell@s. Todas ellas.”
En medio de ninguna parte. Periferia abandonada, resto de pueblo, ambición de barrio, ínfula de suburbio para ciudad. Derruido, revertido a campo estéril, yermo tanto como seco, con los restos de naturaleza muerta. Entre ese paisaje se alza la única última superviviente; descarnada y fuera de lugar con su brillo mate evanescente. Irradia mal rollo. Bien sé yo del tema.
Lo siento latir. Al edificio y sus cimientos. Su rizoma se hunde más allá de la tierra. Tenemos una conexión. Me atrae y atrapa. Temo mi final en sus entrañas, con alivio, por encima de temor o repulsión.
Sea.
Resulta terrible. Asumo el riesgo cuando debería correr. Eso hago yo, reaccionar para tomar decisiones sin el trámite de la reflexión.
Me muevo a ella.Como puedo.
Hago un pacto con las voces para que me permitan recuperar el precario control a cambio de entrar. Para que mi cuerpo responda y no llore sangre, para que mi mente no sea un espasmo electrizante de punzadas que se extienden como olas. Una de ellas se eleva como líder para acompañarme; quizá guiarme, quizá engañarme. Pero ¿qué serían ellas, de ellas, sin mí?
Retorna la noche súbita mientras recorro la poca distancia que me separa del umbral. Clásico. Deben coincidir los momentos, como en una mala película.
Por un segundo, la casa parece alejarse rechazando mi toque con respeto, el peso de mi presencia. Pero alcanzo el pomo con fuerza, situado bajo terrible y deformada aldaba, creada por un escultor de novela pulp, y accedo sin llamar. No podía estar cerrada.
La oscuridad me come. Abro mis otros sentidos hasta que la vista se adapte; sé compensarme. El equilibrio lo es todo.
Avanzo con pasos cortos, utilizando manos y pies para explorar, evitando, si es posible, accidentes prematuros.
El oído exterior no me dice nada, no refleja ruido u ocupación. El interno me advierte:
—Espera. Espera inmóvil un momento.
Sigo su consejo e intento percibir, darle tres dimensiones a la tiniebla. Detectar amenaza o forma de vida. Tesoro o maldición.
Me llegan lejanas las reminiscencias de un reloj. De cuco. Premonitoria cuenta atrás, diría yo si fuese melodramática.
Lo soy. Hora de moverse.
Voy adivinando sombras y contornos a través de la mansión. Esquivando y tocando por igual, pagando el precio de pequeños rasguños y contusiones. Trampas que se mueven leve para interceptarme; humores y tumores. Pero me hago a ella y sus detalles mientras ella trabaja lo propio. La siento hurgando en mí. Tendrá primero que cruzar la frontera de las voces.
Matices de un color que va más allá del negro me embriagan. Es un tono líquido y musical sobre jirones de bruma, hermoso en su lúgubre cadencia lenta y decadente. Un arrumaco en pigmento. Un guiño tangible. No es real. Me alejo de su influjo.
El caserón de dos plantas me permite cruzar pasillos mutantes y cuartos que se transmutan antes de acceder al salón, señorial de diversas épocas. Encuentro la clepsidra que lleva años indolente y apagada, pero que sigue sonando de continuo. Marcando los ritmos acuosos hasta un posible final, con el cero en horizonte. Asomando su lengua cuando no toca. La rodean muebles viejos y carcomidos, ornamentación antigua sin mantenimiento. Telarañas y figuras que reptan en el resquicio de la mirada, entrando y saliendo de sus agujeros, ansiando uno nuevo y húmedo. Una carcasa de carne.
Junto con el rumor en las paredes. Dentro. Su osamenta. Un susurro que ruge y entra en mis terminaciones nerviosas con cientos de patas. Que me invade en violencia.
Combaten mis voces al enemigo mayestático y múltiple, con el nuevo comandante en mando. Me resulta familiar y novedosa la situación; diferente. ¿Siempre me han protegido?
Resisto como puedo, vena a vena, sinapsis a célula, piel y poros. Debo, debemos expulsar esa marabunta. Me contagia y me posee.
—¡JAMÁS!
La destierro del que nunca fue su lugar asumiendo consecuencias para mi organismo de las que no me recuperaré. Caigo abatida pero no derrotada.
Libre. En parte. Lo poco que puedo y soy.
Me apoyo para recuperar la vertical; lámparas de pie, sillas desvencijadas, una mesa que fue lugar de sacrificio. Cualquier cosa sirve como soporte. Casi reboto de una a otra hasta conseguirlo, con lanzas de magma todavía perforando mis sienes y nuca.
