Hace tres años leí y comenté un libro de Dolores Reyes que me impactó sobremanera; desarrollado en la Argentina más profunda, Cometierra denuncia la violencia machista a través del poder de una niña que, al comer la tierra en la que está enterrada una víctima sufre lo mismo que ella, mientras desde el más allá le revela qué le ocurrió.
Ahora, he terminado de leer Carcoma y no he podido evitar la comparación. Son dos libros en los que la acción queda oculta en los sentimientos y la realidad queda enmascarada con la sensibilidad de mujeres capaces de comunicarse con sombras que, aunque pertenecen a otro mundo, se quedan con ellas para transmitirles su dolor.
Layla Martínez pertenece a una generación de escritoras, envidiable, que denuncia, sin aspavientos, con calma, toda la existencia de maltrato y humillación, venganza, odio y miedo hacia los débiles de la sociedad. Son ellos, a través de las mujeres, los que representan a los parias de una España que se comporta igual ahora que en el siglo pasado. Para los más miserables el tiempo no evoluciona, es un continuo que los aprisiona hasta hacerles doblar la espalda, bajar la cabeza y soportar lo que quieran los vencedores de una guerra cruel primero, los que se acercaron a quien pudiera favorecerlos después, los que han nacido, ahora, con la vida resuelta. Gente sin escrúpulos para los que la justicia es favorable hagan lo que hagan y que van generando en los débiles un continuo comezón de odio capaz de venganzas terribles, aunque en realidad la mayoría de ellas sea sinónimo de justicia.
La carcoma no es otra cosa que las larvas de un insecto capaces de dañar la madera al perforarla mientras la comen. Carcoma es el conjunto de personas que perforan a otras hasta dejarlas dañadas y en un desamparo tal que pueden llegar a actuar como han sido tratadas, como animales.
Hay que leer Carcoma, porque Layla Martínez nos exhorta a que nos queramos más.