“El dolor es un centro de gravedad imposible que distorsiona el tiempo y el espacio.”
El genial Guillem López nunca deja al lector indiferente. Siempre encuentra la forma de sacudir, inquietar o asombrar al que se sumerge en alguna de sus historias y esta, además, puede que sea la más extraña de todas: un rompecabezas narrativo que obliga a elaborar y descartar teorías a medida que los capítulos avanzan, un thriller psicológico que flirtea con el terror y la ciencia ficción.
En el primer aniversario de la muerte de su hijo, Hanne y Arnau organizan, siguiendo la recomendación de su terapeuta, una reunión con sus amigos y familiares para tratar de superar el duelo. Durante el evento ella sufre un desvanecimiento y tras varias pruebas médicas descubren una patología inexplicable; su cerebro está repleto de oscuros agujeros. Desde ese momento nos sumergiremos en la realidad de una mujer deshecha y distanciada de su marido que huyendo de las Arañas de Marte, vive el pasado, el presente y el futuro de la vida que tuvo o de las que pudo tener.
La protagonista nos conduce por el paisaje de sus recuerdos y sus pensamientos. Conjuga realidades acontecidas, soñadas o temidas, pasados coincidentes con Arnau y otros que sólo ella puede recordar. Vidas casi nunca exentas de dolor y aflicciones, distintas formas de desviarse del camino huyendo de aquellos insectos que tratan de controlarla (y que descubrió en una novela de serie B durante su adolescencia) y momentos en que recupera sus sueños o a su hijo perdido. Sin embargo esta no es una novela sobre la locura, esta narración versa sobre el dolor y la percepción de la realidad, porque es nuestra mente la que decide lo que es real independientemente de lo que los demás puedan decir.
Con su juego recuerda durante muchas páginas a las historias del gran Philip K. Dick. Ambientada en una Valencia reconocible es compleja y desasosegante, de aquellas que en una segunda lectura pueden aportar distintos y más profundos matices que en la primera. Los agujeros negros de cada capítulo, profundos e insondables como los del cerebro de la protagonista y que aparecen advirtiendo al lector que Hanne debe huir, son una señal de alarma, pero también una nueva oportunidad de comprender y de vivir, de dejar atrás la desesperación y los fármacos o de acabar con el mundo entero. Es por tanto un libro que exige del lector tanto como le da y cuyo final, si se alcanza, sólo asegura una cosa: seguir adorando a Guillem López.