Salgo de la estancia para afrontar las escaleras dejando un rastro de fluidos como migas de pan. Pedazos más líquidos que sólidos que ya no quieren ser parte de mi cuerpo. Traidores.
Miro la puerta al exterior, de reojo. Me tiento. Pero sé que nunca saldré de este lugar. Quizá no me lo permitan. Quizá imponga yo mi permanencia. Porque no pienso en huir o abandonar. Estoy cansada. Necesito un pequeño triunfo, un orgullo sobre el que reconstruirme.
Asciendo resbalando en la suciedad de una barandilla que más parece un río grumoso de cucarachas o sus tripas y restos. Aceitosa, legamosa, repugnante. Pero no puedo soltarme, mis fuerzas no alcanzan para subir por mis medios. Contengo el asco y mido los escalones para no tropezar; la caída sería letal, la inconsciencia una despedida. Las alfombras son labios y el suelo tiene dientes.
Llego a la planta de arriba y justo me pregunto por el sótano. Ya no importa o no importa aún. El útero reside allí. Antiguo y esperando ESPECTANTE.
El recibidor que da paso al baño y habitaciones varias, precediendo el despacho, está plagado de cuadros: ilustraciones de figuras amorfas inventadas en retorcido parto y pacto imaginario, completadas con partes animales o humanoides.
Me enferman. Y se mueven en sus pequeños expositores de mundos, entre ellos. Intentando escapar. Los paisajes que los contienen son marcianos, roca y más roca en montaña, océano, sima o desierto desolado. Que conllevan una triste melodía del viento que me descubro silbando.
¿O es la voz quien silba?
¿Por qué tan callada, tan calladas?
Páramos alienígenas de eones anteriores y ulteriores a nuestra era. Encadenados a marcos tallados con glifos arcaicos todavía en protector uso, mientras las criaturas me miran con más hambre que curiosidad. Me incomoda su visión detrás de los párpados, en la mar de esclerótica. Resquema y restalla entre la nuca y los globos oculares.
Quiero meter la mano y sé que accederé al cuadro. Cualquiera de ellos, interconectados. Como también sé que no podría regresar.
Mis impulsos no pueden ser el enemigo. No uno más.
Comparto la mirada con otros ojos de pintura y tela. Me prometen:
—Sólo un rato…
El sí ha salido subconsciente, sonámbulo. Las voces y yo somos títeres.
Ahora estoy y soy parte del lienzo. Concibo mi cuerpo irreal e inexplorado de cientos de apéndices erróneos. Un garabato de acuarela en dimensiones de menos.
Veo planetas de trapo y tinta en un espacio finito, un cosmos que se pliega sobre sí mismo para tragarse y vomitarse y reinventarse y destruirse una y otra vez en bucle perfidioso y nefando. BigBang eterno.
Me arranco la piel que es paño y salto y giro y aterrizo.
He vuelto. Corporalidad recuperada en todo su esplendoroso volumen y peso. Las rocas, dentro, todas, rumian nostalgia.
La voz portavoz parece recuperar su ilusión de poder y esperanza de imposición, y me conmina a registrar las habitaciones. A penetrar en el despacho y destripar los secretos de ese seguro corazón de la casa. Dice “sentir” algo, una percepción ajena; un objeto o criatura que no debiera estar aquí.
No me obliga y no me intimida. Bailo porque estoy en el baile gustándome. Aunque refuerzan su dominio con una leve presión craneal, un terremoto a la menor y peor escala.
Estremece el dolor pese a la costumbre. Pero conozco lo nocivo que pueden hacerme: o matarme y que todo acabe, ellas y yo,o enloquecer y que el barco quede sin mando, a la deriva, muñeca rota de hilos rotos y voces vacías que nadie escuchará jamás.
No lo quieren así. Simbiosis despótica. El miedo cambia de bando.
Voy dormitorio por dormitorio, con levedad y desinterés; el embrujo iniciático de la casa se ha tornado en tedio, premura por terminar. Sólo si veo algo en claro contraste con el total reacciono y lo estudio en detenimiento. Nada en la uno, nada en la dos, algo en la tres.
Un anillo de orfebre que brilla colórico y calórico azabache. Parece tallado con hebras e hilos de entramados y a la vez moldeados materiales unidos a la perfección, sin que pueda reconocerlos al tacto. Lo recorro con yemas y pupilapara desentrañarlo, alternando durezas y blandos que son lo mismo. Hueso y fibra quizá. Familiar su procedencia, su origen. Y sé que contiene una inscripción en su anverso, pero todavía no soy digna de ella. Me perturba ello, noto como la mansión vuelve a ganar fuerzas.
