¿Qué es lo que entendemos por realidad? ¿Por qué nos empeñamos en considerar que es única e inalterable como si fuese algo tangible? La realidad es lo que percibimos, sentimos o entendemos en un momento determinado, lo que ya es un recuerdo cuando queremos pensar en ello. Y los recuerdos son inexactos. Tramposos. Nuestra mente los altera para estimularnos o protegernos, para hacernos creer que entendemos aquello que se nos escapa o, simplemente, a causa de su misteriosa arbitrariedad. Y es que somos seres limitados por nuestra naturaleza tridimensional y por una educación que nos empuja a cerrar las puertas a todo lo extraordinario. Puede que únicamente seamos capaces de ver una parte del cuadro que tenemos frente a nosotros. O puede que ese cuadro que creemos poder tocar con solo estirar los dedos, sea producto de nuestra imaginación.
Estas reflexiones, por excéntricas o peculiares que puedan parecer, nos han acompañado durante miles de años. Filósofos como Platón o Descartes, se preocuparon siglos atrás de intentar dar respuesta a dicha cuestión. E infinidad de artistas han soñado o imaginado (tal vez intuido) otros mundos. Pero ellos, a diferencia de los filósofos, han preferido sumergirse en esas otras realidades a entenderlas. Realidades que, a su vez, han intentado compartir con el resto de la humanidad sembrando sus semillas en nuestras mentes.
La prisión de la libertad, segundo libro de cuentos para adultos de Michael Ende, se compone de ocho historias que giran en torno a diversas arquitecturas fantásticas. Estructuras imposibles e increíbles. Mágicas, estimulantes y a veces, aterradoras. Esta antología, más onírica que las novelas que tanta fama le dieron, navega entre las interpretaciones metafísicas de la realidad. Juega con el espacio y el tiempo, con la libertad, el libre albedrío y el destino.
Lo borgiano impregna cada página. No solo por la temática, también por los ritmos y los destinos de todas y cada una de las historias que contiene. Ende, inspirándose en los grabados de Escher y Piranesi, forjó su particular homenaje al escritor argentino y lo hizo por puro placer. Por el placer de escribir, de viajar a lugares imposibles y de huir de un mundo demasiado rígido y estructurado.
Abrid este libro, si es posible en la magnífica edición de Cátedra, e ignorad la introducción. Ya volveréis a ella, a disfrutarla y casi a estudiarla, cuando decidáis regresar de los ocho universos por los que habréis de viajar. Son muchas las puertas que en ellos encontraréis. Algunas os llevarán a lugares idílicos y otras a sitios estremecedores, pero de casi ninguno de esos lugares querréis volver. Y no odiéis a Cyril, el protagonista del primer relato pues, aunque sea el culpable de que os enamoréis de esta mal llamada prisión, también será de quien aprenderéis el valor de la búsqueda y el precio a pagar por finalizarla.
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