He terminado la tetralogía del comandante Verhoeven; he de reconocer que, hasta la última página, he estado inquieta, ávida, temiendo lo peor. En algún momento he pensado incluso dejar de leer porque creía no poder soportar el dolor físico y moral de los personajes. Pero el estilo de Pierre Lemaitre está por encima de cualquier desapercibimiento del lector. Su prosa directa, en presente, se dirige a nosotros sin compasión. El narrador cambia según la trama y a veces nos encontramos sufriendo con lo que siente la víctima, otras, con las motivaciones del verdugo. En primera persona. Porque son ellos quienes lo viven, quienes dan sus razones para que nos cercioremos de tener delante a verdaderos psicópatas que disfrutan pensando en el daño que van a ocasionar, lo planean de manera que, una vez llegada la hora de llevarlo a cabo, es como una rutina. Nada tiene que ver con el hombre y sus sentimientos, porque en realidad no los tienen. El asesino de Camille es brutal, su egocentrismo patológico no le permite prestar atención a otra persona que no sea él, da igual quién deba desaparecer, da igual cómo lo haga porque la crueldad y el sadismo que acumula son los únicos estímulos que guiarán su comportamiento.
En Camille, tan perfecto es su cierre, entendemos la vida del comandante, desde su impotencia relacionada con su físico, hasta la aceptación de su minusvalía, ante el amor de Irène, y sus proyectos de vida. A Verhoeven le conocimos su faceta policial en Irène, una novela en la que debe enfrentarse a la calaña más baja de la sociedad. El victimismo queda en Alex como bandera; una vez leída, nunca volveremos a pensar lo mismo de la reacción que pueden tener los afectados. La delincuencia expuesta en Rosy & John es otro medio para cargar sobre los traumas que conviven con nosotros desde nuestra infancia.
Todos esos elementos confluyen en Camille, las alusiones a las otras novelas son constantes, donde finalmente las víctimas se confunden con los asesinos y se introducen en nuestra mente para que podamos empatizar. Lo hacemos a pesar, como siempre, de la dureza del estilo y de las imágenes crueles de las que somos testigos. A lo mejor es por el humor con el que trata algunas situaciones, a las que encontramos cierta gracia, pero nuestra sonrisa no aparece de tan horrorizados que estamos.
El caso es que empatizamos, realmente, con Pierre Lemaitre y esperamos que siga escribiendo, porque su novela ha supuesto un antes y un después en el noir.