Me honra su respeto y tomo posesión de mi presente. Porque es mi talla, porque me llama. Porque me lo pongo. Siempre fue mío. Se clava y ata a mi anular para demostrarlo.
Enraiza.
Duele.
Late a mi son.
Me gusta.
La voz principal me apremia. El TicTac no engaña. La arena acaba de caer. Paso por el baño y paso del mismo; su insalubre olor me hace rechazarlo de mano. Algo alberga que apesta a muerte descompuesta tras varias más muertes. Y que no tiene todavía suficiente. Me espera acechando…
Ni loca. Y bien loca estoy.
Corro al despacho. Núcleo. No puede ser otra cosa y no puede no ser. Entro tras recibir una descarga eléctrica a través del picaporte. No me frena. La recia puerta se cierra a mi espalda asegurando el no retorno. Y explota un agujero negro, un abismo de nanocriaturas que no muestran pliegue o doblez, marca o mácula, contexto o irregularidad, principio y final. Un todo que diferencia cada parte. El telón final.
Sólo danzan para mí en sincronizada armonía. Resulta celestial. Siento el amor de todo y cada poeta en su mejor verso. Quiero abrazarme y cubrirme de opacidad. Hundirme. Ahogarme. Perderme.
Las voces no lo permiten. Quieren que rasgue ese velo, que quiebre su estructura. Aprietan donde deben y me extraen un grito desesperado que espanta a la majestuosa tiniebla nebulosa.
Lloro tres lágrimas mientras no me recupero.
Mi vida siempre fue injusta.
TacTic.
Veo el escritorio, diáfano de material pero cubierto de símbolos redactados e incrustados a mano sangre y falange. Perversidades innombrables, ominosos hechizos y convocaciones, abominables e insidiosas profecías. Traduzco partes radicales, con un conocimiento primigenio de letras y glifos con los que tanto he pesadilleado. Resulta un inesperado diario universal de visión parcial y racial.
Y no es biografía cualquiera. Demanda ofrenda vital para activar cada signo y encarnación. Proto lenguajes arcaicos y olvidados. Rechazo su contacto, no quiero ni acercarme. Lo esquivo muy lejana para acceder a su trasera biblioteca,consistente en cientos de anaqueles que apenas resisten el peso de recios volúmenes prohibidos. Digno cada cual de erudito y hoguera, a saber según quién decida.
Recuerdo: el conocimiento hace más daño que bien. Me ha transformado de quien era a quien soy.
Viajo por sus lomos mientras ronronean con gusto mi caricia, presumiendo de sus contenidos. Las mayores y mejores palabras, por ellas su disputa de favoritismo.
Tengo que elegir. Coger uno. Mi cuerpo siente como la casa se altera, tiembla excitada, parece querer despegar, salir de muda, aspirar a metamorfosis.
Espira, expira y exhala mi oportunidad. Las voces han vuelto a su individualismo sin sentido de conjunto. Pidiendo el manuscrito que necesitan para sus propios intereses enfrentados.
Ignoro.
Escojo ciega guiada por el instinto. Rechazando sus preferencias todas, que no sabrían esta vez efectuar contrapsicología. El ansia les puede y denota. Conozco todos sus trucos,creo.
Lo saco de su estante mientras sus compañeros y compañeras obras suspiran decepción de papel, papiro, tinta y polvo. Mientras extremidades surgen de las paredes para llevarme con ellas, para tener ayuda y compañía, qué mejor dos en uno.
¡Y como aúllan los intramuros, la misma casa!
Me alejo de esas simulaciones de dedos y brazos, miembros y artrópodos cincelados por inventores de humanidades sin alma. Permanezco en un centro precario, entre todos sus intentos e intenciones. Intocable. Casi. Equidistante para combatir su lucha. Abrazado a mi volumen. Miro y acaricio su portada inmaculada, carente de título, autor o nombre. Encuadernada en terrores y sueños, en el mismo tejido de la irrealidad. Multiforme a mi roce su composición de picos y valles, de mareas y vientos.
Las voces lo odian. Él las apaga, les sustrae fuerza.
No atrevo a abrir la tapa sin su permiso. Espero eso mismo, de nuevo con la losa del tiempo que no existe como guillotina. TicTacTic. Se cierne…
Es ahora. Separo con suavidad y cariño las páginas apergaminadas. Continúa sin nombre. Impoluto.
