“Todo apunta a un gran holocausto dedicado a ese gran Dionisio de carne imposible, un gran sacrificio para que el mundo vuelva a aceptarlo como real”
Los dioses, como los dictadores, se alimentan de la sangre y la carne de sus víctimas. Cuando no se les ofrecen sacrificios bajo la promesa de una recompensa personal, o de un “bien mayor”, se les pierde el miedo. Y ese es el primer paso hacia el olvido, porque el rastro de dolor y muerte que dejan es lo que les hace estar presentes en la vida de la gente, lo que les hace reales. Además, no es fácil librarse del yugo de una divinidad hasta que llega otra para reemplazarla. Lo mismo ocurre con los tiranos. El cristianismo convirtió a infinidad de dioses en simples mitos y los gerifaltes del pasado a veces parecen personajes de cuento.
Es habitual que los autócratas sostengan y promuevan una determinada fe en su propio beneficio, pero cuando esto ocurre y el déspota muere sin ser depuesto, puede que ambos sean repudiados para dejar entrar aire fresco. Si esto sucede toca reinventarse, buscar un rumbo diferente. Se abre la puerta a los cambios, tanto en lo político como en lo religioso y viejos dioses pueden buscar la forma de volver a nuestro mundo. Que lo consigan dependerá de la naturaleza del sacrificio que se realice. Pero que nadie desespere: siempre hay un antídoto contra el sometimiento y la opresión. El nuestro, el que impidió que seres arcaicos y crueles se hiciesen con el poder fue (según Alfredo Álamo) un ritmo nacido de la actitud capaz de desafiar a todas las divinidades juntas: el Punk.
“Aquí todo es posible, no me vengas con leyes que nadie recuerda”
Hay pocos autores capaces de encajar lo extraordinario en lo cotidiano. Y menos aún que logren insertar esa “otra realidad” en un periodo clave de nuestro pasado reciente recogiendo, además, el espíritu y la ingenuidad de la época. Alfredo Álamo es uno de ellos y va camino de convertirse, al igual que algunos personajes de esta novela, en un ser mitológico. No quiero decir con esto que sea un autor anacrónico, sino que (estoy seguro) va a dejar un legado literario inolvidable.
A estas alturas no voy a descubrirle a nadie la elegancia de su prosa ni lo bien construidas que están sus historias. Estas, inmersivas y adictivas, suelen prescindir de subtramas y rellenos. Tienen vocación pulp, pero portan potentes críticas y reivindicaciones. Santiago Eximeno insinúa en el prólogo que esta puede ser su mejor novela; no estoy seguro, tengo algunas pendientes y dudo que gente que no haya vivido los 80, o que no entienda lo que supuso la transición española en lo social y lo musical, conecten totalmente con After Punk. Pero la genialidad de ver, en aquellos años que ahora recordamos con cierto romanticismo, una oportunidad para el regreso de los monstruos en los que decidimos dejar de creer siglos atrás, es motivo más que suficiente para que todo el mundo le dé una oportunidad.
Punk, Rock y policías que no se quitan el tufo de la dictadura. Valencia como escenario. Discotecas que bien podrían ser la puerta a otro mundo. Musas que se alimentan del talento ajeno, quarantamaulas que desovan en cadáveres de niños, ciervos blancos, butonis, cuca feras, donyets… ¿echáis algo en falta? Esta es la novela que todos los que pasamos de los cuarenta habríamos querido leer en nuestra adolescencia. Acompañad a Miguel, Toni, Sento y Mara. “Sólo son cuatro punkis de mierda, pero son los mejores punkis de mierda del mundo” Y si necesitáis algo más para pillar su ritmo, llamad a Alfredo Álamo. Dicen que puede pasaros unas mescalinas muy especiales.
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