¿Qué es más peligroso, enterrar el pasado o sacarlo a la luz?
Somos la suma de lo que habríamos sido en absoluta libertad, de aquello en lo que nos han convertido, y de lo que nuestro entorno nos obliga a aparentar. Casi nunca desvelamos nuestro verdadero rostro. Ni siquiera a nuestros seres más queridos porque, en realidad, ¿Qué sabemos de ellos? ¿En qué porcentaje son como creemos y no están limitándose a mostrarnos sólo lo que esperamos ver?
No, no somos calculadores ni impostores por naturaleza. Somos seres adoctrinados por la sociedad y condicionados por la moral de aquellos con quienes convivimos. Tememos ser juzgados; tendemos a evitar demostrar afecto públicamente por los impopulares, por aquellos que han sido criticados, condenados o apartados. Pero ¿Hasta qué punto ese condicionamiento social no nos salva de nosotros mismos? ¿Somos realmente capaces de valorar con justicia a quienes tenemos más cerca sin vernos coartados por nuestros sentimientos?
Imaginad, por ejemplo, que fueseis nietos de un criminal de guerra que para vosotros hubiese sido el mejor de los abuelos. ¿Hasta qué punto podríais creer las atrocidades de que fuese acusado o, de creerlas, admitir que sus actos no tenían justificación alguna? Y, por otro lado, ¿Podríais vivir negando o reprimiendo vuestros sentimientos e ignorando las miradas acusatorias por ser incapaces de condenar abiertamente al monstruo?
Para salir de una encrucijada así sólo tendríais una opción: indagar en la vida de vuestro abuelo. En la del hombre y en la del criminal. Descubrir aquello que no os quiso mostrar. Averiguar los motivos que impulsaron sus actos y valorar las consecuencias de estos con total honestidad. Puede que al hacerlo descubráis que la mayoría se equivoca. O puede que vuestros sentimientos cambien y tengáis que preguntaros quién sois. Así que lo vuelvo a preguntar:
¿Qué es más peligroso, enterrar el pasado o sacarlo a la luz?
Amor, vergüenza, culpabilidad, odio… Estos son algunos de los ingredientes de Asimilación, una elegante e intensa distopía que no hace prisioneros. Que atrapa desde el inicio y que consigue transmitir al lector todo el dolor y el desamparo de Marlín, su protagonista. Una historia que discurre por inesperados senderos de su presente y su pasado (senderos condenados a converger) y que, con precisas y medidas pinceladas, retrata un triste y desgarrador futuro en el que algunas de nuestras peores pesadillas del pasado siglo amenazan con volver.
Eva García Guerrero se consolida, con esta obra (por si alguien albergaba dudas), como una de las mejores escritoras de la ciencia ficción española actual. Con la elegante prosa a la que nos tiene acostumbrados, consigue perfilar un personaje creíble y sin fisuras con el que es imposible no empatizar. Y a su alrededor, crear una trama asfixiante e imprevisible que se apoya en avances científicos y tecnológicos que serán una realidad en las próximas décadas.
Ingeniería genética, robótica, secretos y conspiraciones políticas se dan la mano en esta olla a presión cargada de sentimientos. Tened cuidado. No sólo con la onda expansiva, también con la oscuridad que de ella emana y que parece inherente al alma humana. Esa oscuridad impregna cada página amenazando con contaminar o asimilar todo lo que toca. Nada es inmune, ni siquiera el amor.
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