Puedo discernir si olvido los ojos… Leer entre líneas, ateo, etéreo, incisivo. Se tatúa con fuego cada significado en mi mente. Las frases son mundos y los párrafos raíces ANCLAS, fuentes de memoria y futuro cantando para mí. Cada capítulo, una existencia.
Veo mi recorrido esencial, la mi peripecia única, viaje iniciático de heroína trágica. Que arrancó lejos y antes del caduco recipiente humano que ocupo. Lo entiendo desde su principio. Inmemorial.
Cuando sólo era yo y toda yo.
Aburrida
Insana
Demente
Juguetona
La cordura se fractura como porcelana enfrentada al suelo desde altura.
Los diques se rompen y me inundo de Yo. Anegada. Plena.
Despego.
Las voces no saben nadar ni volar,apenas flotan. Por ello quedan enterradas bajo la casa, que se hunde en sima terrestre tras colapso. Naciendo una falla novedosa.
Todas fenecidas menos una. De nombre insólito. Siempre tímida y callada hasta ahora. Abusada y enclaustrada por las otras.
“Esperanza” se llama.
Me dejo.
Vértices y vórtices.
Fluyo.
Irradio hasta vosotros. Primigenia y original. Dejando carcasas y cascaras vacías atrás.
“Yo soy la Casa.
Yo soy la Cosa.
Yo soy el universo, la realidad.
Siempre lo fui.
Me sigo expandiendo.
Hasta que me sustituyas.“
Epílogo:
Tú.
Que vagas extraviado.
Que demandas emociones.
Camina, deja atrás la ciudad. Adéntrate en las sombras.
Mira a tu derecha.
Siente curiosidad.
Esa casa te llama.
Y tú, insaciable, inevitable, acudes a su puerta, violando su intimidad al cruzar el umbral.
Parte de la CasaCosmo maldita.
Monstruos aguardan.
Verdades y mentiras.
Los niños nunca olvidan una promesa.
Las voces te esperan…
FIN
Relato no nominable al I Premio Yunque Literario.
Román Sanz Mouta es un autor nómada y amante de la metamorfosis. Traspasa con sus historias los límites, trasgrediendo en cada género para ofrecer libertad a todo un estilo y simbología propias que convierten al lector en protagonista; con importantes tendencias lovecraftianas e inmersivas.
Ha publicado las novelas «Intrusión» (onirismo sobre la memoria, Ediciones Camelot 2016), «De Gigantes y Hombres» (fábula, Lektu, 2018), y «Benceno en la Piel» (humor y terror Pulp en Gijón, Editorial Maluma 2019).
Es redactor en la web Dentro del Monolito, y ha colaborado, participado o ha sido seleccionado durante los últimos seis años, con su capacidad dispersa para el relato, en diversas antologías, revistas o delirios cualesquiera como: Insomnia de S. King, Vuelo de Cuervos, Círculo de Lovecraft, NGC3660, Castle Rock Asylum, Boletín Papenfuss, Los52golpes, Terror y nada más, Tentacle Pulp, Testimonios Paranormales, Diversidad Literaria, Cuentos de la Casa de la Bruja, colección «Show Your Rare», Terminus, Space Opera «Dentro de un Agujero de Gusano», revista Los Bárbaros edición especial “Noir” New York, 2Cabezas y su “Clark Ashton Smith; Cuentos de Extrañeza, Misterio y Locura”, revista Mordedor, revista Preternatural, Penumbria, Underwrizer, el Kraken Liberado, Avenida Noir, El Yunque de Hefesto o Calabazas en el Trastero
Todo ello de fácil localización, y en su mayoría gratuito, disponible en su twitt fijado. Siempre profundizando en lo extraño, absurdo, surreal o terrorífico-esperpéntico.
Gallego de nacimiento y asturiano de adopción, este vagamundos de la imaginación reside en Vegadeo mientras completa su trasvase a la locura…
Román W. Sanz Mouta (@RomanSanzMouta) / Twitter
https://dentrodelmonolito.com/roman-sanz-mouta
OBRA LARGA PUBLICADA:
Intrusión: Ediciones Camelot en 2016. Una ficción transgresiva de suspense onírico sobre el origen y el funcionamiento de la memoria.
De Gigantes y Hombres: Autopublicado en Lektu en 2018. Una oda surrealista y abstracta en clave de aventura que homenajea a la imaginación y la literatura.
Benceno en la Piel: Editorial Maluma 2019. Un delirio Pulp de humor y terror sobre un virus durante la semana negra de Gijón, que cierra la ciudad afectando y transformando a cada cual según su personalidad.
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Grande, Román!