El cine fue, para mí, la puerta de entrada a la literatura fantástica. Aún recuerdo el sábado en que Kirk Douglas me descubrió La Odisea a través de Ulises. También aquél otro en el que, sin entender muy bien los matices del adulterio, quise ser Lanzarote por culpa de Robert Taylor. En aquella época leía poco y despacio; lo que me regalaban o lo que me obligaban en el cole. Ni siquiera se me ocurría que esas aventuras tan maravillosas pudiesen leerse además de verse.
Tiempo después, mi ignorancia disminuyó (nunca se erradicará completamente). Empecé a tirar del hilo y descubrí a Tolkien y a Howard. A Michael Ende y a William Goldman. Realicé el camino a la inversa con resultados dispares, pero a pesar de las decepciones, la semilla continuó germinando. Ya talludito me topé (como casi todos) con Juego de Tronos y volví a viajar de la pantalla a las páginas, aunque esta vez no fue lo mismo y terminé por conformarme con disfrutar la serie.
Por todo esto, la fantasía heroica es un género que no me obliga a elegir “entre papá y mamá”. Disfruto igualmente con ambos formatos y procuro suministrarme dosis periódicas buscando, tal vez, volver a sentir aquella fascinación que me hacía desear vivir aventuras, ser partícipe de la eterna batalla entre el bien y el mal y por supuesto, conquistar el amor de una princesa para que ambos pudiésemos ser felices y comer perdices. Desgraciadamente, como lector he evolucionado y ahora me atraen los personajes profundos, la crítica social, escenas crudas como la vida misma y los finales que prometen futuros imperfectos. Y por eso no logro volver a ser niño. O no lo lograba hasta que leí esta historia de María Sánchez Corraliza.
El Séptimo Guardián es una novela de aventuras apta para todos los públicos y repleta de caballeros con reluciente armadura. De las que vuelven a poner en alza el amor y la amistad y nos hablan de sacrificio y valor. Para ello, su autora ha creado un universo propio habitado por seres mitológicos y dioses crueles, en el que evidencia sin pudor muchas influencias de las que antes os hablaba y que, al parecer, compartimos. Sin embargo, María ha optado por concederle el protagonismo a una mujer capaz de empuñar la espada como el más hábil de los hombres y de combatir prejuicios machistas desde el primer capítulo. Ludmila, nuestra heroína, seguirá el periplo del héroe hasta descubrir los secretos que rodean su propio pasado y cumplir con su destino. No lo hará sola, pero será ella quien gobierne su propia vida y, tal vez, decida el destino de la humanidad.
La novela no es perfecta. Tiene los defectos y virtudes habituales de una ópera prima autopublicada. Pero derrocha amor por la fantasía y constituye un viaje emocionante que atrapará a quien deseé volver a vivir aventuras sin tregua y decida dejarse sorprender por elementos y escenas que creía conocer. Una obra que nace como un regalo que la autora se hizo a sí misma por el mero placer de la escritura, y que te hace sentir que has vuelto a casa. Que te devuelve a aquellos años en los que teníamos claro donde estaba la línea entre el bien y el mal y sabíamos a qué bando debíamos prestar nuestra espada.
¿Queréis combatir a un dios? ¿Creéis que podréis derrotarlo? Para ganaros ese privilegio tendréis que cruzar vuestro camino con el de peligrosos seres mitológicos. Tendréis que huir de hechizos y encontrar objetos de poder. Tendréis que enfrentaros a reyes y reprimir vuestros propios sentimientos hasta que la guerra haya terminado. No perdáis de vista las manos putrefactas que emergen de las verdosas aguas, desconfiad de las ninfas y tened la espada presta pues hay Bamones por doquier. Agua o fuego, Kamil o Koln; vuestra es la elección. Y si hacéis caso a vuestros sueños tal vez, solo tal vez, consigáis alcanzar un final de cuento.
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