“Quiere estar a oscuras, a partir de ahora ese será su ataúd y su única ambición es pudrirse en él”
¿Quién no ha cogido un puñado de arena solo para observar cómo se escurre entre los dedos? Y, al hacerlo, ¿Quién no ha sentido que lo que se le estaba escapando era su propia vida? Cuando eso sucede siempre aflora un mismo sentimiento: desolación. Y sucede porque la tierra que se lleva el viento está seca. Porque su aridez nos recuerda la muerte. El final de aquello que nos hacía felices, de cosas que perdimos, de personas que se fueron, y de las oportunidades que dejamos escapar. La desolación es hija de la angustia, el dolor y la pérdida. La desolación es madre de la desesperanza.
¿Imagináis vivir en un lugar llamado así? Los nombres de las poblaciones, al igual que los apelativos de las personas, rara vez son fruto del azar. Desolación evoca a desierto, a lugar aislado y sin futuro. Evoca a ruinas, a un pasado mejor y a una lenta cuenta atrás hacia la desaparición. ¿Y quién permanecería en Desolación? Tal vez solo aquellos que un día intentaron marcharse y no lo lograron. Aquellos que, como única salida, terminaron por autoconvencerse de que ese era su sitio y su única opción.
Si yo viviese en Desolación, sentiría próximo el final. Cuando el sol me abrasase la cabeza y los latidos de mi corazón me recordasen el paso del tiempo, probablemente buscaría mi propia sombra sobre la arena. Puede que eso me tranquilizase, pues mientras ella siguiese ahí, yo tendría la certeza de estar vivo.
“Acá no se puede vivir sin paciencia y, si me apura, tampoco se puede morir sin ella”
Todos en Desolación acuden al entierro de Evaristo. No es un sepelio más, es el de un pueblo entero. Su muerte reduce la tasa demográfica hasta un punto que hace insostenible seguir manteniendo la única línea que les une con el mundo. Látigo, el cochero, perderá su trabajo. Emilia, la mujer del fallecido, la cordura. Nicolás, su futuro. Parecen condenados a ser olvidados y sepultados por la arena del desierto. Todo fue profetizado. La tragedia es inexorable.
“La gloria, aunque sea pasada, siempre es mejor que la ruina perpetua”
Sombras de arena es una novelette hipnótica y fascinante. Con un arranque trágico y costumbrista, parece apuntar al drama rural. Pero escena a escena, su trama se va deslizando, cual serpiente en el desierto, hacia un terror sutil repleto de elementos que recuerdan al Realismo Mágico de Rulfo. La prosa en que se sustenta es directa, cercana y efectiva. Y el infierno que recrea, ese infierno del que solo los jóvenes inconformistas parecen querer escapar, toma forma exclusivamente en la mente del lector pues C.G Demian, como buen ilusionista, es parco en detalles y tan solo ofrece las pinceladas necesarias para generar un decorado yermo y asfixiante.
Látigo está apurando su petaca. La última diligencia va a partir y si no subís a ella, nunca podréis llegar a Desolación, un lugar perdido en el tiempo que pronto será olvidado. Cuidado, puede que sea un viaje únicamente de ida. Puede que, de realizarlo, pronto os encontréis solos. Pero si lo hacéis, tal vez podáis leer y desentrañar los secretos del libro de difuntos. Y si os atenaza el miedo al hallar vuestro nombre escrito en él, mirad al suelo y buscad la compañía de vuestra propia sombra.
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