“La pérdida de la identidad (no saber quiénes somos) es la madre de todas las desgracias”
La literatura es un instrumento con vida propia. La mayoría de escritores mantienen sus signos vitales básicos con obras al uso y algunos tratan de preservar su esencia mediante el empleo de estructuras conservadoras y el desarrollo de temas clásicos. Pero también hay autores como David Llorente que no se atienen a las fórmulas tradicionales de la narración y logran alterar los biorritmos de la ficción escrita. En Madrid: Frontera lo hace creando una realidad alternativa que sumerge al lector en un ciclo de dolor, desesperación y angustia que deviene en vehículo para la denuncia social, al tiempo que propicia una experiencia catártica que no deja indiferente a nadie.
En un Madrid rodeado por un mar de aguas negras que albergan seres mitológicos, donde hace años que no sale el sol para los hombres y la lluvia no cesa, habitan tres clases de personas: los ciudadanos, los delincuentes y los comebasura. El Cubo, (edificio, institución administrativa, órgano de poder), mantiene un férreo control sobre todo y todos apoyándose en los antidisturbios, unos funcionarios deshumanizados desde el mismo momento en que se ponen su uniforme y cuya principal característica es la crueldad y el desprecio por la vida humana. La iglesia colabora activamente con el poder, las enseñanzas que no estén asociadas a la religión o a una productividad inmediata dejan impartirse sin que estudiantes o profesores puedan evitarlo, los libros arden, la sangre corre y el hambre es lo habitual para la inmensa mayoría. Aun así, los autóctonos son más afortunados que los inmigrantes.
En este lugar ya no hay cabida para el amor. Incluso los animales han sido sustituidos por ingenios metálicos y la gente, desesperada, sueña bajo sus cartones con salir de la pobreza y tal vez, con trabajar algún día en las últimas plantas del cubo, cerca de Ezequiel Caballo, el omnipresente y todopoderoso líder. Pero hay quien no se rinde, como el protagonista, Igi W. Manchester, un médico caído en desgracia que conserva el único libro que narra la verdadera historia de la ciudad.
Esta novela, repleta de personajes que parecen no tener continuidad en la trama y escrita con un estilo peculiar en el que el protagonista se narra a sí mismo su vida (pues parece haberla olvidado o no reconocerse), es cruda, dura y directa. Cargada de simbolismo, contenido y figuras Orwellianas, juega constantemente con la desmemoria, ya sea impuesta o voluntaria y con la reescritura de la historia. Probablemente nadie se sorprenda, en estos tiempos de posverdad y capitalismo cada vez más desbocado que vivimos, de las ideas distópicas que contiene. Pero tampoco habrá quien se quede indiferente ante su análisis sistemático de la represión y la crudeza de sus escenas.
En todo caso será el lector el que tendrá que decidir, al igual que los protagonistas de la obra, si tras la última página prefiere rescatar a todos los seres agonizantes que habitan las calles sin nombre de este Madrid apocalíptico, o ascender a las alturas donde ya no tenga que escuchar los sonidos de aquellos que fueron enterrados en vida. Pero os lo advierto, mantener la esperanza será un enorme desafío, pues el autor hará lo imposible por arrebatárosla.
Suena sugerente. Me has creado una necesidad. ¿Es cosa de mi memoria, o hace unos años hubo otra novela de Madrid postapocaliptico donde también estaba parcialmente sumergida bajo las aguas? NO recuerdo título y autor…
Gran reseña.
Es una novela dura, pero si amas las distopías Orwellianas, imprescindible. Aunque tienes que llegar hasta el final para apreciar todos los matices. En cuanto a otra novela de un Madrid parcialmente sumergido, hace poco leí y reseñé en este blog: Magerit, relatos de una ciudad futura. Es el único libro que recuerdo con temática similar. Gracias por comentar, Román!