“Es imposible… imposible cargar con el peso de la tristeza de este ramo”
No hay nada más cruel que el olvido. Nada más injusto ni peligroso. Hemos de mirar al futuro, sí, pero conviviendo con nuestras cicatrices. No debemos borrarlas ni ocultarlas, recordar la tragedia es necesario. Tal vez sea lo único que podamos hacer ya por las vidas que fueron arrebatadas. Ha pasado casi un siglo del Holocausto. Nada de lo que pasó nos es ajeno, nada nos asombra. Hemos visto demasiadas películas y documentales sobre lo que ocurrió. Hemos leído demasiados libros. Nos hemos insensibilizado porque siempre hemos puesto el foco en los culpables, en quienes dieron las órdenes y en quienes las obedecieron. Cuando estos murieron, se acabaron nuestras ansias de venganza. Cuando no tuvimos a quien señalar, pasamos página. Pero nada ha cambiado para las víctimas. Las flores fueron segadas y “Nunca unas aguas arrastraron tanto por un sumidero”.
Debemos recordar. No los lugares, las fechas, y las cifras, sino a las personas que padecieron. A las que visitaron el infierno y tuvieron que morir para poder escapar de él. Convivir con las cicatrices y no ocultarlas. Dejar que nuestros dedos se deslicen por ellas en paz y sin vergüenza, asumiendo que el dolor que provocan, que provocarán siempre, nos hace bien.
Björn Blanca van Goch ha escrito un poemario imprescindible. Un ensayo contra el olvido que no clama venganza. Que no señala a los culpables, ya los conocemos de sobra. Que elimina el ruido, invita al recogimiento y la reflexión, e impide que el viento se lleve todo lo escrito y documentado como se lleva las flores que han sido cortadas.
Sus versos, cargados de dolor, de respeto y de una desesperación que trata de contenerse, provocan en el lector una irrefrenable melancolía que, aunque parezca contradictorio, desemboca en el sosiego que conceden la aceptación y el entendimiento. Como apunta Beatriz Villarino en el (maravilloso) prólogo, “Sus palabras escritas, sacralizadas, convierten un pueblo dolorido en un ser espiritual”. Y lo consigue proyectando imágenes, breves instantes en el contexto de la barbarie que, como fotografías, se imprimen en nuestra alma.
Sus brazos parecían ramitas. Sus piernas, tallos a punto de quebrarse. Fueron tantas las vidas desperdiciadas… Este Breve ensayo sobre el exterminio de las flores es un antídoto contra el olvido y la indolencia. Una obra única y hermosa que construye, no destruye. Que invita a la reflexión en vez de a la venganza. Que libera nuestra mirada de cualquier carga o responsabilidad más allá de mantener viva la llama del recuerdo y que no busca avergonzarnos como especie, sino elevarnos.
Los nazis, que robaban vidas como robaban arte, nunca entendieron el valor de lo único y lo irrepetible. Eran heraldos del horror y la infamia que nunca supieron ver dónde estaba realmente la belleza. Si volviesen, quemarían este poemario. Perseguirían a su autor, porque sus versos denuncian lo que hicieron y combaten la esencia de lo que fueron. Porque nada podrían hacer ante su belleza. Porque no tendrían ninguna otra forma de apagar su sentimiento.
Si deseáis adquirir un ejemplar de este poemario, podéis hacerlo en la web de Cuadranta editorial pinchando aquí
¿Te ha gustado esta reseña? ¿Quieres descubrir más libros como este? ¡Hazte mecenas de El yunque de Hefesto! Hemos pensado en una serie de recompensas que esperamos que te gusten.
También puedes ayudarnos puntualmente a través de Ko-fi o siguiendo, comentando y compartiendo nuestras publicaciones en redes sociales.