Shōgun, la nueva miniserie que recientemente han estrenado Hulu y FX y que en España podemos disfrutar en la plataforma de contenidos Disney+, es una nueva adaptación de la obra homónima de James Clavell y, sin duda, un festín para los sentidos además de una de las firmes candidatas a convertirse en serie del año.
Esta superproducción de diez episodios nos sumerge en el Japón feudal del siglo XVII y narra la llegada de John Blackthorne (Cosmo Jarvis), piloto inglés de un navío holandés, a la costa nipona en una época extraordinariamente convulsa, pues el Taikō que hasta entonces había liderado la nación ha fallecido y, en su lugar, ha tomado el control un equipo de cinco nobles regentes que se encargará de gobernar hasta la mayoría de edad del heredero. Uno de estos nobles, Yoshii Toranaga (Hiroyuki Sanada), es acusado de traición por Ishido Kazunari (Takehiro Hira), regente con gran respaldo entre de los gobernadores, y esta rivalidad entre dos de los nobles más poderosos de la región parece a punto de arrastrar a la guerra a los vasallos de ambos.
Contra este turbulento clima político se estrella Blackthorne a la par que encalla su barco, una circunstancia más con la tendrá que lidiar, si no la única, pues como buen inglés, no conoce más idioma que el suyo propio, las costumbres de los japoneses lo descolocan y detesta a los portugueses —que llevan ya tiempo difundiendo la religión católica en el país nipón así como beneficiándose de sus riquezas— con todas sus fuerzas.
Si pensábamos que la cámara perseguiría a Blackthorne y lo convertiría en el prisma desde el que contemplarnos y contemplar la singularidad del Japón feudal de Shōgun, estábamos muy equivocados. Sí que lo hizo su predecesora en 1980, pero aquí se descarta la utilización del hombre blanco como explorador de lugares exóticos (y a menudo salvador de los mismos) y como canalizador de la mirada de los que estamos al otro lado de la pantalla. En esta nueva versión, se nos arroja a lo desconocido junto a Blackthorne y se nos ofrece un caleidoscopio de voces, opiniones, creencias y valores que crean un tejido complejo y variado que merece la pena destejer y analizar hilo por hilo. Hay muchas voces, sí, y todas hacen mucho ruido, y casi todas hablan en un idioma ajeno al nuestro, tanto en lo meramente lingüístico como en lo que asoma bajo las palabras. En esa miríada de voces destacan, para mí, la de varias mujeres y son esas voces, la de ellas, lo que más me interesa de Shōgun.
No habría sorprendido a nadie que esta hubiera sido otra serie más en la que el eje principal de la narración se centrara en los personajes masculinos, más aún teniendo en cuenta que los hechos tienen lugar en el Japón feudal durante una época en la que la mujer se encontraba sometida al varón en todos los aspectos de la vida. Y, sin embargo, los personajes femeninos brillan en Shōgun con luz propia. Quizá no lo hacen desde el inicio, o quizá no todos ellos brillan con la misma intensidad, pero a partir del sexto episodio, su fuerza y su magnetismo devoran la narrativa, la hacen suya y la subvierten para regalarnos algunos de los mejores, y sin duda los más significativos, momentos de la serie.
La forma en que las mujeres de Shōgun trascienden los roles que les han sido asignados por la sociedad patriarcal a la que pertenecen y ejercen su autonomía es tan variado como su origen y condición. La primera de ellas y quien destaca sobre el resto, es Toda Mariko (Anna Sawai), uno de los personajes más complejos e interesantes de la serie. Obligada a servir a Toranaga como pago por los pecados del padre, se presenta como una católica devota y única superviviente del suicidio ritual que acabó con su linaje familiar. Mariko desea, por encima de todo, tener la capacidad de decidir sobre su propia vida, algo que le es negado una y otra vez por los hombres de su entorno más cercano: en primera instancia por Buntaro, su marido, que no solo le prohíbe llevar a cabo el seppuku que ansía, sino que además la subyuga y maltrata física y verbalmente, pero también por Toranaga, que la mantiene a su lado como traductora y como pieza de ajedrez clave en sus planes a corto y largo plazo. Sin embargo, hay dos características que convierten a Mariko en una mujer de extraordinario poder: el uso que hace de la palabra —y la manipulación a la que la somete en su calidad de intérprete— y el uso de su silencio. Si con su marido ejerce, fundamentalmente el segundo, al menos hasta el estoque definitivo en la escena del té del episodio 8, con Toranaga explota incansablemente el primero. Mariko cambia las palabras a su antojo, las suaviza cuando unos y otros suben el tono, las adapta libremente cuando cree que pueden conducir a enfrentamientos e, incluso, las moldea para obtener lo que desea. Al fin y al cabo, como ella misma afirma en el episodio 6, «un hombre puede ir a la guerra por muchas razones», pero «una mujer simplemente está en guerra» y en esta lucha constante por la supervivencia, cada cual debe hacer uso de las herramientas que tenga a su disposición. Como no tengo ánimo de destripar la serie en exceso ni alargar este artículo hasta el infinito concluiré este apartado afirmando que Mariko es, a mi juicio, la verdadera protagonista de Shōgun, un personaje con el carisma y la fuerza suficientes para cargar sobre sus hombros todo el peso de la serie, por mucho que el último episodio se empeñe en recordarnos que su función fue siempre la de mero peón (tal vez, reina) en los escaques del tablero de ajedrez de Shōgun y que la sombra de Toranaga siempre fue más larga.
