“Es mejor no abrir puertas que no sabes si vas a poder cerrar”
La comunicación es fundamental para todos los seres sociales. Gracias a ella aprendemos, nos desarrollamos, creamos vínculos y establecemos límites. Utilizamos diferentes canales y, aunque la verbal sea la innata, puede ser sustituida por cualquier otra de las vías que conocemos en función de las circunstancias. Una persona con discapacidad auditiva, por ejemplo, utiliza herramientas como el lenguaje de signos o la lectura de labios para poder relacionarse con los demás. No hay ningún problema mientras todos los interlocutores manejen el mismo código. Sin embargo, si lo hay cuando no todos tienen la misma capacidad de abstracción ni pueden entender los matices e ironías de determinadas expresiones.
Las personas en el espectro autista perciben y socializan de distinta forma. Para muchas de ellas la comunicación y la interacción social puede convertirse en una pesadilla pues no sólo han de intentar adaptarse y hacerse entender por quienes no los conocen, también deben luchar contra la incomprensión hacia sus necesidades y sensibilidades.
Sin embargo, como en tantas otras circunstancias de la vida, el entendimiento entre quienes son y se sienten diferentes siempre es posible si se sustenta en la paciencia, el respeto y el reconocimiento mutuo. Incluso aunque estén a millones de kilómetros de distancia.
“La culpa, igual que la vida, no es justa”
Andrea Penalva logra, con humor y sensibilidad, hablarnos de intolerancia, de revisionismo histórico y de apropiación de símbolos. De incomprensión, autismo, homofobia, culpa, amor, amistad y muchos temas más a partir del diálogo entre dos personas solas y aisladas (cada una a su manera) que luchan por entenderse para poder ayudarse y que inevitablemente, terminarán por encontrarse.
La historia, menos desenfadada de lo que parece en un principio, gira en torno a sus dos únicos protagonistas. Gabriel, un joven autista que atiende una llamada de auxilio, y Arthur, un héroe para la humanidad que había sido dado por muerto décadas atrás.
Los personajes, muy bien perfilados, irán superando sus propias diferencias y mostrando al lector las cicatrices que esconden. Gabriel, acostumbrado a superarse a sí mismo (como demuestra el hecho de que emplee continuamente frases hechas en un intento de interiorizar lo abstracto), enamora al lector desde el inicio y le hace interesarse por entender mejor a las personas de su condición.
Artie, a su vez, nos hace comprender que ni la mayor de las heroicidades puede compensar los errores del pasado. Ni tampoco conceder una segunda oportunidad.
En conclusión: Llamando a la tierra no es una novela para los amantes de la CiFi Hard ni para quienes disfruten analizando los aspectos científicos a la luz de la tecnología actual. Es una obra emotiva, humanista, ideal para lectores que busquen algo de amor y empatía en un universo vacío. Para quienes estén dispuestos a dejarse arrastrar al mundo íntimo y privado de sus dos protagonistas a sabiendas de que el viaje no siempre será agradable y de que tal vez, lo único que les proporcione consuelo sea una preciosa canción que escucharán tras despedirse de ellos.
¿Te ha gustado esta reseña? ¿Quieres descubrir más libros como este? ¡Hazte mecenas de El yunque de Hefesto! Hemos pensado en una serie de recompensas que esperamos que te gusten.
También puedes ayudarnos puntualmente a través de Ko-fi o siguiendo, comentando y compartiendo nuestras publicaciones en redes sociales.