La segunda entrega de Marco Duarte es excitante. Con una estructura similar a la primera, algo más extensa, nos introducimos en el primer capítulo de lleno. No hay tregua. Ya el comienzo es premonitorio «El reloj de la salita dio las campanadas de las doce de la noche». La medianoche, momento puntual en el que un día termina para dar comienzo al siguiente en el empeño de que el tiempo sea lineal, el apogeo de la oscuridad que asociamos a caos, muerte, inframundo y misterio, el momento en el que los depredadores nocturnos ostentan su mayor poder.
Todo parte de un núcleo: un asesinato. Sin embargo, pronto irán apareciendo pistas que nos confunden e invitan a cierto desorden en la estructura mental del lector. La unidad de esas pistas reside en Javier Marín quien, hábilmente, va tomando el extremo de una para unirlo a una punta de otra en una extensión rizomática cargada de tensión.
Nos queda otra entrega en la que esperamos descubrir la causa de tanta crueldad.
La crueldad escrita la soporto y no sólo eso, creo queces un desahogo… No me importa leer historias crueles, porque sí e importa mucho que la crueldad real desaparezca.
Buenísima reseña, atrae como un imán.