El segundo personaje en importancia es quizá Lady Ochiba (Fumi Nikaido). Se nos presenta como la mala de la historia, aunque su maldad está tan llena de matices que en seguida nos cuestionamos hasta qué punto es real. Las tinieblas que se proyectan sobre el pasado de Ochiba nos dan las pistas de por qué esta mujer se ha convertido en lo que es ahora: alguien que emplea su estatus social —es la madre del heredero del Taikō— para su venganza y gloria personal. Ochiba odia a Toranaga con todo su ser, pues lo considera responsable de la muerte de su padre y ve en él un peligro para el futuro de su hijo. Su entrada en escena deja claro quién manda en Japón y no es Ishido ni tampoco los otros regentes, pues como afirma tras su llegada a Osaka: «El tiempo de la política ha llegado a su fin. El Consejo responderá ante mí». Esta mujer no ha sufrido todo lo que ha sufrido, incluyendo la ingesta de té psicotrópico para aguantar tener relaciones con el Taikō, para que ahora le arrebate el poder la misma persona que gestó el asesinato de su padre (aunque no lo ejecutara de su mano) y que truncó su infancia. En definitiva, Lady Ochiba puede parecer un personaje malvado, lleno de dobleces, pero no deja de ser una superviviente y, de nuevo, un personaje interesantísimo dentro de la serie.
Kiku (Yuuka Kouri) y Yin (Yuko Miyamoto) son personajes que funcionan en los márgenes. Como cortesanas de la casa de té de «Willow World» (en español, «El Mundo de los Sauces», nombre de lo más poético para el burdel en el que trabajan y hacen vida), tienen un acceso privilegiado a los secretos de los hombres, a sus fortalezas y fragilidades y hacen uso de ello en beneficio propio, bien para adquirir poder, bien para consolidar el que ya tienen y mantener su estatus. Ambas mujeres poseen una inteligencia afilada y un conocimiento profundo de la naturaleza humana. Tanto es así que, en el episodio 6, en la única traducción completamente fiel que Mariko hace de las palabras de otra persona —en este caso, las de Kiku—, es donde quedan expuestos sus verdaderos sentimientos hacia el Blackthorne, pues si Kiku tiene un don, ese es el de conocer el alma de los hombres y para ella, los sentimientos del inglés y de Mariko resultan poco menos que un libro abierto.
Por último, Fuji (Moeka Hoshi) es el personaje que, al menos inicialmente, más encaja en el molde de mujer que su sociedad espera de ella. Ha perdido a su marido y a su hijo en un suicidio ritual de lealtad hacia Toranaga, quien le encarga que ejerza de consorte de Blackthorne, sirviéndole en lo que necesite. Fuji obedece y sirve como vasalla fiel, tal y como dicta su cultura, pero no es en absoluto un personaje sin carácter o que siga las normas ciegamente. Protesta ante el seppuku de marido e hijo, se enfrenta —y está incluso dispuesta a disparar con un arma de fuego— a aquellos que se atreven a atacar a Blackthorne y conoce mucho más de lo que lo sus palabras revelan. Su personaje evoluciona a lo largo de la serie para ofrecernos uno de los momentos más emotivos en el último capítulo y convertirse en depositaria de los sentimientos más profundos del inglés.
No hay duda de que, desde ángulos y facetas distintas, las mujeres de Shōgun son poderosas y fuertes, incluso en un mundo que les niega la posibilidad de ejercer su fuerza y su poder. Dirán los entendidos que Toranaga siempre fue el rey en el tablero de la vida de Shōgun y puede que sea cierto. Sea o no así, no me negaréis que vuestra pieza favorita si alguna vez jugasteis una partida, fue la reina. En esta serie tenéis, al menos, cinco. Disfrutadlas.
Me despido ya, no sin antes dejaros uno de los haikus de Mariko que creo, resumen a la perfección la fortaleza de las mujeres de Shōgun: «Si pudiera usar las palabras / como flores esparcidas y hojas caídas / qué hoguera harían mis poemas». Interprételas el lector como crea, mejor si es después de visionar la serie.
Un artículo de Rocío Stevenson
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Me has picado, Rocío, y puede que hoy mismo empiece la serie.
Esperando más colaboraciones.
Muy buen artículo, sobre todo para los que entramos a ciegas en un mundo nuevo.
Laura.